Conciertos

Q-Bert – City Hall (Barcelonaq)

Hay un documental llamado Scratch que ha obtenido un eco nada despreciable en todo el mundo. Se trata de una visión muy especial acerca de un cierto tipo de DJ’s sobre los que hay que poner el acento muy alto. DJ’s que elaboran toda suerte de trucos musicales, en la que se funden los reflejos viso-auditivos, la intuición mental, la representación teatral y la gimnástica del asunto. DJ’s que ejercen la profesión desde que se levantan hasta que se acuestan, 7 días a la semana, 24 horas sobre 24.

Q-Bert aparece destacado en este documental, por su relación especial, casi enamoradiza, con el scratch. Originario del sureste-asiático, este pequeño genio de la bahía de San Francisco se revela como un auténtico místico, que considera el scratch como una especie de vocación terrenal conectado con alguna divinidad. Cortar canciones, rascar vinilos, y mezclar pero yendo cada día más lejos. Un scratch DJ más mental que físico. Ésa es la especialidad de Q-Bert, miembro del colectivo Invisible Scratch Piklz. Su demostración más epatante la encontraremos en el disco Camel Bobsled Race, grabado en directo, en el que somete las músicas de DJ Shadow a una sesión de mezcla minimalmente scratcheada, cortada y fusionada en directo. Y añadiríamos, poniéndonos irónicos, que minimalmente coloreada. 23 minutos y 59 segundos muy concretos.

La otra noche disfrutamos de unos cuantos minutos más, quizás 40. Era su primera actuación en el país. Y se sabía que Q-Bert no iba a ejercer de DJ de discoteca, dispuesto a pinchar durante horas y horas. Lo suyo iba a ser un concierto de scratch y, por tanto, la velada debía corta y concisa. Lo bueno, si breve, es mejor.

¿Y qué se vio, entonces? Pues a pesar de que el local estaba abarrotado, las ganas de arrimarse de cerca al artista nos situó en un buen lugar: ante la pantalla que gravaba sus manos, apreciar la excepcionalidad de este scratch-DJ fue cosa fácil. Sentado en una silla, Q-Bert se concentraba en un solo plato. Nada de malabarismos sensacionalistas, tan en boga en la MTV. Nada de concesiones de cara a la galería. Sólo ciencia infusa centrada obsesivamente en un solo instrumento, desde el que rascaba quirúrgicamente el vinilo, disparaba las bases y hacía toda suerte de trucos técnicos. Q-Bert puso en babia al personal, sin inmutarse ni levantarse de su aposento, sin dejar de mirar el vinilo, con las orejas muy concentradas en el sonido, con los ojos dispuestos para clavar el truco y el scratch adecuado. Coordinación auditiva, visual y manual al alcance de muy pocos. Así, cuando seleccionó bases musicales de hip hop brumoso, ése carismático sonido experimental del subsuelo, que tanto caló en el underground de mediados de los 90, y aún persiste; o cuando lanzó una terrible y breve ráfaga de hardstep-jungle; o cuando se decantó por algún que otro corte de la marca DJ Shadow, Q-Bert sabía encontrar el scratch perfecto. Para cada situación concreta, una solución concreta. Utilizó, para todo ello, un tocadiscos especial, diseñado por él mismo, que llevaba dos crossfaders incorporados. Ver para creer. Y pese al éxito de público, se puede decir que sigue siendo un manjar para especialistas, pues no incita al baile desenfrenado, ni divierte (en el sentido habitual del término claro). Es sólo una proclama con una mística muy callada y, en el fondo, muy discreta y casera: la del scratch. Entrar en ella merece la pena. Pero hay que curtirse. Empiezen por el X-Pressions de los X-Ecutionners. Y apunten los nombres de Roc Raida, Mista Sinista, Mixmaster Mike, Rob Swift

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