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Sonisphere. Asistimos al festival celebrado este fin de semana en el Open Air de Getafe

Intro

Last Tour Internacional nos trajo Sonisphere a Madrid este pasado fin de semana, festival itinerante a lo largo de diversas ciudades del continente europeo. El pasado año, con Metallica de cabezas de cartel, la ciudad española elegida fue Barcelona, y este año, ampliado a dos días, el marco fue el Open Air ubicado en Getafe.

A nivel organizativo, el gran acierto de este festival, a la manera que ocurre en otros como Azkena Rock, es conseguir que los conciertos en ningún momento se solapen y simplemente cambiando de escenario entre el principal y el secundario, puedas disfrutar de todos los shows que te apetezca sin el delicado engorro de tener que elegir entre dos propuestas excitantes.

El único pero que se le puede achacar al amplio espacio habilitado para los espectáculos, es la inmensa polvareda de tierra que se levantaba en las actuaciones cada vez que el público, llevado por la euforia, se movía más de la cuenta. Esto hizo que muchos de los presentes el segundo día llegaran con mascarillas de forma previsora.

La caída de cartel de Anthrax y la desgraciada muerte de Ronnie James Dio, que nos dejara sin ese plato fuerte que hubiese sido el concierto de Heaven and Hell, mermaron en parte el cartel previamente configurado, pero posteriores incorporaciones variadas y del todo en boga paliaron en cierta forma el dolor de las pérdidas.

Las diversas propuestas metálicas consiguieron aunar un público heterogéneo desde el más dinosaúrico al más de pantalón cagao, conviviendo en perfecta armonía y no en pocas ocasiones ampliando su horizonte de miras gracias al, en general, excelente nivel musical de los artistas y la calidad de sonido que emanaba de los escenarios.

Otra ventaja sustancial la supuso la excelente perspectiva de visión, ya que se podían disfrutar sin problema y con todo lujo de detalles los conciertos a una distancia considerable.

Digno heredero del que fue Getafe Electric Festival, esperemos disfrutar por muchos años de Sonisphere. A continuación, por días un repaso a los momentos más inspirados –y prescindibles, que fueron los menos- del elenco de protagonistas.


Viernes 9

Un sol de justicia, que no nos abandonaría a lo largo de los dos días, golpeaba valiente a mi llegada al recinto; de igual forma que lo hacían las notas más histriónicas de la garganta de Peter Byford al frente de Saxon, sin lugar a dudas la propuesta más ortodoxa de metal británico para la ocasión. Lógicamente, sólo para incondicionales. Yo lo mejor que hice fue ir ganando posiciones para disfrutar de la primera gran cita ineludible del escenario principal: Porcupine Tree.

Qué duda cabe que el entorno y la hora a la que fueron programados no jugaba para nada a su favor. Una propuesta tan delicada, exuberante, progresiva y rica de matices pedía un recogimiento y paladares de especial sutilidad para ser apreciada.

Conscientes de ello, no se amilanaron en ningún momento proclamando a las claras que ellos no eran una banda de metal y que para la ocasión tocarían “algo de mierda heavy”, dijo irónicamente Steven Wilson a la hora de presentar alguno de sus temas más contundentes.

Para los que amamos a bandas como Tool y esa delicia de la que deseo pronta noticia como A perfect Circle, Porcupine Tree son un referente a respetar y explorar en su máxima expresión. Ambientales y rotundos a la par, dejaron algunos de los mejores lances de la jornada como el desarrollo de “Anesthetize” y el cierre descomunal dedicado a Dio –anteriormente Saxon también le habían recordado- con “Blackest eyes”.

Y corriendo al segundo escenario para ver a esa superstar repleta de carisma y actitud que es Blackie Lawless al frente de W.A.S.P.Su puesta en escena e imagen, siempre recargada e inteligentemente paródica, no debe desviar la atención de la gran riqueza musical que esconden himnos invencibles e imperecederos. Imposible no rendirse a una batería incesante de temazos como “On your knees”, “Love machine” o “Wild child”.

Una voz rasgada y unos lances muy, muy hardrockeros a lo largo del show, convencieron totalmente a la audiencia congregada que coreaba, bailaba y sentía el desenfreno de unas letras entregadas a la lascivia, el desenfreno y, en resumidas cuentas, al lado más excesivo de una vida que nunca conseguirá agotarnos.

Temas nuevos como “Babylon’s burning” resultaron arrebatadores y para nada desentonaron dentro del grueso de canciones, es más, casi me atrevería a decir que fue el tema más trepidante, demostrando que a partir de Dominator (07), del que no sonó lamentablemente ningún corte, W.A.S.P. viven una segunda juventud.

Blackie con esa garganta privilegiada y subyugante, brilló como acostumbra y convirtió el cierre con “I wanna be somebody” en una de las mayores celebraciones de todo el festival.

Lo de Slayer posteriormente fue una exhibición más como siempre acostumbran. Es verdad que si les has visto una vez, ya es una y otra vez la misma apisonadora que te demuele sin compasión. Pero hay que reconocer que ver tocar a esta gente, aunque ya sólo sea a nivel técnico, es un deleite sonoro y visual. Y es que nadie consigue hacer lo que hacen ellos: la forma de manejar la guitarra Kerry King y la batería Dave Lombardo es inaudita.

Curiosamente los momentos en que aflojan el acelerador y se ponen más pesados, es cuanto más me llaman la atención. Grandes triunfadores a priori a tenor del aforo y cantidad de camisetas que campeaban de los norteamericanos, tuvieron que ceder el centro a los gentlemen que al poco llenarían de clase y presencia el escenario grande, ataviado de elegantes cortinajes rojos.

Increíble la llegada al escenario de Mike Patton al frente de Faith No More. Una sugerente versión del sedoso “Reunited” de Peaches & Herb era el marco de fondo sobre el que el carismático cantante se acercaba, bastón en mano y con achaques fingidos, hacia el pie de micro para empezar a cantar.

Glorioso sarcasmo contra los grupos acabados de geriátrico que se juntan de nuevo por la pasta sin tener ya fuelle o ideas. Ellos también se han reunido después de diez años, pero qué coño, nada que ver: ¡¡¡Este tío se conserva en formol!!! Menuda energía, chorro de voz, movimientos, actitud, forma de llenar un escenario…no sé, lo que diga se queda corto, es el frontman definitivo.

El resto de la banda brilla con matices y los temas suenan impecables, pero es el cerebro de Patton el que todo lo mueve y lo dota de una magia desquiciada que resulta magnética y única. Un concierto sudoroso y trepidante que me dejó exhausto en las primeras filas mientras la histeria colectiva hacía a todo el mundo saltar y entregarse al ritmo de “”From out of nowhere” o “Land of sunsine”. Fueron los temas de los dos discos referenciales a los que pertenecen respectivamente, The real thing (89) y Angel dust (92) los que más revuelo ocasionaron (“Caffeine”, “Surprise! You’re dead”, “Midlife crisis” o “Epic” se deseaban tanto que la audiencia las aupó a lo más alto de las dos jornadas), si bien pepinazos como “Cuckoo for caca” o “The gentle art of making enemies” del King for a day… (95) –discazo con los años, oigan- me volvieron loco.

Mike Patton estuvo muy comunicativo, proclamando nuevo rey de España a Carles Puyol, preguntando si nos gustaban Slayer como a ellos, si estábamos cansados o queríamos más, etc. Hasta tuvo el detalle de cantar en castellano el feeling imbatible de “Evidence”, uno de los momentos de respiro junto a la versión del “Easy” de Lionel Richie. No faltaron guiños hilarantes como una breve adaptación del “Poker face” de Lady Gaga o una mini parodia de Carros de Fuego hacia el final.

La fiesta colectiva en el bis con “We care a lot” fue la perfecta guinda funk-metal para despedir a una banda única que, para nuestra fortuna, ha regresado más viva que nunca.

El cierre de jornada le correspondía a la incendiaria propuesta a machete de hardcore punk de tintes croosover de Suicidal Tendencies. Lo primero que llamó la atención es el estado de forma de un Mike Muir que no paró de moverse y correr durante todo el show.

El cansancio y la entrega previa me impidió mezclarme con las primeras filas, pero les juro que el pogo que se presenciaba por las pantallas grandes de la gente que aguantó, era espectacular: un círculo gigante vacío delante del escenario al que a un tiempo colisionaban decenas de personas, increíble. La entrega terminó arriba cuando Muir incitó a la audiencia a que subiera con el último tema mientras que la proclama de “S-T” era reiteradamente escupida. Colosal primer día.


Sábado 10

El sábado, a la hora de llegar al Sonisphere, el calor era aún más matador que el primer día y mi cuerpo empezaba a sentir los excesos con los conciertos de mayor entrega del día anterior. Bien es cierto que esta segunda jornada al que les escribe le resultaba menos excitante, pero aún así, hubo buenos momentos para recordar.

Lo primero que noté fue la llegada del público exclusivo del segundo día, los oyentes de Rammstein medios: aquel que no iba a ver nada más al festival, que se la suda la música realmente, valiente consumidor de calimocho, calzoncillo blanco de avioncitos por encima de bermuda color caca, pelo militar y algún tatuaje pretendidamente innovador y más rancio que la cecina.

Lógicamente ninguno de ellos llegó a ver a Coheed and Cambria, dueños de una épica progresiva tan personal como subyugante. Bien es cierto que el álbum que defendían, Year of the black rainbow (10) estaba lejos de sus grandes logros y que el sol de justicia que nos pegaba de cara en el escenario pequeño nos machacaba a esas horas, tanto que tuvieron que regar con mangueras a la audiencia deshidratada para la ocasión.

Siguiendo la estela abrasadora, tocaba moverse al escenario principal a ver si por fin Deftones se quitaban el dichoso sambenito de banda mediocre en directo. La hora desde luego no acompañaba, pero defender un disco tan compacto como Diamond eyes (10) y unChino Moreno en gran estado físico –por lo menos ha perdido quince kilos el tío-, fueron las bazas que les hizo parecer tan confiados en escena.

A nivel vocal por contra el frontman no anda demasiado sobrado ya, esgrimiendo sólo gran poder en los gritos desquiciados tan suyos. Sí, no me lo repitan más, sabemos que de carisma y presencia escénica no anda muy sobrado, pero les diré que disfruté de lo lindo lo bien que se mantienen en directo unas nuevas canciones rotundas y del todo metálicas como “Diamond eyes”, “Rocket skates” o “You’ve seen the butcher”, tocadas del tirón.

Por descontado que cuando acudieron a los momentos más intensos de esa obra cumbre que es Around the fur (97), emocionaron y me hicieron viajar a un montón de vivencias pasadas. De hecho el binomio de “Be quiet and drive” seguido de “Lotion” es de las cosas que más sangre me ha hecho bombear en mi carcasa humana nunca. De nuevo sonaron juntas, no podía ser de otra forma. Bellísima se alzó esa oda repleta de sensualidad extraña que es “Minerva”, al igual que “Change (in the house of flies)”, canción de gravedad y atmósfera hipnóticas.

Para acabar esa broca de azulejos que es “Seven words” nos empezó a dejar desfallecidos debido a la exigencia que supone su vivencia. Les deseo recuperen un prestigio que merecen.

Atronador sonaba el escenario de la izquierda cuando irrumpió Max Cavalera al frente de Soulfly posteriormente. Sin duda uno de los sonidos más compactos y demoledores de todo el festival.

Quizá su carrera en los últimos años se haya deslucido un poco, pero cuando recupera trayazos de su etapa en Sepultura como “Refuse/resist”, “Attitude” o “Roots, bloody roots”, se le caen a uno los pantalones. El final con “Eye for an eye” demostró que el debut de Soulfly también tenía guardadas joyas apreciables.

Lo de Alice in Chains es una cuestión muy delicada. Para quienes el lamento de Layne Stanley, su voz, sea una de las cosas a las que más ha tenido que aferrarse en su vida en los momentos más oscuros, para quien haya sufrido su pérdida como una pérdida propia, se antoja tan y tan difícil poder asumir la continuidad de la banda con otro vocalista que, qué quieren que les diga, las cosas se ponen muy cuesta arriba.

Encima, en esta la tercera vez que les veo desde la reunificación con William DuVall a las voces, masoquista que es uno, las constantes han sido las mismas: suena todo de maravilla, son tan, tan buenos músicos, es tan fidedigno el espíritu que transpiran esas composiciones de reptante melancolía asfixiante, que uno maldice por qué tuvo que irse alguien tan especial, por qué mientras uno cierra los ojos con “Whould?” no pudiese abrirlos y ver a un tipejo rubio delgaducho con un jersey de rayas y gafas de sol en cuclillas cantando.

El que no lo entienda y pueda disfrutarlo, quizá entienda su música como si Michael Robinson estuviese explicando la pizarra cibernética en El día después. Yo, en las antípodas de ello, sigo vibrando cuando suenan delante de mí “Damn the river”, “Rain when i die”, “Again” o “Man in a box”, pero no puedo comulgar cuando en medio de esas odas al dolor, esas exfoliaciones de adiciones, errores y pérdidas, el lechuguino del cantante pida palmas al respetable. Esto no es Whigfield. Esto es Alice in Chains. Y esa música, esos grupos, ese microuniverso de los noventa era huraño al intrusismo, era huraño a la asepsia que años después ha tragado el mundo y lo ha condenado a la mayor de las correcciones políticas y neutralidades. Vidas cuadriculadas, maniobras de evasión eliminadas.

Si, al menos, un disco como Black gives way to blue (09) fuera una basura resultaría más fácil haber escapado de todo esto. Pero no, es muy bueno, y ver a Sean Kinney tocar la batería es uno de los mayores placeres que pueden salir de un escenario, y ver la melena rubia inmortal de Jerry Cantrell es no haber envejecido nunca y, por último, ver contonearse con el bajo a Mike Inez es sentir desde su pelo la fragancia de los abetos Douglas de Twin Peaks, esa tierra tan mágica e inexistente como aquel refugio que nació hace casi veinte años desde Seattle para tantos de nosotros.

El plato fuerte del día para los heavys más integristas era a toda vista Megadeth. De hecho, el escenario donde debería haber tocado se me antoja que debió haber sido el grande.

No dudaré del las excelencias musicales del trash esgrimido por ellos y el autenticismo que exuda Mustaine y los suyos desde el escenario en comparación a sus amiguitos de Metallica a día de hoy, pero no puedo con esa voz de rata contaminada con los gases de Chernobil, es superior a mí. Mientras mis amigos disfrutaban con el riff de “Symphony of destruction”, yo desde la hierba me descojonaba recordando el vídeo de “A tout le monde”.

Megadeth, en efecto, no me gustan, pero son del todo respetables y defendibles. Otra cosa son los madelman germanos que iban a salir al escenario grande después. Rammstein sí que no, ese pan y circo, no está hecho para mí. Y menos a día de hoy; cuando les conocí en el año 1997 a través de los dos temas incluidos en la banda sonora de Carretera Perdida, reconozco que me llamaron la atención, pero con el paso de los años, uf…

Pocas veces he visto una exhibición MUSICAL más pobre en mi vida, mucho entertaiment entre fuego, pirotecnia y baños –literales- de masas- con el numerito de la lancha, pero qué quieren que les diga, esto no es una banda seria. Son cojonudos cara a contratarlos para un cumpleaños de tu hijo si no quieres ir al McDonalds y que lo pase bien. Pero por lo demás…no sé, quizá para legionarios de permiso en Madrid antes de ir al puticlub tengan un pase…

Mucho más robusto y serio fue el tour de force ofrecido por los suecos Meshuggah para cerrar el Sonisphere. Su propuesta extrema fue con diferencia lo más exigente y denso que sonó durante los dos días. Trash progresivo para paladares que conservaban aún la energía suficiente para no sucumbir al cansancio.

Un cansancio que, tras lo vivido, es gloria bendita el recordarlo.

 

 

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