Swans – Sala Apolo (Barcelona)
Pocas veces tiene uno la oportunidad de asistir a un derroche de energía como el que Swans ofrecieron en la Sala Apolo la pasada noche, y pocas veces el público de un concierto es tan hetereogéneo: gente joven y mayor, gente que bailaba y que no lo hacía, que luchaba a codazos para llegar a primera fila y que prefería sentarse a un lado, cubierta de tatuajes y con gafas de pasta. La cosa es que tan buen puento empezó el prólogo la sala -repleta, por cierto- adoptó un silencio sepulcral.
Y es que algo de sagrado tenía el momento. El primero en aparecer ante el público fue Thor Harris, una especie de vikingo tocando sonidos oleantes con la ayuda de un gong durante minutos. Se le unió Phil Puleo desde la batería seguido de Cristoph Hahn colocándose tras su peculiar Lap Steel. Después de un rato de lamento musical subieron al escenario Cristopher Pravdica con su bajo y los dos únicos miembros originales de la banda, Norman Westberg (guitarra) y Michael Gira (voz y guitarra).
Aunque se tratara en teoría de una gira de presentación de su último trabajo, To Be Kind (2014), la verdad es que solo un par de temas de los interpretados provinieron de este: «A Little God In My Hands» -la más accesible de todas las tocadas, con su pegadizo riff-, «Just A Little Boy» y un pequeño fragmento de «Bring The Sun», unido este último al provisionalmente titulado «Black Hole Man», un tema nuevo sin publicar en álbum igual que el introductorio «Frankie M» y «Don’t Go». El repertorio fue completado por «The Apostate» del anterior The Seer (2012), demostrando que la formación está aún muy lejos de hacer un tour basado en la nostalgia.
Michael Gira fue el claro protagonista de la noche. Con movimientos estrambóticos apelaba por igual a público y compañeros, encargándose a la vez desde su Gibson negra de marcar cada uno de los repetitivos melodías a la perfección -entendida esta como excelencia, no como pulcritud estéril- induciendo al resto de la banda a esos patrones instrumentales envolventes y palabras como gotas cayendo sobre el mismo punto que los caracterizan.
También llamaron la atención por agradablemente incontrolados y por lo poco común de sus instrumentos Hahn y Harris. El primero pinzaba sus seis cuerdas horizontales con los dedos, pero a juzgar por sus contorsiones alguien le había contado que las piernas también influían en los sonidos producidos y se lo creyó a pies juntillas. El segundo sorprendió sacando de entre la jaula que parecían sus percusiones un instrumento de cuerda casero con el que colaboró en algunos puntos de la velada más allá de su frenético repiqueteo.
Por lo que a temas refiere, el clímax vino quizás de la mano de «The Apostate», que además por antiguedad contaba con la ventaja de ser el más reconocible entre los espectadores: después de seis minutos de deslizamientos guitarrísticos varios, el minimalismo de Swans se convirtió durante unos momentos en una explosión demente de percusión y decibelios.
Swans siguen ahí, y de qué manera.