The New Raemon + María Rodés – Joy Eslava (Madrid)
El pasado viernes en la sala Joy Eslava asistimos a la consolidación definitiva de The New Raemon como una de las bandas (¿artista?) más soberbias con los que contamos actualmente. Para ello, bastó con defender su extraordinario tercer largo, Libre Asociación (11) y obsequiar con el que a la postre fue, según Raemon, el concierto más largo que habían dado nunca.
Abrió la velada María Rodés acompañada en escena de viejos conocidos como Elías Egido (Eh!, ex – Standstill) al bajo y contrabajo eléctrico e incluso con el propio Raemon a la guitarra de apoyo.
Sus tonadas gráciles convencieron más cuando se alejaban de la sobreexpuesta imagen tan en boga de “chica delicada empuñando una guitarra” y se dejaban llevar por texturas inquietantes y ramalazos eléctricos como en “La nana del agua”. Público respetuoso y artista agradecida dieron paso a la catarsis ramoniana.
Puede que el grueso del público pidiera o deseara canciones antiguas de The New Raemon. Yo no. Ni Raemon tampoco tras lo visto: bastó una descomunal apertura con “Lo bello y lo bestia”, “Kill Raemon” y una electrificadísima “La vida regalada” para saber por dónde iban los tiros.
Para defender el sublime Libre asociación (11) al que yo cariñosamente siempre defino como el The rising tide (00) hispano, hay que sonar inflamado, grande, decidido, elevado, solemne y saturado: y la banda, pese a algún molesto acople y a un violín que, por desgracia, no brillaba en la maraña sónica, lo hicieron: es un paso de gigante tamaña obra y su defensa erizó el vello desde el minuto uno, siendo lo más cercano a lo que supondría una hipotética existencia de Madee a día de hoy: emoción pura y sin cortapisas.
Tras la pátina de timidez disimulada de humor; a veces llano; a veces deliciosamente ácido – la cancioncilla satírica dedicada a Joy Eslava fue para enmarcar en nuestras memorias -, The New Raemon fueron desgranando un repertorio que, a día de hoy, está lleno de canciones magníficas: antiguas, como “Sucedáneos”, “La cafetera” o “El saben aquel que diu” y nuevas como la bonita “El refugio de Superman” y , sobre todo, una extasiante “Consciente hiperconsciente” con una interpretación tan sentida que no cabía más que quedar petrificado ante ella.
Antes del bis, hubo lugar para momentos más intimistas como el rescate de “El fin del imperio” o “A propósito del asno”, naderías pop puntuales como “La siesta” o “Dramón Rodríguez” –en efecto, recuerda a “No es serio este cementerio” de Mecano- y, de nuevo, el sarpullido ventricular con la exigencia de “Aspirantes” y un cierre del grueso del show con la tensión dramática de “Verdugo”.
Y si hasta aquí la exhibición era ya para el recuerdo, el bis fue lo que enmarco para siempre esa noche. Tras la pleitesía reconocida a sus amigos de Nueva Vulcano tocando la versión de “Te debo un baile” y la celebración colectiva de “Tú, Garefunkel”, ni en mis sueños más oscuros podría imaginar un final de mayor valentía escénica, tras los gritos de “guapo” y “tío bueno” que surgían en algún momento incomodando al protagonista.
Y es que hay que tener muchos huevos y creer firmemente en tus canciones y en tu propuesta más allá de lo que las mentes predecibles deseen para cerrar noventa minutos de verdad latiente con dos maravillas que ponen al borde de las lágrimas como “Por tradición” –lo mejorcísimo de un segundo disco, La dimensión desconocida (09) con el que nunca he llegado a comulgar- y el mandoble definitivo que este año me deja sin aliento: “Llenos de gracia”, el canto funesto más bellamente erigido en siglos.