Tulsa – Centauros (I*M Records)
“Yo también he cambiado, fue sin querer, no buscado”. Lo canta Miren Iza hacia el final de “Bilbao”, la segunda canción de Centauros. Si algo no se le puede reprochar al cerebro y el músculo de Tulsa es que juegue al escondite. Al menos, no en lo que respecta a la música. Después de desaparecer durante un lustro -discográficamente hablando-, Iza regresó en 2015 y, desde entonces, ha publicado tres discos (incluyendo la banda sonora para la última película de Jonás Trueba). Centauros es la confirmación de la confesión con la que arranca este párrafo, la que ya se asomaba en La Calma Chicha (Gran Derby, 2015) y que había sido anticipada antes de su etapa de barbecho en Nueva York, a modo de epitafio temporal: algo ha cambiado para siempre.
En su última colección de canciones, de hecho, Tulsa sublima el concepto a partir del cual regresó. Apartada a un lado aquella época en la que componía con guitarra y voz, Miren Iza se encuentra tan cómoda en esa nueva forma de hacer -la de componer, ya con teclado, y vestir las canciones en el estudio sin prejuicios- que ha conseguido hacer del concepto un disco. Del método, una filosofía. Da la sensación de haber profundizado tanto que ha encontrado lo que del propio concepto se puede trasladar a la realidad. Centauros, que cuenta con un texto del poeta Alejandro Simón Partal como presentación -una oda a los centauros-, es la plasmación perfecta de esa doble vertiente que, dicotomía mediante, queda representada en la figura mitológica griega que une al humano con el caballo. Las canciones, el alma, por un lado; la producción que las hace andar, el músculo… por el otro.
Y luego están las canciones. Para su regreso en 2015, La Calma Chicha, Miren Iza trianguló con Carasueño y Charlie Bautista. Dos años después, la cantante y compositora se ha dejado llevar en los Estudios Reno con Ángel Luján, apoyada de nuevo en Bautista, para facturar una colección que vuelve a acorazar las canciones a base de teclados y sintetizadores, pero también saxos, trompetas y acordeones. En lo musical, Tulsa continúa siendo Tulsa: opta por caminos vocales arriesgados, melodías y ritmos difíciles de predecir… síncopas como marca registrada. Algo que, unido al permanente estado de excepción lírico de Miren Iza, termina por concretarse en algunas de las mejores canciones firmadas por la intérprete hasta la fecha.
Iza se muestra especialmente contundente, directa y, cojan esto con las pinzas que consideren necesarias para sostenerlo, enérgica en Centauros. La canción homónima al disco, “Bilbao”, “Lobo” y “Atalaya” -hipnótica conclusión- son las mejores evidencias al respecto. Sin embargo, no deja de dar que pensar que sea en el melodrama cuando más en casa nos sentimos: en la maravillosamente sarcástica “Canción”, en la actualización de la Tulsa de la década pasada de “La miel que pudo ser” o “Amiga”, y en el dúo con Abraham Boba (“Pequeñas embestidas”). Mención especial para la onírica “Brancusi”, sinuosa reconstrucción de los hechos a partir de diamantes como “no saben que tus besos son cubos piedra”.