50 años del Rock Bottom de Robert Wyatt: El estado liminal entre la vigilia y el sueño
Mientras escribo esto miro unas fotos con atención. Estas instantáneas, en su sencillez, parecen encapsular múltiples detalles de una personalidad única. Vayámonos al número 284 de la revista Wire (octubre de 2007) en la cual David Toop entrevistaba a Robert Wyatt (el motivo era la publicación de Comicopera) y a su eterna escudera, su amor y musa inspiradora Alfreda Benge, aunque para nuestro hombre siempre fue y será Alfie. En la primera instantánea el ex Soft Machine es captado mirando desde la ventana de su casa en Louth -al noroeste de Irlanda- en la que parece que se ha descolgado una de las cortinas blancas de encaje en forma de visillo. La mirada de Robert apunta hacia un vacío indescriptible, aunque sus ojos joviales, cansados de tanto ver, se aferran a una vida que ha exprimido al máximo. Para lo bueno y para lo malo la vida se refleja en esas pupilas. También fuma, y las manchas de nicotina son una segunda piel que hace juego con un mechón de su pelo. Es un sábado por la tarde y Wyatt quiere que se le inmortalice al lado de su máquina de escribir.
En la otra foto lo vemos, de nuevo, mirando al infinito. Lleva puesto una bata y está sentado en su silla de ruedas, esa prótesis ergonómica que le acompaña desde ese fatídico día en que se cayó de un cuarto piso. En una mesa de madera tiene apoyadas sus gafas, unos auriculares y un cenicero con unas colillas. Está rodeado de libros y cedés que le esperan repostados en una estantería.
Estas dos fotografías transmiten una sensación de placidez, de haber hecho las paces con la vida y consigo mismo. Son dos retratos de un hombre que experimenta el acto creativo como si fuera su proyecto de redención, porque sus canciones le han permitido entender el mundo, recrearlo y fantasear. Uno tiene la sensación, cuando escucha sus discos, de que está viviendo una realidad paralela, mecido por los sonidos mántricos y esa voz nasal que parece emerger de un más allá fastasmático y brumoso.
Hace unos días se cumplían cincuenta años de la publicación de su segundo disco Rock Bottom, editado por Virgin en nuestro país. Una obra capital que contiene una de las portadas más bellas de la historia del pop firmada por Alfie. En ella se puede ver en primera instancia un paisaje subacuático representado por flores, algas, musgo, entre otra fauna marina. En la superficie vemos a una persona que lleva unos globos; casi enfrente de ella un volcán de juguete en erupción escupe agua; a la izquierda de este volcán se divisa una isla en donde habita una mujer (o niña: su figura es difusa) que parece hacer ademán de saltar al agua; una gaviota se acerca a la isla en pleno vuelo, y un barco se divisa en el horizonte. Es un mundo en donde se concentran fantasía naïf, lo surrealista y una ventana abierta a la alteridad sin cortapisas, siempre poniendo el foco en el matiz humanista tanto a nivel personal como colectivo.
En el libro Side By Side: Selected Lyrics (Faber & Faber, 2020) Jarvis Cocker narra una vivencia personal de su iniciación a la edad madura que, al final, acabaría por ser la el portón de entrada al universo del bardo inglés. En el trascurso de los cortejos amorosos del cantante de Pulp, y para impresionar a una chica que le gustaba, éste se calló del alfeizar de una ventana. Mientras se recuperaba en un hospital de Sheffield de la rotura de su muñeca, tobillo y pelvis, uno de los familiares que le fueron a visitar le dijo con sorna si “esto era un homenaje a Robert Wyatt”. Jarvis al final del prólogo se pregunta sobre ese calamitoso episodio: ¿quise intentar volar? Seguidamente se vuelve a cuestionar si Wyatt, tras su accidente y pérdida de movilidad, haya tenido que aprender a volar, y no tengo dudas de que, aunque metafóricamente, eso es algo que nos ha enseñado el de Bristol tras cada escucha de Rock Bottom.
En un post colgado en las redes sociales por el periodista musical Vidal Romero a raíz del aniversario de este disco decía: ¿Qué decir de esta jodida (en el fondo, sobre todo) maravilla? ¿Un universo surrealista, acariciante y maravilloso que se mea en todos los que, varias décadas más tarde, hablaban de “hipnagogia”? Pues que hoy cumple cincuenta años, y sigue brillando como si fuera un jovencito. “When you’re drunk, you’re terrific / When you’re drunk, I like you mostly”. Romero colgaba la portada de Alfreda sobre un fondo marmóreo que parecía desbordar cromáticamente los limites color crema pálido de la obra. Aquí se hace referencia también a la música “hipnagógica”, término que acuñó el crítico cultural David Keenan en 2009 (dos años después de la mencionada entrevista de Toop que precede este artículo), y que viene a significar una zona intermedia o liminar entre la vigilia y el sueño; entre los estímulos sensitivos que no captamos del todo y las alucinaciones que se erigen como motor de los sueños. Es, en cierta manera, una forma de desplazamiento hacia una esfera espaciotemporal que deja al oyente en un limbo. Esta retromania tuvo en Rock Bottom su particular acta fundacional para los amantes del pop. Quizás antes hubiera otras, pero las canciones de este trabajo son un bello tapiz de sensaciones encarnadas en unas letras y unos sonidos que, más allá de invocar un pasado para a la vez sabotearlo (esa es, en parte, el fin de la música hipnagógica), garabatea mantras que se quedan anidando en nuestro subconsciente para el resto de nuestros días.
Ahí están las maravillosas estampas de amor escritas a Alfie como “Sea Song” en la que Robert Wyatt, como un Orlando enamorado, va cruzando las estaciones para así hallar los matices más recónditos de su amada; el tintineo espectral del órgano Riviera en “Alife” que Benge compró en una tienda de juguetes en Italia acolchan un tema con resonancias al bebob y con más gestos de amor eterno (“I’ll not your larder / I’m your Little Dolly / But when plops get too helly / I’ll fill up your belly / I’m not your larder / I’m Alife, your guarder”); esa fantasía acuática de “A Last Straw” que retrata su bajada a los infiernos con los ritmos sinuosos que recuerdan al Miles Davies oceánico, y a las armonías de Claude Debussy; la voz en “Alifib” parece substituir el latido de un corazón que se expande por unos sonidos herederos de Terry Riley; en la imperial “Little Red Riding Hood Hit The Road” (magnífico trabajo de Mongezi Feza a la trompeta) hace juegos de palabras, aparecen guiños a Virginia Woolf y a su insobornable ideología política, para finalizar esta obra maestra con “Little Red Robin Hood Hit The Road” con preciosos arabescos de órgano y una estupenda línea de concertina de Ivor Cutler que rematan un disco que redefinió las líneas maestras del pop de autor.