Lydia Loveless – Somewhere else (Bloodshot / Bertus)
Aunque nadie lo diría al escucharla, Lydia Loveless es una joven de apenas veintitrés años. Su voz y las historias que cuenta, sin embargo, parecen desmentirlo. ¿Qué puede haber fallado ya en una vida tan corta para que sus canciones revienten contra el mundo y estallen en una espiral de sexo, alcohol, pasiones desatadas y hasta algo de violencia? De alguna forma emparentada con nombres como Micah P.Hinson o Hank Williams III, quizás más en la sustancia que en la forma, la norteamericana de Columbus (Ohio) lleva un camino que para ella tal vez pueda ser peligroso pero que a nosotros nos va dejando de regalo unos discos cada vez mejores.
En esta tercera entrega (recordemos, veintitrés añitos) Lydia Loveless alcanza un punto de madurez musical y compositiva que asombra. Rodeada de una banda tan impetuosa y directa como ella misma, el resultado es casi perfecto. Después de haberse aproximado al country y al folk desde diversos ángulos en sus anteriores trabajos, en Somewhere Else lo hace en perpendicular, a degüello, yendo a las raíces pero manteniendo una actitud actual, de dura carcasa y espíritu rock. El tema inicial, «Really wanna see you», deja a las claras desde el principio cuales son las reglas: empieza con un riff que parece sacado de los mejores tiempos del glam-rock o del hair-rock 80s para evolucionar inmediatamente a terrenos más arraigados en la música popular norteamericana, al tiempo que Lydia Loveless canta como si fuera una combinación explosiva de Lucinda Williams, Chrissie Hynde y Sheryl Crow en sus buenos tiempos.
Las revoluciones suben y bajan: «Wine lips» es menos arisca, con aires de clásico country-pop, como también lo son «Chris Isaak» o «Head». El guitarreo y la rabia remontan en «To love somebody» para después encontrarnos temas como «Everything’s gone», que cabalga sobre el consabido colchón de acústicas y slides. Se oyen ecos de la Stevie Nicks más americana en «Everything’s gone» y, sobre todo, en una «Somewhere else» que por momentos me recuerda a «Dreams» de Fleetwood Mac. Son dos los temas, sin embargo, que apuntan claramente a que Lydia Loveless puede ser la sucesora de la gran Lucinda Williams: la tortuosa «Verlaine shot Rimbaud», donde su voz suena brutalmente áspera, confesional, cansada y arrastrada para su edad, y «Hurts so bad», un enorme tour de force emocional y musical que se mueve entre todos los géneros americanos por excelencia, desde el soul hasta el rock. Para rematar, el álbum acaba con una versión del «They don’t know» de Kirsty McColl (aunque popularizada por Tracy Ullman) hábilmente llevada a terreno conocido y controlado.
Si a todo lo anterior añadimos unas letras brutales, emocionalmente duras, sexualmente explícitas en ocasiones, la mirada vuelve al principio de la reseña para comprobar de nuevo su edad. ¿Cuántos años, veintitrés? Si ya es capaz de desparramar sus emociones de esta manera y de componer canciones con riffs despampanantes, armonías y melodías sublimes y aroma a carretera polvorienta, ¿qué no hará dentro de unos años, con treinta o cuarenta?
Pensaba acabar diciendo que el futuro es suyo, pero creo sinceramente que Lydia Loveless es ya presente. Un ilusionante presente en eso que llaman «americana».