Los Fabulosos Blueshakers – Shake Your Mojo (Autoeditado)
Todo el mundo sabe que el blues nació en el delta del Mississippi y se expandió en Chicago y por supuesto, que eso queda muy lejos en el espacio y el tiempo de una ciudad como València. Es, por tanto, de lo más curioso, que vea ahora la luz algo tan purista y fiel a la esencia de esta música como el álbum que nos ocupa, el primero en estudio de esta banda nacida a orillas del Turia, pero que es como si lo hubiera hecho en el sur de esos Estados Unidos en que se ha desarrollado la mayor parte de la música afroamericana que ellos tan bien han sabido asimilar.
Los Fabulosos Blueshakers tienen ya una más que sólida reputación como banda de directo tanto en su ciudad como en otros lugares, gracias a una arrolladora puesta en escena que es algo más que la suma de unas partes que ya por separado son dignas de atención, pues en su alineación, pivotan alrededor del epicentro que forman los hermanos Gener -Jorge y Ricardo, armónica y guitarra, respectivamente- los no menos talentosos Juanjo Iniesta, a los parches; Francisco Rubiales, al upright bass y, last but not least, su arma secreta: Lizzy Lee, la Etta James valenciana. Una mujer dueña de una voz tan personal como heredera de todo lo mejor que a alguien versado en la materia se le pueda ocurrir respecto a vocalistas femeninas -e incluso masculinos- en la historia de la música negra.
Visto así, se explica por qué el primer disco de estudio largo de esta formación, grabado en directo en los estudios RPM bajo las órdenes de Roger García y mezclado por el mismísimo Mike Mariconda, suena tan rematadamente bien. No hay imposturas, no hay “quiero y no puedo”, no hay medias tintas: es un disco que cualquiera versado en el blues y el rhythm and blues tradicional disfrutará como si fuera un clásico. Su sonido parte de un conocimiento profundo de las raíces y diferentes ramificaciones de la música que Son House, Robert Johnson, Memphis Minnie o Howlin’ Wolf contribuyeron a edificar.
Shake Your Mojo!, que así de contundente se llama el invento, suena sin concesiones. Y lo hace desde el segundo uno, con una soberbia y nerviosa rendición del “Trouble up the road” del malote de Ike Turner, que popularizara Jackie Brenston allá por 1958, todo un cañonazo que anuncia que la fiesta no ha hecho más que empezar. La voz vacilona y bien temperada de Lizzy Lee es perfecta para ser la maestra de ceremonias de esta orgiástica mezcla de todas las virtudes del mejor blues y rhythm and blues. Es un disco para bailar, eminentemente hedonista, así lo atestigua, por ejemplo, el sonido jungla de “Barefoot rock” , de Little Junior o el homenaje a una de las grandes féminas originales del rock, la inmensa Lavern Baker, con una solvente versión de su “Voodoo voodoo” , o también ese humeante “Going down slow” de Jimmy Oden que se marcan.
Pero todo esto son versiones y la banda, sin embargo, se ha sacado del bolsillo para la ocasión varias piezas de cosecha propia, atreviéndose a colocarlas entre tanto incunable. De hecho, se equiparan en número a los clásicos (6 contra 6). ¿Ha merecido la pena? Por supuesto que sí, tarda en llegar, pero cuando aparece “Miss lucky”, pantanosa y sensual pieza que se diría sacada de un burlesque, uno percibe perfectamente que la asimilación de todo lo aprendido ha dado resultados. Es perfectamente digna de colocarse entre los grandes, Lizzy canta con convicción y la banda sabe dar espacio, generando un ambiente de misterio que sólo puede lograrse gracias a la sabiduría, la sinergia y al talento.
Mucho más divertida y bailonga, “Four men” destapa la segunda mitad del disco con una base de mambo, a la que “Now I know” añade todavía más ritmo, algo que mantienen en la recta final con la más bluesera “Last night”, la frenética “Mojo boogie” o la sorprendente onda latina de la instrumental “Chicken tacos”, que pone punto final a un gran debut que cuenta además con las colaboraciones de lujo de Spencer Evoy (MFC Chicken) y Gabriele del Vecchio y sobre todo, con el mérito de haber sido gestado, producido y editado en el año más difícil de nuestras vidas, precisamente para traerles algo de baile, alegría y buen hacer. Sólo falta que todo mejore de verdad para que lo puedan presentar en su elemento natural: el directo.