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Michael Graves (Sala Rockville) Madrid 07/10/24

“Horror” es un término que alude a algo monstruoso, sobrenatural, por encima de la moral, algo que produce miedo, pánico, terror. De contradicciones está hecha la experiencia humana, y por eso mismo el destino (o los críticos musicales de la época) tuvo a bien escoger a The Misfits como el epítome musical del “horror punk”, cuando más allá de ese maquillaje terrorífico y esa brutalidad hipermasculina de la que hacían gala, todo se reducía a un overdrive siempre por encima de los 120 BPM y melodías de lo más “pop”. Normal, al ser la perfecta evolución de bandas canónicas del punk melódico como Ramones o la adaptación noventera del doo-wop de Elvis Presley o Roy Orbison que triunfó en la América de los años 50.

Sin embargo, su recuerdo en el inconsciente colectivo ha quedado más relegado a su imagen que a lo musical. Sí, The Misftis es esa calavera en una camiseta de Pull&Bear, el título de esa serie de televisión de jóvenes problemáticos y antisociales que descubren que tienen poderes sobrenaturales o un mero icono para Halloween importado por los yankis. Como decíamos, es una marca que ha trascendido a lo musical, pero que en última instancia remite a canciones pop que cantamos en los mejores años de nuestra vida sin importar la edad. Todo eso se pudo sentir en el concierto ofrecido por Michael Graves en Madrid, el otro vocalista con el que la banda se refundó a finales de los años 90. En los tiempos que vivimos, marcados por una necesidad de búsqueda del artificio o la vanguardia musical, escuchar del tirón los álbumes que grabó junto al resto de la banda y que tocó casi íntegramente en una noche memorable, (American Psycho (1997) y Famous Monsters (1999)) resulta un atracón pop de lo más divertido, atractivo y emocionante.

Y, como si fuera un sueño, esos dos álbumes se carnalizaron en la voz de Michael Graves, el heredero al frente de la banda después de la partida de Glenn Danzig, quien entonó esas canciones que siempre escuchábamos en baretos de jebis y punks mientras jugábamos al futbolín. Resulta imposible desligar la experiencia personal de descubrimiento de ese cancionero magistral a nivel melódico, como sucede con todas las grandes obras pop, y podemos constatar que en la noche del 7 de octubre de 2024 sucedió algo mágico en la sala Rockville en la que actuó Graves, acompañado de Jacob Cámara y sus músicos del proyecto de southern rock murciano House of Dawn, que sirvieron de teloneros para luego metamorfosearse en los dedos y las manos de Jerry Only o Doyle Wolfgang von Frankenstein.

Imposible no dejar caer una lagrimilla nada más oír los primeros compases de “Last Caress”, himno absoluto e intergeneracional, a pesar de no estar enmarcada en su etapa con The Misfits (desconocemos lo que sus antiguos compañeros pensarán al saber que toca las canciones de la etapa Danzig). “Soy un Michael muy distinto del que era entonces”, avisó el artista a su público a mitad del show. “Tan solo tenía 20 años y, de pronto, estaba tocando con una de las bandas de hardcore punk más famosas de Estados Unidos”. Entre el público, alguien decía “aquí viene Miguelito Tumbas”, quizá el diminutivo estaba justificado por su notoria baja estatura en comparación con los músicos que le rodeaban. “Famous Monsters cumple 25 años este mismo sábado y me vienen a la memoria un montón de recuerdos”, se confesaba antes de arrancar “The Forbidden Zone” y “Lost In Space”, dos de los momentos álgidos de la noche.

“Todo el poder de mi voz está en vosotros”, recalcaba Graves. No es para menos; para muchos, era la primera (y quizá la última vez) que sentían que aquellas melodías forjadas a fuego existían de verdad, carnalizadas en la figura del artista. Un concierto de The Misfits en pleno 2024, ¿cómo te quedas? En esta ocasión, como en tantos otros conciertos de bandas con himnos inmortales, lo importante en sí no fue la ejecución vocal (que dejó algún que otro gallo) o el hecho de revivir a modo de karaoke el sentimiento de euforia compartida y conflicto que hubo en su día (mención especial para los armarios humanos que separaban el escenario del público con mirada de pistoleros, como si se fuera a revivir la violencia que caracterizaba los conciertos de la era Danzig); lo trascendente de bandas pop como The Misfits pasa por corear todos juntos los párrafos y estribillos que transmiten emociones inexplicables, gritar esos woohhs interminables hasta dejarse la voz, y embriagarse por la energía del ambiente. Asistir al show de Michael Graves no se sentía como un ejercicio de nostalgia, sino más bien al contrario: canciones vivas, palpitantes, selladas para la eternidad.

Hablábamos del “horror” al inicio. Y la vida de Michael, en cierto modo, está también empañada por varios horrores. Tanto llamar al diablo -“Speak of Devil” quedó antológica- tiene sus consecuencias. “Estuve enganchado a la cocaína y a la marihuana, fue la peor época de mi vida”, rememoró antes de “Descending Angel”. No en vano, su salida de The Misfits fue de lo más turbulenta posible. Tuvo que pasarlo muy mal embarcándose en aquellos excesos con tan solo 20 años, abandonar su hogar para siempre y ser apadrinado por esos gorilas. Ello no es excusa para acabar metido en otro de los horrores más contemporáneos: el supremacismo blanco. Sus relaciones amistosas con el grupo Proud Boys, instigadores del asalto al Capitolio en 2021, han manchado su imagen, además de relacionarle ya no con el ala republicana, sino directamente con la extrema derecha.

No podemos separar la obra del artista, y por ello, en el caso de Graves, podríamos quedarnos con todo (aunque nos disguste) o admitir que tiene dos caras. “Escuchadme”, insistió en los últimos compases del directo. “No importa lo que hayáis oído de mí en Internet o en la calle, siempre estaré aquí para vosotros, desde el principio, no me importa si sois blancos, negros o amarillos. He cometido errores, pero os amo. Cuidaros mucho y recordad que Michael Graves os quiere mucho”, recalcó, antes de terminar el concierto con “Helena”, la que sin duda es la letra que mejor define tanto la carrera de The Misfits como la extraña personalidad de Graves:

“Si te corto los brazos y las piernas
¿me amarías de todos modos?
¿Por qué no me amarías?”

De algún modo, eso es lo que representa Graves y, en general, el legado de The Misfits al margen de Danzig: muchísimo maquillaje, músculo y overdrive, pero en el fondo un corazón blandito. La perfecta moraleja para la masculinidad disociada de nuestros días. “It’s killing time everyday!”.

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