Daydeam Festival – Parc del Forum (Barcelona)
Una cosa está clara. Cuando se cuenta con un cabeza de cartel del peso específico de Radiohead se corre el riesgo de que el concepto de festival acabe por desvirtuarse y el asunto se convierta en un concierto con muchos teloneros.
Pese a la incursión de un par o tres de bandas notables, un poco eso es lo que ocurrió en una primera edición del Daydream Festival que tuvo que lidiar con la amenaza de lluvia y, sobre todo, con el fantasma de una huelga de transportistas que, la noche anterior, dejó a más de uno sin dormir.
Ante la imposibilidad material de poder ver a los legendarios Faust (abriendo las puertas a las 16h de un jueves laborable, aquellos que engordan las listas del paro tuvieron ocasión de llevarse al menos una alegría) llegué justo a tiempo para ver las camisas hawaianas y las mascarillas que lucían Clinic. El suyo anduvo lejos de ser “uno de los mejores directos del momento” como nos habían prometido pero el autodenominado voodoo punk de los de Liverpool funcionó como perfecta banda sonora a una primera cerveza (en vaso reciclable, eso sí) a la espera de pasar a mayores. Lo de Liars ya fue otra cosa. El trío de Nueva York (cuarteto sobre el escenario) ostenta una curiosa trayectoria; nacieron al amparo del punk-funk con el difícilmente memorizable They Threw Us All in a Trench and Stuck a Monument on Top (01), deconstruyeron el rock en They Were Wrong, So We Drowned (04) y Drum’s Not Dead (06) y, a medida que se acortaban los títulos de sus discos, su música se iba tornando algo más convencional hasta llegar a Liars (07). Y un poco de todo eso es lo que pudimos ver sobre el escenario principal; ritmos marciales, atonalidad, guitarras asimétricas y un Angus Andrew vestido de primera comunión. El pop con toques electrónicos de los franceses M83 no fue más allá de la anécdota o el concierto para fans y su voluntariosa puesta al día del legado de My Bloody Valentine, aunque a ratos resultara convincente, no pasará a la historia. Como tampoco lo hará el colorista pero todavía verde directo de unos Bat For Lashes que pueden ofrecer algo interesante en el futuro, justo cuando Natasha Khan se dé cuenta de que no puede ser otra Björk y se centre en hacer canciones tan buenas como “Horse and I”. Para hablar de Low deberíamos ponernos de pie aunque, para disfrutar de su siempre asombroso directo, nada mejor que las butacas del Auditori. Parece difícil que pueda hacerse tan buena música con tan pocas notas pero Mimi Parker y Alan Sparhawk (acompañados por el bajista Matt Livingston) no se cansan de recordárnoslo. Su último movimiento por el momento es el desnudísimo Drums and Guns (07) del que tuve tiempo de escuchar “Sandinista”, “Dragonfly” y “Pretty People” hipnotizado ante el juego de voces del matrimonio mormón más en forma del indie (y probablemente el único). Después de la canción que da título al catártico The Great Destroyer (05) alguien me estiró del brazo, me sacó de allí, me empujó entre la muchedumbre y me recordó que había cruzado toda Barcelona por una razón.
En efecto, tras el aperitivo llegó el plato fuerte de la noche. Ocho años después de su última visita a Barcelona, Radiohead volvían a la ciudad convertidos en un auténtico fenómeno de masas. Tras cuatro años de especulaciones sobre el futuro del grupo y silencio discográfico, el sonado lanzamiento de In Rainbows (07) ha vuelto a situar al quinteto de Oxford en el centro de todas las miradas y a convertir su directo en uno de los más apetecibles del panorama musical actual.
Esa sensación de estar ante una de las bandas más grandes y respetadas de nuestro tiempo podía palparse en el ambiente incluso antes de que saltaran a escena y, cuando lo hicieron, la magia se desvaneció momentáneamente. “15 Steps” y “Bodysnatchers” resultaron confusas y faltas de pegada; al que no estuviera brincando seguro se le encendieron las alarmas pero, para cuando cayó “Airbag”, el primer clásico de la noche, el sonido ya se había ajustado y la maquinaria británica empezaba a estar engrasada.
Las desfavorables circunstancias que rodearon a su única actuación del año en España (ausencia de prueba de sonido, posibilidad real de tocar en un escenario paralelo sin su equipo de luces, etc) hicieron que el concierto de Barcelona posiblemente no se tenga que contar entre los mejores de la gira pero Radiohead supieron sobreponerse a las adversidades para acabar brillando y, lo que es más importante, logrando con su música que las 21.000 personas presentes se sintieran especiales. Ahí cada uno escogerá su momento mágico y cierto es que hay mucho donde elegir. El que piense que In Rainbows es otro paso en firme del gigante estuvo de enhorabuena puesto que sonó la totalidad del disco, del dueto de acústicas de una “Faust Arp” dedicada a Faust a las texturas electrónicas de “Videotape”, de “Weird Fishes/Arpeggi” a una “Jigsaw Falling Into Place” que, pese a ser la canción más directa del lote, fue la que sonó más deslavazada y torpe. Para el que OK Computer (97) sea el gran disco de fin de siglo, tocaría el cielo con “Airbag”, “Lucky” y la siempre emocionante “Paranoid Android”. Quien, de lo contrario, opine que el movimiento más inteligente de la banda vino con el tándem formado por Kid A (00) y Amnesiac (01) aplaudiría el riesgo y la brillante ejecución de “Everything in Its Right Place”, “Pyramid Song” o “Idiotheque”. Si alguien (como un servidor) considera que “There There” es el mejor single que jamás hayan firmado, debió disfrutar con el juego de percusiones y el amante de las anécdotas se quedaría con la imagen de Thom Yorke tocando la batería en “Bangers and Mash”.
Pocas concesiones hubo al pasado, acaso un par de temas en la recta final que le debieron saber a gloria al nostálgico, “The Bends” y una “Planet Telex” que puso el cierre a dos horas de actuación. El que simplemente “pasaba por allí”, que de esos siempre hay unos cuantos, se dejaría llevar por la indiscutible espectacularidad de una puesta en escena de esas que quitan el hipo, los espasmódicos bailes de un frontman tan atípico como Thom Yorke, los contorneos de Jonny Greenwood con la guitarra, los oportunos coros de Ed O’Brien, el trabajo fundamental de Colin Greenwood al bajo o la espartana precisión de un Phil Selway que, con las baquetas en la mano, nunca se va por las ramas.
Como era de esperar no sonó “Creep” pero hay algo romántico en ver al esquivo Thom Yorke dándose un baño de multitudes sobre el escenario. El suyo es el triunfo del inadaptado, del bajito y feo que antes recibía todas las collejas y ahora está en la cima del mundo. Eso hace más humano a un grupo que, por trayectoria (una colección de discos que han marcado la vida de miles de personas), canciones (el solo estribillo de “At Wolf at the Door” es capaz de dejar en evidencia a toda una legión de imitadores) y compromiso (una ONG se encarga de cuantificar y tratar de minimizar el impacto ecológico de sus giras), parecen venidos de otro planeta.