Destroyer + Eleanor Friedberger (Sala Jerusalem) Valencia 23/11/25
Por si no fuera ya suficiente buena noticia la visita de Dan Bejar y su banda, Destroyer, a la ciudad de València, no mucho antes del evento nos enteramos de la añadidura nada menos que de Eleanor Friedberger al cartel. Una de las musas del indie de principios de este siglo y artífice de enormes discos con su banda, The Fiery Furnaces, o también en solitario.
Tal vez fuera por eso, o porque nuestro presidente del gobierno había señalado, en una reciente visita a las dependencias de Radio 3, al último disco de Destroyer, Dan’s Boogie, como su favorito de este año, pero la entrada registrada para verles un frío domingo por la noche en Jerusalem, la céntrica discoteca donde iba a tener lugar el evento, fue mucho más considerable de lo que inicialmente cabía esperar. Sobre todo porque a esta ciudad últimamente le salen eventos musicales debajo de las piedras.
Una pena que muchas de las personas que habían comprado su entrada consideraran a Friedberger como una telonera al uso, llegando tarde se perdieron a una cantautora muy personal e inteligente que hizo un show pequeño, bonito y repleto de buenas canciones, escogidas tanto entre su repertorio en solitario, que cuenta con discos tan chulos como Personal Record o New View, como entre el de Fiery Furnaces, banda que formó en Brooklyn con su hermano y que tuvo mucha repercusión, sobre todo a nivel crítico, con discos como Blueberry Boat, que por cierto se reedita ahora.
En el set de Eleanor hubo lugar para un buen número de grandes temas (“My mistake”, “Staring at the sun”, “Far away”), que gozaron de una visión íntima y austera, pero no por ello exenta de gran encanto. Y, en todo caso, sirvió de perfecto warm up para lo que se avecinaba. A ritmo del “Tropical hot dog night” de Captain Beefheart & His Magic Band, salen a escena Dan Bejar y seis músicos más, que toman posiciones sorprendentemente rápido y acto seguido la emprenden con un “The same thing as Nothing at all” del nuevo álbum que se siente a pleno pulmón, casi monumental. Y eso pese a un sonido que aún tendrá que reajustarse un poco (sobre todo la voz) en las canciones venideras, como la estupenda y casi synth pop “It just doesn’t happen” , en la que todo va sonando más en su sitio.

Dan canta con el pelo enmarañado, camisa totalmente sin planchar, la cara entre indiferente y desafiante y la mano en el bolsillo. Parece querer decir que esto no va con él, pero ciertamente hay algo magnético en su actitud, algo inexplicable que te hace clavarle la mirada. De hecho, con “Tinseltown swimming in blood” ya estamos todos metidos en ese bolsillo en el que él mete tanto la mano. Si lo de este hombre siempre ha sido el romanticismo llevado al paroxismo, él se mete de lleno en el papel con ese aire ensimismado tan de poeta torturado de tiempos pasados. Además, su voz empieza a delatar cierta emoción que va más allá de toda pirotecnia escénica. No necesita mover un músculo para transmitirla. No obstante, acaba esta canción en cuclillas y bailando, como en trance (aunque pronto descubriremos que está revisando sus letras). Es solo la tercera que suena y ya estamos todos montados en su nube.
Y para que no bajemos, va, y aparece la Friedberger para cantarse a dúo con Dan un “Bologna” en el que, de nuevo, adquiere gran protagonismo la trompeta de esa especie de general confederado que es JP Carter. Su toque parece inundar el ambiente de un halo de nightclub nada adecuado para un domingo, pero eso nos da igual. Eleanor continúa en el escenario para cantar en solitario “Hell”, mientras Dan le da a la pandereta más en trance que nunca desde una discreta esquina del escenario. Y es que no se le echa de menos, con ella al frente el barroquismo pop de este precioso tema alcanza otro nivel. El sonido de la banda cuando baja del escenario es apoteósico. Se llevan la primera gran ovación de la noche.

Dan toma el micro para emprenderla con “Sun meets snow”, una canción cuya ferte intensidad juega con el crescendo, hasta convertirse en una especie de fanfarria caótica que, la verdad, hiela la sangre. El nivel de esta banda es espectacular. Son tan versátiles que son capaces de alcanzar esa atmósfera ruidista y proseguir, acto seguido, en tonalidades completamente diferentes con la volatilidad de la imprescindible “Kaputt”, primera incursión de la noche en el que quizás sea su mejor disco.
Vuelve la crudeza con “Cue synthesizer” y la banda de nuevo está atronadora, pero sin desequilibrar sonido, algo que parece imposible con tanto cambio de intensidad y volumen. Pero lo consiguen. Alcanzan el cielo de nuevo con otro clásico reciente, “The states”, así como con otra de las nuevas, “Cataract Time”. El sonido propio de la sala, al ser de techo alto, beneficia, al contrario de lo que suele suceder, al magnífico estruendo que generan. Se aprecian perfectamente los matices y la voz de Dan, que no es especialmente potente, no se resiente, milagrosamente, de la fuerte pegada del batería.

La potencia de ese single de rock perfecto que es “Hydroplaning off the edge of the world” lleva el concierto a otro lugar. Ni siquiera importa que Dan empuñe los folios que tiene en el suelo con sus lyrics escritos para poder leer mejor una letra que, como muchas de las suyas, tiene bastante de letanía. Pero a él le sienta bien eso. Lo que a cualquier otro le resultaría una excentricidad amateur, él lo convierte en encanto. Por eso la trompeta y los “tralalás” de esta canción podrían sonar hasta el infinito. Nosotros tan contentos.
Pero de nuevo hay un cambio de ritmo: con Dan sentado, casi tumbado, en el suelo, la banda nos embarca en una atmósfera densa, pilotada por el sintetizador y la trompeta. Unos minutos de puro homenaje a Steve Reich que en cierto modo sirven de balón de oxígeno y de introducción, sobre todo, a esa maravillosa joya pop que es “Suicide demo for Kara Walker”, con la que acaban set y dejan con ganas de un bis que llega chasqueando los dedos con “Travel light”, gana intensidad con “June” y otro tremendo crescendo de la banda, pero deja hueco para una más, que además es gran sorpresa, nada menos que “Streethawk I”, un oscuro y poderoso clásico de sus primeros discos que hace las delicias de los que le han seguido siempre. Y continuarán (continuaremos) siguiéndole, haga lo que haga. Qué concierto, madre mía.
Fotos Destroyer + Eleanor Friedberger: Susana Godoy

