Elvis Presley – A boy from Tupelo (Sony)
El trabajo que la división Legacy de Sony ha hecho con Elvis Presley: A boy from Tupelo es impresionante desde cualquier punto de vista. Estéticamente la presentación no puede ser mejor y conceptualmente la idea es perfecta: Todo Elvis entre 1953 y 1955, los que fueron tanto sus años formativos como de explosión, encajado en un solo disco al que suman dos más, uno con todas las tomas que realizó en los Sun Studios y otro con grabaciones en directo de la época. Estos dos últimos compactos están destinados a coleccionistas y su valor es importante (aunque algunas de las tomas en vivo son de calidad baja aunque documentalmente significativas), aunque creo que el gozo monumental reside en el primer disco con veintisiete canciones y en el libreto que la caja contiene. Sinceramente, no hay palabras.
Comenzando con las páginas, podemos decir que el libreto está tan documentado, bien presentado y maquetado que podría haberse vendido por separado. Sinceramente, es brutal, documenta estos primeros pasos de Elvis al detalle, con fotografías de la máxima calidad y textos sensacionales, comenzando con una primera entrada fechada entre el 4 y el 10 de julio de 1954 y terminando con la última semana de diciembre de 1955, 120 páginas que dejan muy alto el listón.
Leyéndolas, uno no deja de maravillarse ante el milagro de que Elvis fuera capaz de concentrar tanta música en su persona, darle identidad y devolverla al mundo en forma de interpretaciones tan mágicas. El talento es algo tan sobrenatural que reside allá donde menos se espere, o como en este caso, en un simple chico de Tupelo en cuyo destino estaba el dar voz no solo a la nación estadounidense, sino al mundo entero. Este primer Elvis, más sencillo a todos los niveles -musical y personal- que el que acabaría siendo, es un primer paso en su evolución, pero tiene la misma fuerza, poderío y propósito que el que muchos años más adelante grabara obras imprescindibles como la banda sonora del especial televisivo “Elvis NBC TV Special” (1968) -también conocido como “68 comeback special”– y “From Elvis in Memphis (1969)”. Porque, valga la redundancia, este Elvis también es imprescindible, puede que para algunos más que el futuro Elvis, aunque en realidad su valor sea el mismo, es decir, incalculable.
Evidentemente, el joven que canta en estas primeras canciones es uno desnudo ante el micrófono, sencillo y espontáneo, aunque Elvis siempre fue muy espontáneo. Aunque aquí su bramido de león ya se da, a medio camino entre el gozo y el dolor, esa energía animal tan suya, tan sexual y a la vez moderna es marca de la casa desde el primer día. No se puede poner ninguna pega a las canciones contenidas en el primer compacto de esta caja (ni tampoco a las de los dos otros discos, aunque insistamos, hay que haber buceado previamente para exprimirlas bien). Se abre con cuatro canciones que Elvis pagó de su bolsillo, continua con “Harbor lights”, el comienzo de la avalancha. Qué barbaridad en cuanto llegan “That’s all right” y “Blue moon of Kentucky”, dos canciones que cuando Elvis las graba en verano de 1954 aun no tienen ni diez años de vida a las que él vampiriza e insufla nueva vida a sus órdenes. ¿Qué decir de Baby let’s play house’ o la enigmática ‘Mystery train’? ¿Y “Tryn’ get to you”?
Curiosamente, hablamos de música de sesenta y tres años de edad que sigue sonando joven porque reconoce su elementalidad y lo complejo inherente a esta. Estas canciones de Elvis recogen una cotidianidad y un misterio esenciales, recogen el palpito de corazón de la vida misma. Y por eso siguen tan vivas, porque son auténticas, porque beben de una humanidad inextinguible.