Jero Romero – Cabeza de León (Autoeditado)
Cuando llega a tus manos un disco tan honesto como este, hecho con el corazón y apostando por el alma de una comunidad, la que ayudó a su autor a meterse en el estudio por medio del sencillo pero efectivo método del crowfunding (vosotros poneis la pasta y yo os devuelvo talento y canciones), la primera sensación es la de la tremenda satisfacción por poder disfrutar de un trabajo hecho desde la más absoluta independencia y haciendo del derroche de energía la bandera necesaria en estos tiempos de escuchas rápidas e impresiones someras.
Jero Romero decidió presentarse en sociedad así, con su nombre de pila y una pila de canciones tan sencillas como demoledoras, para que después de la calma que deja la escucha de estas doce piezas rememorásemos la tormenta que significó la desaparición de su anterior banda, los nunca bien ponderados The Sunday Drivers, en el mohíno panorama de la música independiente de inicios de siglo.
Músico por convicción y vocación, el toledano prefiere camuflarse bajo la humildad del tono acústico que preside los tres cuartos de un álbum que muestra esa Cabeza de león que luce orgullosa desde el título, y sin hacer demasiado ruido pero poniendo las notas justas para acompañar sus historias de desquites, escritas con “un gusto desmedido por definir el pormenor” (así lo canta en el tema de apertura, «Correcto») y bajo la precisión de unas melodías construidas a medias con el otro alma mater de este suculento proyecto, un Charlie Bautista multiplicado en funciones musicales, que ejerce además de productor y arreglista y que llena de armonía una grabación en la que, en contra de lo que parece, el amigo Jero ha grabado más pistas que nunca.
Y de eso, de melodías, anda sobrado: el trotón tempo de «Las leves» o el brioso estribillo de «Nadie te ha tocado» (“como lo hago yo”) serían sólo un breve ejemplo de ello. Pero como esto del pop dicen que concentra gran parte de su importancia en la capacidad de síntesis o, lo que es lo mismo, en la brevedad, rara vez a lo largo del disco vemos al minutero superar la barrera del tres, tal es la precisión y concreción de estas canciones. Escuchando «Desinhibida» o «Devolverte» (esta última debería ser incluida en la hipotética lista de canciones imprescindibles del año) volvemos a recuperar la pasión por esos pequeños grandes momentos en que alguien se arma tan sólo de una guitarra y unos cuentos cotidianos para hablarnos de cosas que a todos nos han pasado por la cabeza alguna vez. Quien no le encuentre el lado oscuro a unos versos como “nunca quise hacer dos cosas a la vez, intenté cambiarte y te estropeé” después de escucharlos en su voz no debería seguir intentándolo con este disco, un modelo de preciosismo y de cómo decir lo justo de la forma más justa.
Acompañan apenas unos preciosos vientos, una percusión que adorna sin apabullar y unos violines que sirven de atmósfera perfecta para que te sientes en tu sofá favorito, pongas el volumen de tus cascos al volumen adecuado y te dejes arrastrar al profundo sueño de las canciones improbables, que son las más factibles en un mundo donde la música sigue siendo, lamentablemente, algo secundario. Pero nada trivial, añadimos, por eso existe gente como Jero Romero.
Y nosotros, mientras así sea, agradecidos y emocionados.