Julia Jacklin – Don’t Let The Kids Win (Polyvinyl Records)
Los artistas que van de intensos, esos cuyas vidas parecen eclipsar con sus profundos vaivenes emocionales a cualquiera de las otras de un mortal cualquiera, siempre fueron sobrevalorados en el mundo de la música. Contar lo que te pasa de manera natural y emocionante, sin que se note mucho que lo que en verdad necesitas es ser escuchado, no resulta tan fácil hoy en día, cuando andamos saturados de voces nuevas a cuyas palabras se suele dar más importancia de la que realmente tienen. La de la australiana Julia Jacklin es una más, solo que mucho más observadora y certera en sus observaciones personales. En Don’t Let The Kids Win, un debut discográfico de lo más logrado, podemos encontrar una especie de tratado sobre cómo remendar un corazón destrozado en once canciones que podrían servir de lección de vida varios años después de ser compuestas.
Basándose en las enseñanzas de otras mentes clarividentes contemporáneas en intensidad (no es extraño que nos acordemos de Angel Olsen o Sharon Van Etten, válidas para una misma línea de investigación), la adorable Julia narra los avatares que le ha tocado vivir a su manera, y puede decirse que ésta es bastante certera en sus observaciones. La infancia como lugar al que jamás se regresará cimenta el sentimiento de pérdida de “Small talk”, un vals camuflado que se puede bailar con los ojos cerrados. Son los deseos cumplidos a medias, como los que proclama en “Hay plain”, los que provocan un hallazgo a destiempo, tal vez el verdadero amor al que tratamos de burlar con los fuegos de artificio de relaciones sin sentido. Lo dice todo tan bien y de forma tan bonita que la reverberación de las guitarras suena cruda, un adorno perfecto para unos temas confesionales y un alma visceral que se viste de delicadeza para desmañarse.
El paso del tiempo, el tránsito a la edad adulta (“Coming of age” es el punto enérgico que necesita el disco, un número rockero a lo Courtney Barnett) y las dificultades y el riesgo que suponen la conexión con otra persona están explicados en “Pool party”y “Leadlight”, con un marcado ritmo fifties en este último y una impresión general de que en un supuesto top ten de la nueva música americana del siglo XXI figuraría gran parte de este álbum. Tiene mucha miga que todo esto lo haya escrito una jovencísima mujer que se ganaba la vida en una fábrica de aceites esenciales acumulando historias que contarle a su diario, historias que por fin ve convertidas en canciones. Sencillamente mágicas o mágicamente sencillas, pero canciones, que al fin y a la postre es de lo que va la historia del pop. ¿O no?