Marc Almond – Shadows and reflections (Sony BMG)
Cuando en 1981 escuché por primera vez “Tainted love”, de Soft Cell, tuve la certeza de que estaba ante algo completamente nuevo, diferente, un salto adelante en el tiempo de proporciones incalculables. De repente la música que me gustaba había envejecido décadas en un par de minutos. No podía imaginar entonces que Marc Almond me la estaba colando. Lo que yo creía liebre novísima era en realidad gato viejo. Ese es Marc Almond, esa es su esencia, su obra, su razón de ser. Un trilero, un cazatesoros, un dibujante de hechizos sobre telas gastadas. El verdadero Mago Pop.
Sin apenas darnos cuenta, llevamos décadas aprendiendo la Historia del Pop más subterránea a través de Marc Almond. Gracias a él muchos supimos de Gloria Jones, David Mc Williams o Gene Pitney, y puede incluso que para algunos fuese la puerta de entrada al universo de Scott Walker y la chanson de Jacques Brel, Juliette Gréco o Charles Aznavour. Quien sabe, puede que gracias a él alguien descubriese a Reed, a Bowie, a Bolan. Almond es (seguramente) un erudito y (sin duda alguna) un apasionado de la música de los 50 y 60. No fue de extrañar, por tanto, que nada más recuperarse del accidente de moto que casi le cuesta la vida en 2004 lo primero que hiciera fuese grabar un álbum de versiones, el magnífico Stardom Road (2007), picando del cancionero de Charles Aznavour, Dusty Springfield, Sinatra, Roberta Flack, David Bowie, Bobby Darin o Andy Williams, entre otros.
Ahora, diez años después, Marc Almond repite la jugada. Esta vez se propuso bucear en el pop barroco y orquestal de los 60, el de los arreglos inacabables y la épica Spectoriana. Y, una vez más, escarba en sitios insospechados para encontrar joyas que a muchos nos habían pasado desapercibidas. Resulta que existen cumbres del pop orquestal interpretadas por grupos, a priori, más cercanos a la crudeza del blues, dentro de la cultura mod, en el rock de los primeros 60. “Shadows and reflections”, la canción que da título al álbum, es una pequeña gema pop de The Action, como “How can I be sure” de Young Rascals, “Still I’m sad” de los Yardbirds, o “From the underworld” de The Herd. Del gusto de Almond por transitar las carreteras embarradas en los márgenes de las autovías da testimonio que, al fijar sus ojos en Barry Ryan de nuevo (ya lo hizo en álbumes anteriores), escoja la oscura “All thoughts of time” en lugar de esa brutalidad llamada “Eloise” que todos conocemos y tenemos en mente como quintaesencia del pop exageradamente orquestal. Reconocido fan de Billy Fury, adapta aquí su “I’m lost without you”, al tiempo que recupera la figura de Julie Driscoll con la brutal “I know you love me not” y echa mano, como no, de clásicos como Bacharach (“Blue on blue”), los Gershwin (“Not for me”) o el estándar “The shadow of your smile”.
Sí, Almond es un genio escogiendo y adaptando canciones de otros. Pero no se equivoquen: lo es también componiendo sus propias creaciones. Es por eso que “Embers”, creada para la ocasión queriendo sonar, según sus propias palabras, como los Walker Brothers, es quizás la joya del disco. Menos ampulosa, más delicada, y quizás por eso más emocionante. Una maravilla, como también lo es otra composición original, “No one to say goodbye to”. Como todo el disco, desde el principio hasta el final.