Sleater-Kinney – Little Rope (Loma Vista Recordings)
Probablemente resulte áspero lo que voy a decir, pero es un hecho que de la catarsis producida por un gran dolor, es frecuente la extracción de un aprovechable impulso artístico. Casos de discos, libros, películas u obras plásticas influidas por la ruptura sentimental, la enfermedad, el dolor o, directamente, la muerte, hay a montones. Incontables. O quizás sea que a los receptores de esas obras nos va el morbo, no sé. Pero el caso es que suele dar un empuje a la inspiración que trae grandes resultados.
Eso es lo que pasa con este disco. El que hace once en la carrera de Sleater-Kinney, una de las formaciones más importantes en el negociado indie-rock de los Estados Unidos. Y, sin duda, una referencia enorme cuando hablamos de mujeres que han dejado su impronta con sumo poder en este terreno. Es también el tercer disco desde que se reunieron, tras un período de separación largo, en 2014, y el segundo tras el abandono del barco por Janet Weiss, la batería que junto a Carrie Brownstein y Corin Tucker completaba el trío que dio forma a las obras por las que serán recordadas.
Y lo tengo que reconocer, aún a riesgo de parecer flaco de objetividad: soy un gran fan de Sleater-Kinney. Es, de hecho, una de las pocas bandas por las que he viajado lejos para asistir a un concierto. Por eso me vino muy mal la noticia de que Janet Weiss se iba. La silla se quedaba coja y eso, además, en mi opinión, quedó patente en un disco que no cumplía las expectativas que despierta siempre una trayectoria como la suya. Path Of Wellness (2021) no es un mal disco, pero no está a la altura de todos los demás. Ni de lejos.
Carrie y Corin dudaron, pero al final quedó claro que, a pesar de todo esto, querían seguir. De hecho, ya tenían algo de su siguiente paso esbozado cuando, de repente, les cayó la bomba encima. El padre y la madrastra de Corin se mataron en un accidente automovilístico durante un viaje por Italia. El dolor fue indescriptible. Especialmente para Corin, pero también para su compañera y amiga que lo ha sido, al fin y al cabo, desde la adolescencia. Y pese a que, como dije, el disco ya estaba más o menos ideado, este hecho supuso un importante giro de timón. Tal vez por eso, la sensación endeble que producía su anterior álbum, queda aquí completamente olvidada.
Little Rope (pequeña soga) es un título poco amable y que usa esa costumbre tan española de disminuir irónicamente lo muy dañino. Quizá sea ese el motivo de que su sonido fluctúa también un poco entre lo hiriente y lo balsámico. La producción del famosísimo John Congleton puede que domestique en parte las canciones, pero es sólo apariencia. La furia, las guitarras punzantes y el músculo sigue presente en un paquete de canciones que, esta vez sí, está hecho con las tripas. Como lo habían hecho siempre. Casi como si Janet todavía estuviera, pero con otro punch. Podría incluso decirse que, por primera vez en su existencia, sus canciones resultan plenamente radiables.
Al fin y al cabo, pese a la pérdida del pulso imponente de Weiss, el equipo compositivo siempre había sido el formado por Tucker y Brownstein. De modo que sólo tenían que encontrarse de nuevo y volver a funcionar en sinergia dentro de otro contexto. Y así ha sido. Se nota que eso sucede desde el primer tema, convenientemente titulado “Hell”, título seguramente descriptivo de todo lo que ha tenido que pasar su autora, y que empieza lento, apesadumbrado, pero no tarda en explotar hacia algo mucho más contundente y luminoso. Y es una tónica que persiste a lo largo de toda la secuencia de esta inspiradisima lista de temas, que sabe mantener el sonido base clásico de la banda, pero evolucionando hacia algo más brillante y profundo que abre la ventana hacia una nueva etapa. Más melodía, estructuras más pop, sonido más pulido que nunca, pero sin resultar forzado, todo lo contrario. Al fin y al cabo, pretender sonar ahora como en Dig Me Out (1997), All Hands On The Bad One (2000) o One Beat (2002) sería absurdo. Lo natural es lo que han hecho aquí, ser quienes son ahora mismo.
Sleater-Kinney no sólo han pasado de ser un trío a un dúo. Las personas que integran este dúo son otras completamente diferentes a las que otrora formaron la banda. Por eso podemos considerar este un disco de madurez, nacido del dolor, pero centrado en la búsqueda de su curación. Sin lamentos innecesarios, sin histrionismos, ni abuso del victimismo. Es por eso que esa dicotomía furia-melodía, tristeza-alegría, está presente en prácticamente toda esta colección.
La producción de Congleton, además, las hace sonar más sofisticadas, algo que no lograron de forma creíble, pese a intentarlo muy fuerte, en su anterior trabajo. Aquí todo está en su sitio, incluida la actitud, así que suenan crecidas y vigentes sin perder un ápice de su espíritu. Todo un paso de gigante, a estas alturas de su existencia, que deja canciones tan bien labradas e incorporables a su repertorio más clásico como “Say it like you mean it”, “Don’t feel right” o “Crusader” y que, ante todo, supone una gran noticia para todos los que las habíamos dado por perdidas. Ahora sí: tras las separaciones, las deserciones, la muerte, el dolor, Sleater-Kinney ha renacido.