Sufjan Stevens – The Age of Adz (Asthmatic Kitty Records)
Y finalmente llegó el nuevo disco de Sufjan.
Cinco años más tarde, el de Detroit vuelve con lo que parecía imposible: un trabajo que estuviera, por lo menos, a la altura del magnífico Illinois, que es su cima y a la vez su carga. Ahora podría lanzarme en una diatriba metafísica sobre este The Age of Adz: una perorata post-apocalíptica cargada de esdrújulos superlativos. Sí, es un discazo, pero la verdad es que no hace falta ponerse místicos. Y es que el propio Sufjan abandona aquí su faceta mesiánica para volverse terrenal. Y después de haber dedicado discos a dios y a su país, se deja de rollos conceptuales, toma la primera persona y nos descubre al Sufjan más mundano, al más humano.
Siendo realistas, a su folk pop orquestal le quedaban pocas opciones: lo que esbozó en Seven Swans, desarrolló en Michigan y llevó a su exquisita cumbre en Illinois no podía tener una continuación decente por ese camino. Así que después de cinco años dando tumbos con desvaríos navideños y experimentos orquestales, para este disco ha decidido deconstruir su propio sonido y volverlo a levantar acercándolo al rock progresivo y adornándolo de parafernalia electrónica: sintetizadores, efectos y cajas de ritmos que se multiplican hasta el infinito para acompañar a los arreglos orquestales y las voces, creando un muro de sonido particular y futurista. Una nueva apuesta y un nuevo acierto de Stevens.
Realmente, cuesta algunas escuchas atravesar esa espesa selva electrónica, pero cuando se consigue se llega a apreciar el orden dentro del caos, la coherencia dentro de la confusión. Y tras “Futile Devices”, un primer tema en el que Sufjan parece despedirse de su anterior yo con ese estilo propio de “John Wayne Gacy Jr”, el disco parece volver a arrancar, ahora sí, como si los Flaming Lips del Yoshimi acabaran de aterrizar con sus sonidos galácticos de película de ciencia ficción.
Que nadie se lleve a engaño: todos los excesos del artista los encontramos también aquí. Y aunque se haya vuelto un poco más comedido en los títulos de las canciones, esa es la única mesura que se ha concedido. Musicalmente los temas son majestuosos y barrocos, con coros, pianos y guitarras adornados por capas y capas de cuerdas y vientos, amén de la cacharrería electrónica, que aparecen y desaparecen para conseguir crescendos de vértigo o momentos de sencillez abrumadora. O también podría decirse que son histriónicos y agotadores. O convulsos y personales.
Realmente, en este disco hay Sufjan para todos los gustos: el cálido y pastoral de las inmensas “Vesuvius” o “I walked”, con la fragilidad y la dulzura que le caracterizaba. El lunático impetuoso de “The age of Adz”, con quiebros, saltos, vueltas y mucha mucha fanfarria. Y ahora también el angustiado y furioso de “I want to be well”, con una tormenta de coros y unas letras coléricas. O el pomposo bromista de “Impossible soul”, un tema de 25 minutos que incluye coros infantiloides, autotune paródico y un final perfecto para sosegarnos tras la descarga marciana que representa este trabajo.
Un trabajo agudo, abarrotado, complejo y de una belleza dolorosa. Menos narrativo pero más íntimo y directo, más extravagante pero a la vez más accesible. Igualmente espectacular y que demuestra cómo un artista con la imaginación y la capacidad creativa de Sufjan Stevens es capaz de reinventar sus sonido fulminando cualquier tipo de duda y borrando de un plumazo cinco años de incertidumbres. ¡Bendito seas, Sufjan!
Ay no, que he dicho que no me iba a poner mística.