Tomavistas (Parque Enrique Tierno Galván) Madrid
Si de algo se puede calificar esta edición del Festival Tomavistas, es de haber sido la de su consolidación. Nacido desde las ganas de proporcionar a la capital una oferta musical competente en un entorno accesible y con un ambiente familiar en contacto con la naturaleza, sus objetivos se han cumplido con creces. A ello ha ayudado el salto cualitativo de su line-up. Con una propuesta nacional de lo más solvente, repleta de bandas emergentes y otras ya consagradas, y unos nombres internacionales de postín, no parece haber excusa que valga para perderse una cita tan suculenta. Si a todo ello se le añade una oferta de DJ’s variada y ecléctica, la apuesta solo puede resultar ganadora.
El viernes se abrió en el coqueto escenario Tomavistas con el pop soleado de Zephyr Bones, cuyas guitarras salpicaron de color la llegada progresiva del público. No faltó ninguna de las dianas de su celebrado estreno, y con ellos voló el tiempo. La Plata recogieron el testigo tendiendo puentes entre el pop pretérito de aquí y de allá, en un meritorio revival de lo mejor de los 80, de Parálisis Permanente a Joy Division. El ambiente estaba ya caldeado para recibir a los gallegos Disco Las Palmeras!, maestros a la hora de cabalgar entre el noise rock y el shoegazing con indudable talento. El pop pluscuamperfecto de Novedades Carminha, con un repertorio trufado de melodías para bailar y recordar, la contundencia de una de las mejores bandas en vivo de este país, Belako, o los ritmos irresistibles de una Javiera Mena en estado de gracia, redondearon la primera entrega en un escenario en el que pasaron muchas cosas buenas y que de ninguna manera podría calificarse de menor.
Las gradas del escenario principal se empezaron a poblar de gente deseosa de dejarse llevar por las descargas eléctricas de Él Mató A Un Policía Motorizado, banda que cuenta con un nutrido grupo de seguidores en nuestro país, y que no defraudó acudiendo a los temas más conocidos de su cada vez más jugosa discografía para extender aún más sus raíces por nuestra geografía. Su set sirvió de antesala a un pesado aguacero que convirtió algunas zonas en auténticos barrizales pero que no atenuó el ánimo de los asistentes. Al mal tiempo, buena cara; o lo que es lo mismo, descarga de decibelios de la mano de los inmortales Superchunk, maestros del indie rock de los 90 que demostraron que el que tuvo, retuvo. Con un frenético Mac McCaughan, por el que no parecen pasar los años, lo suyo no dio ningún respiro. Fue un auténtico llegar, ver y triunfar desde el segundo cero. Clásicos del pasado mezclados con nuevos hitos de su notable retorno: “Hyper Enough”, “Lost My Brain”, la titular “What A Time To Be Alive” o “Learned To Surf”, enlazadas sin descanso, para rematar con una apoteósica “Slack Motherfucker” que dejó claro quién manda y despachó las cuentas pendientes de multitud de amantes de su música que acudieron expectantes y quedaron más que satisfechos.
Hablando de comebacks, el de Ride merece ser reconocido gracias a un disco de retorno que hace justicia a su legado, y del que dejaron varias muestras en su magnífico set. Con un sonido majestuoso, su imponente imagen sacudió a los asistentes, noqueados bajo el poder hipnótico de “Seagull”, “Vapour Trail”, “OX4” y “Let Them All Behind”. Junto a ellas, no desmerecieron recientes hitos como “Weather Diaries”. Mark Gardener y los suyos, lo siguen teniendo.
Con el cuerpo todavía recuperándose del impacto se presentaron Django Django, una de esas formaciones a las que uno solo debería acudir en disco, nunca en directo. Con un cantante incapaz de llegar a las notas más accesibles, se empeñaron en desmontar todo lo conseguido con unos trabajos resultones y bastante disfrutables. Ya desde el inicio, el hit “Marble Skies” quedó reducido a un loable esfuerzo de la banda por apañar los desaguisados de su frontman. No cambiaría mucho la tónica con “First Light”, “Tic Tac Toe”, “In Your Beat” o “Shake And Tremble”, llegando a tocar fondo en la autoparódica “Surface To Air”, en la que la voz femenina del dúo Slow Club, fue literalmente boicoteada por la de un Vincent Neff bajo mínimos. Una pena. Aún quedaría tiempo para que La Casa Azul despejaran el agridulce sabor de boca dejado por los británicos, con un público ya rendido de antemano a los himnos rompepistas de un Guille Milkyway que se sabía triunfador. El final con “La Revolución Sexual” quedará como uno de los momentos del festival.
La jornada del sábado, marcada por la final de la Champions League y por las riadas de hinchas madridistas que poblaban las calles de la capital, se presuponía aún más sustanciosa. Y así lo fue. Los conciertos se sucedieron desde el mediodía y fue La Bien Querida la encargada de empezar a caldear el ambiente tirando de un fondo de armario sin duda consistente. Le siguieron Tulsa y Kokoshca, exponentes todos ellos del interés de la organización por otorgar un rol protagonista a un buen puñado de excelentes bandas de las que el pop-rock patrio suele puede sentirse orgulloso. Algo que quedó del todo refrendado en los tremendos directos de Perro, con una personalidad mutante y desbordante, y Pony Bravo, que presentaban canciones nuevas y que nos hicieron recordar por qué los hemos echado tanto de menos.
Chad Vangaalen atrajo la atención de algunos curiosos en un contexto que probablemente no era el que más le favorecía. Lo suyo son las distancias cortas, en las que sabe llegar y conquistar. El Columpio Asesino se metieron al respetable en el bolsillo sin desperdiciar ni un segundo. El suyo fue un bolo rotundo, sin altibajos, en el que dejaron los tímpanos temblando al ritmo de “Ballenas muertas en San Sebastián” o “Babel”.
Había mucha expectación por ver a unos The Jesus And Mary Chain que parecen vivir en eterna juventud. Les tocaba día bueno esta vez, y tras un inicio algo frío fueron entrando en calor, al ritmo de clásicos incontestables como “April Skies”, “Cracking Up” o “Just Like Honey”. Nunca está de más rescatar las bondades de discos tan esenciales como Psychocandy (1985) o Automatic (1989), grueso de un set vibrante y del todo necesario.
Que después tocaran Los Planetas parecía ser paradójico, parte de un homenaje a los 90 que ha caracterizado el cartel de este año, un flashback reconfortante vista la gran forma que tantas bandas de esa época todavía atesoran. Los granadinos sonaron rotundos y desarrollaron su típico tránsito por canciones más atmosféricas preparando el terreno al despliegue de singles tan reconocible. “Santos que yo te pinte” sirvió de pistoletazo; “Un Buen Día”, “Segundo Premio”, “Alegrías Del Incendio”, la inesperada “Prueba Esto”, “Espíritu Olímpico” (con cameos de La Bien Querida y Soleá Morente incluidos) o la apoteosis final con “De Viaje” sonaron radiantes, con las guitarras de Floren dibujando líneas concéntricas, creando una atmósfera reconfortante y dejándonos a todos con ganas de más. Y no, no hubo mención de J a la victoria madridista ni rastro de “La Copa De Europa”.
Marius Lauber, o lo que es lo mismo Roosevelt, fue el encargado de poner el broche acompañado de una banda engrasada que supo recrear sobre el escenario el encanto hedonista de su estupendo debut. Empezaron con dos canciones nuevas en la órbita de Phoenix que prometen una continuación a la altura, para a continuación enlazar con varios singles incontestables que convirtieron el Tierno Galván en una dancehall de dimensiones extraordinarias. “Montreal” “Colours”, “Movin On”, “Fever”, “Sea” o el cierre con “Night Moves” fueron defendidas con soltura y sorprendieron probablemente a los que esperaban un proyecto personal. Gran epílogo para un festival al que uno solo se imagina creciendo año tras año.
Fotos: Mª José Cívico