Keane – Perfect Symmetry (Universal)
De todos los caminos posibles que podían haber escogido Keane para su nuevo disco, el trío inglés ha elegido el más cansino. Y es que estos británicos quieren ser grandes. Ventas grandes, conciertos monumentales… y sonido de estadio. Y se les olvida que para serlo hay que empezar por las canciones, las melodías… las ideas. Cuando quieres sonar a stadium band de manera premeditada, corres el riesgo de que se te vaya la mano. Y esto es, exactamente, lo que les ha pasado con este Perfect Symmetry. Después de una primera y entretenida canción (“Spiralling”), prácticamente atribuible a David Bowie, pero en la que al menos se vislumbra una evolución, escuchas el disco y te ves envuelto en tal mar de ecos, de reverberaciones, de teclados, de voces, de sintetizadores y de capas y capas infinitas, que ríete tú del wall of sound de Spector. Y es que los chicos de Battle han perdido el norte definitivamente, y han dejado que el sonido y la producción se coma las canciones.
Si en el primer disco se apuntaban al carro del pop melódico de los dosmiles de Travis o Coldplay, y en el segundo al sonido épico noventero de U2, en este tercer disco se han empapado de los tics de la música de los años ochenta. Según pasan las canciones, no sabes si el disco es el nuevo de Keane o la banda sonora de la segunda parte de Los amigos de Peter. Lástima que la cosa haya quedado en eso, en una colección de tics: ”Spiralling” como decíamos es un calco a Bowie; en “You haven’t told me anything” se reconocen unas guitarras y ritmos cogidos directamente de los primeros The Cure y “Perfect Symmetry” o “You don’t see me”, contienen coros dignos de Tears For Fears, Spandau Ballet e incluso de.. ¡Abba! Todo aderezado con el sonido más “grandioso” de U2, voces sacadas de Queen y algunos puntazos rallando lo ridículo como la parrafada en francés de “Black Burning Heart” o el momento Madonna-“Holiday” de “Spiralling”, amén de palmadas y falsetes varios.
Hacia el final del disco, primero con “Again and again” y luego con “Pretend that you’re alone”, parece que volvemos a reencontrarnos con los Keane que recordábamos, con dos canciones al más puro estilo “Crystal Ball”: ritmo, melodía y un enfoque claro hacia el directo. Pero la cosa ya no se arregla, porque esas dos podrían haber estado en el disco anterior: en esta parte final no hay avance, ni cambio, no hay riesgos. Y para acabar de rematarlo, “Love is the end” nos recuerda lo bien que sonaba “Bedshaped”.
Si a todo esto le sumamos que el disco se ve lastrado por una batería demasiado plana (que se salva en las dos canciones en que han optado por utilizar también electrónica para los ritmos), ni la participación de Jesse Quinn al bajo, ni las guitarras anecdóticas ni que Tom Chaplin demuestre estar en plena forma vocal (por fin ha conseguido librarse de esos dejes pastelosos en su forma de cantar) arreglan este desaguisado: un disco aburrido, decepcionante, con tres canciones salvables y con el peor single de la banda (por si quedaba alguna duda, “Lovers are losing” tiene ese honor. ¿A alguien más le horroriza el vídeo?). Y lo que es peor, que no permite vislumbrar ninguna luz al final de ningún túnel.