Sting (Sant Jordi Club) Barcelona 21/03/2017
Con un nuevo disco y un propósito: dar una nueva lectura a su obra. Así se ha presentado Sting este martes en el Sant Jordi Club, de Barcelona, para poner de largo las canciones de su último trabajo discográfico. Un álbum, (57th & 9th) – el más roquero del británico desde Synchronicity (A&M Records,1983) – , publicado el pasado mes de noviembre, con el que atraviesa simbólicamente un puente de más de tres décadas para, desde ahí, reedificar su trayectoria en solitario. Carrera que ha cambiado mucho en los últimos años teniendo que ver como ha pasado de posicionar sus álbumes en lo más alto de las listas a publicar discos sin apenas repercusión; de llenar grandes pabellones a tocar en teatros y pequeños recintos. Auditorios de aforo reducido como la sala anexa del Palau Sant Jordi donde ante unos cinco mil seguidores (4.620, según la propia organización), que habían agotado las entradas desde hacía semanas, ha ofrecido el primer concierto de su gira europea.
Un concierto de rock sin aditivos en el que solo ha mostrado su faceta más íntima cuando con su guitarra acústica, una hora antes de lo previsto, ha salido al escenario para tocar «Heading south on the Great North Road», una de las canciones de su último disco, como preámbulo a la actuación de los teloneros (The Last Bandoleros) y regresar tocadas las nueve.
Acompañado de los guitarristas Dominic Miller y Rufus Miller, y el baterista Josh Freese, y con la clara intención de exhibir músculo, Sting ha ofrecido un repertorio cargado de electricidad y clásicos revitalizantes. Temas como una versión pospunk de «Synchronicity II» y «Spirits in the material world», de The Police; por supuesto, sin sintetizadores. O «Englishman in New York», al que ha despojado de sus sonoridades más jazzísticas.
Todo a pelo, hasta la puesta en escena, sin pantalla LED ni atrezzo, el de Wallsend ha sorprendido poco a los presentes. Además de desviar su setlist lo justo y necesario del habitual. Hasta quince canciones, de las veintiuna interpretadas a lo largo de una hora y cuarenta minutos, rescatadas del siglo pasado. Dieciséis si tenemos en cuenta la versión de «Ashes to ashes» que en recuerdo a David Bowie ha cantado Joe, quien acompaña a su padre en esta gira como miembro del coro. De ellas, once que ya tocó en el Festival de Cap Roig hace un par de años («Fields of Gold», «Shape of My Heart», «Message in a Bottle»,»Walking on the Moon», «So Lonely», «Desert Rose», «Roxanne», «Next to You», «Every Breath You Take» y «Fragile», además de la anteriormente mencionada «Englishman in New York»). Una decena respecto al concierto sinfónico que recaló en Barcelona en 2010. Clásicos entre los que solo se han colado cinco composiciones de su última grabación: «I can’t stop thinking about you», «One Fine Day», «Down Down Down» y «Petrol head». Temas que hablan del cambio climático y otros problemas de la sociedad actual. Y «50,000», inspirada en David Bowie, Prince, Lemmy o Glenn Frey, en la que se enfrenta y acepta su propia mortalidad.
Nunca fácil de descifrar, Sting, con un talento como músico y compositor inconmensurable, siempre ha parecido dar más prioridad a sus inquietudes artísticas que al deseo de sus seguidores, incluso llegando a desorientar a la crítica. Nada en él es lo que parece a simple vista. Ni en sus canciones. Ni sus baladas son tan románticas, sino más bien historias de desamor, ni sus temas pop rock son estándares del género. Tampoco las cifras de seguidores son las reales. Poca gente no ha escuchado un disco de Sting a lo largo de su vida, pero sus continuos escarceos por sendas tan poco frecuentadas como la música clásica, los musicales, las canciones navideñas o el jazz han hecho que muchos hayan desistido de seguir sus pasos.
Como los de tantos genios, sus discos siempre han sido bellos pero incomprendidos. De hecho, muchos de los que secundan su carrera desde la etapa de The Police suelen reconfortarse más viéndole en directo que escuchando sus álbumes, pues ahí, como si quisiera recompensar su fidelidad, es donde acostumbra a dejar de lado sus quimeras y ofrecer su cara más reconocible. Sin embargo, tanto eclecticismo y haberse sumergido en tantos estilos a lo largo de sus más de cuarenta años de trayectoria tiene un precio: la dificultad de defender el concepto de su discografía sobre el escenario, venga en el formato que venga.