Libro: Bruno Lomas. Tú Me Añorarás, de Vicente Fabuel (Milenio)
Bruno Lomas era puro rock. Ese fue su gran valor y también su piedra de toque. Un verdadero rocker que lo tuvo todo en su mano y lo dejó escapar. Un niño grande al que aquello que no fuera estar en el escenario, la velocidad y la diversión más inconsciente, se la traía al pairo. Pero algo muy grande pasaba cuando abría la boca para cantar. Se convertía en un dios, un coloso de talento sólo mesurable mediante el rasero que se emplea para los más legendarios, un genio tan pionero y relevante en sus años de gloria como ignorado y decadente en los previos a su triste y prematura desaparición.
El porqué Emilio Baldoví Menéndez (Xàtiva, 1940) acabó como acabó es básicamente lo que intenta dilucidar el autor de este libro, Vicente Fabuel, que minuciosamente va suministrando los datos necesarios para que sea el propio lector quien saque sus propias conclusiones: tal vez fuera por su más que dudosa ideología, tal vez por la azarosa vida de canalla que se empeñó en llevar (y sobre la que Fabuel corre un elegante túpido velo), tal vez por obstinarse en vivir en Valencia, alejado de la industria que le daba de comer, ubicada en Madrid o Barcelona, tal vez por dejarse engañar demasiado por una serie de parásitos que revoloteaban en torno a él, tal vez por no haberle sabido tomar el pulso al signo de los tiempos, a los cambios tan rápidos que trajeron los años sesenta del siglo pasado, tal vez…
De una forma muy documentada, el libro demuestra el porqué la historia le debe una disculpa a Bruno Lomas, largo tiempo descartado de esas enciclopedias o listas que glosan las glorias de la música española. Fue un auténtico pionero en traer el rock al idioma castellano e interpretarlo con unas trazas que no desmerecían en absoluto a los originales anglosajones -de hecho hasta les mejoraban- y también un creador que, lejos de lo que solían hacer todos los solistas de la época, compuso muchos de los temas de su repertorio. Ahí quedan “Tú me añorarás” -que titula el libro- “Ya llega el verano”, “Codo con codo”, “El rock de Tony Carrera”, “Haz lo que tengas ganas” y tantas otras, que muestran a un autor que le daba al rock justo la sencillez y la potencia que requería para ser una herramienta infalible de comunicación entre la juventud.
Y otra cosa importante: Bruno es Valencia. Para lo bueno y para lo malo. Es un representante poderosísimo de las virtudes y errores de una tierra que es tan efervescente culturalmente, como inmisericorde en ocasiones con sus propios referentes. A través de Bruno, Fabuel, buen conocedor de la historia e idiosincrasia de la Valencia pop (no en vano regenta junto a otros socios y socias desde hace más de cuarenta años la mítica Discos Oldies), nos ofrece un recorrido por todo el panorama cultural y musical de la ciudad. Nos describe con abrumadora precisión los teatros, los festivales, los garitos, los conciertos, el cómo las fallas, por ejemplo, contribuyeron de forma primordial a la difusión de un movimiento, el rock, que en València causó un verdadero huracán. Y Bruno fue su epicentro.
Usando esa efervescencia de València como trampolín, el cantante se aventuró hacia otros países como Italia y Francia, donde le otorgaron su nombre artístico y llegó a tocar en el mítico teatro Olympia, de París, junto a su banda de origen, Los Rockeros. Ahí también supo ser pionero. Y partir de ahí, el estrellato y una carrera en solitario que le llevaría a ganar festivales, obtener números uno cantando canciones imperecederas, como aquél “Amor amargo” que le compuso el Dúo Dinámico y la inmersión en una vida de caprichos, fiesta y coches rápidos, elementos que fueron los que a la larga, acabarían con él.
Recuperado muy al final de sus días por la banda valenciana Seguridad Social, cuando grabó con ellos aquél “Todo por el aire”, nunca se sabrá si lo que truncó aquel fatal accidente ocurrido en agosto de 1990 hubiera sido una resurrección en toda regla. Por lo visto, andaba grabando un disco que quizá le hubiera recuperado para la causa. Hubiera podido dejar de arrastrarse de actuación en actuación cada vez peor pagada y más denigrante. Al final de sus días actuaba en sitios de mala muerte acompañado sólo por un playback. Lejos quedaban los días en que incendiaba teatros capitaneando unas bandas que quitaban el hipo.
Bruno fue un artista genuino, incomparable, uno de los más grandes que la canción rock ha tenido en este país. Se le suele comparar con Miguel Ríos o tirando hacia afuera, con el gran Johnny Hallyday, pero Fabuel demuestra que en él, al contrario que en los otros, que acabaron tirando hacia otros derroteros según soplaba el viento, jamás hubo trampa ni cartón. A nivel de rockero no había quien le ganara, porque él no impostaba nada. Era rockero desde que se calzaba las botas al levantarse hasta que se metía o le metían en la cama. Nunca hubo un personaje. En el momento en que Emilio Baldoví empezó a llamarse Bruno Lomas, ya no hubo marcha atrás.
Hay una cita de Cuco Villanueva, el guitarrista original de Los Rockeros y gran compadre de Bruno en los años dorados, que encontramos al final del libro entre otras opiniones de gente cercana al músico y que nos ayuda a entender a la perfección la medida del personaje. En ella nos cuenta cómo, en la época de las primeras giras europeas de Los Rockeros, cuando empezaban a ser realmente conocidos, Bruno andaba enamorado de una chaqueta roja que James Dean -su eterno ídolo- lucía en la película Rebelde Sin Causa. Cuco perdió la cuenta de la cantidad de pesquisas que el setabense realizó hasta que al final, en una gira por Escandinavia, dió con ella y la usó orgulloso para tocar en directo hasta que un buen día decidió, en pleno éxtasis rockero, quitársela en un concierto y lanzarla al público, que obviamente no se la devolvió. Ni a él le importó un bledo.
Así era: un niño grande, un puro rockero. Un hedonista kamikaze que vino a este mundo para vivir a toda velocidad. Pero también un verdadero rocker que marcó el camino a muchos que han llegado después. Un intérprete genial que ponía toda su alma en cada nota que salía de su boca y un autor sensacional, que dejó tras de sí una obra a recuperar con todos los honores. Así debería ser recordado por siempre Emilio Baldoví, alias Bruno Lomas y así lo presenta este necesario, definitivo y fantásticamente escrito libro de Vicente Fabuel. Una delicia totalmente a la altura de un personaje tan apasionante.
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