Cuéntame una Canción: We Are The World. USA for Africa (I)
Estaría bien poder arreglar los problemas del mundo cantando: el hambre, la enfermedad, la desigualdad, la injusticia… y ya puestos, los ejércitos podrían hacer duelos de hip-hop o batallas de rap, en lugar de liarse a tiros. Pues, lo crean o no, hubo un momento en que casi-casi pareció posible. Claro que eran los 80 y en aquella década a la gente se le ocurrían todo tipo de ideas locas. O quizá no eran tan locas, después de todo. Bueno, lean y cada uno que saque sus propias conclusiones.
“We Are the World” fue lo que podemos llamar una “canción solidaria”, grabada con el fin de recaudar fondos para ayudar a la gente de Etiopía, en un momento en el que pasaban por una de las peores crisis humanitarias de la historia. Una terrible sequía estaba castigando con fuerza a la región, que apenas se había empezado a recuperar de la padecida en la década anterior. Como consecuencia, la hambruna se extendió entre la población rural y se estima que entre los años 1983 y 1985 cerca de un millón de personas fallecieron de inanición.
Así las cosas, en las Navidades de 1984, en el Reino Unido, Bob Geldof, líder de los Boomtown Rats, reunió 41 músicos y cantantes británicos para formar el supergrupo Band Aid y grabar «Do They Know It’s Christmas?», con la finalidad de ayudar a los etíopes. El éxito de la iniciativa sorprendió incluso al propio Geldof y terminaría vendiendo más de seis millones de copias en todo el mundo.
Al otro lado del Atlántico, con esa habilidad que tienen los yankees para copiar las buenas ideas europeas, no tardaron en tomar nota y a principios de enero de 1985 ya estaba el cantante y activista humanitario Harry Belafonte moviendo los hilos para hacer algo similar en los States. La idea era formar un supergrupo con estrellas norteamericanas que se llamaría USA for Africa (United Support of Artists for Africa), para que quedase claro qué país era el que iba a recaudar los dólares. En cuanto Belafonte y el agente musical Ken Kragen empezaron a hacer las primeras llamadas, se corrió la voz y pronto eran los artistas quienes llamaban ofreciéndose a participar. Para no perder tiempo, encargaron a Lionel Richie y a Michael Jackson que fuesen escribiendo la letra y la música, mientras ellos seguían añadiendo nombres a la lista de participantes.
Por aquellos días, tanto Richie como Jackson estaban en lo más alto; Lionel llevaba 7 números 1 en el Hot 100, en otros tantos años, mientras que Michael rompía récords con su álbum Thriller y era algo así como El Chico de Oro de la música pop. Los dos se reunieron en casa de Jackson y se tiraron una semana componiendo. Buscaban algo a medio camino entre “un himno mundial” y una “canción familiar”, en palabras de Lionel Richie. El resultado fue una tonada sencilla, con los coros respaldando los solos de los cantantes, sobre un mismo riff. Hubo que hacer algunos ajustes: los versos originales “There’s a chance we’re taking / We’re taking our own lives” podían ser interpretados como una referencia al suicidio y cambiaron “taking” por “saving”. Tambien sustituyeron la parte que dice “a chance we’re taking”, por “a choice we’re making”, porque no querían que pareciese que se estaban dando palmaditas en la espalda unos a otros. En principio, el resultado dejó satisfechos a todos los participantes, a pesar de que, más tarde, a algunos críticos (como Greil Marcus, por ejemplo) les parecía que ese verso en concreto sonaba sospechosamente parecido al jingle que Jackson había escrito para Pepsi poco antes: “The choice of a new generation”. Nunca llueve a gusto de todos.
Cuando por fin Belafonte y Kragen cerraron el line up tenían a 42 cantantes, 8 músicos, dos productores y un ingeniero de sonido, además de un número indeterminado de ayudantes de todo tipo. Allí había algunas de las estrellas más brillantes del firmamento musical del momento, nombres como Bob Dylan, Ray Charles, Stevie Wonder, Cyndi Lauper, Kenny Rogers, Bruce Springsteen, Tina Turner… Si le echan un vistazo a la ficha técnica seguro que no encuentran un nombre que no les suene.
Sin embargo, el gran acierto de Belafonte y Kragen fue ofrecerle la producción a ese maestro de los arreglos que es Quincy Jones. Lo digo desde ya: si la grabación de esta canción nos enseña algo desde el punto de vista musical, es que la función de los ingenieros, técnicos de sonido y productores es crucial. Este debe ser un apartado del presupuesto en el que no hay que escatimar: un cantante debe contratar siempre a los mejores que pueda permitirse. Cobren lo que cobren habrá valido la pena, no hay más que ver las imágenes del proceso de grabación para darse cuenta de cómo las manos del productor y del ingeniero de sonido pueden hacer maravillas. Y eso que estamos hablando de artistas de primera fila… Esa noche se reunieron ante los micrófonos de los estudios A&M lo mejor que en esos momentos podía ofrecer la canción norteamericana, pero sin la labor de quienes estaban en la sala de mezclas (Quincy Jones, Michael Omartian y Humberto Gaticca), el resultado hubiese sido muy distinto.
La grabación de la parte musical comenzó el 22 de enero y corrió a cargo de Richie, Jackson, Wonder y Jones. Se hicieron copias en cintas de cassette que se distribuyeron entre quienes participarían en la parte vocal, para que se fuesen preparando. Todo se intentó llevar a cabo de la manera más discreta posible, pues como Kragen advirtió: “Si la noche de la grabación, cuando lleguen los cantantes se encuentran con una muchedumbre a la entrada, os garantizo que unos cuantos de darán la vuelta y se marcharán”. Pidieron a los cantantes que no hiciesen copias de la cinta (y que la devolviesen el día de la grabación); nadie quería que la maqueta empezase a sonar por las emisoras de radio antes del lanzamiento oficial.
Y por fin llegó la gran noche, que se hizo coincidir con la entrega, en Los Ángeles, de los American Music Awards, el 28 de enero, un evento en el que la mayoría de los artistas tomarían parte. Tras la finalizar la ceremonia de los premios (Lionel Richie se llevó 5 él solito), las limusinas fueron dejando a los cantantes a la puerta del estudio, donde Quincy Jones les esperaba con una advertencia: “Por favor, dejad vuestros egos en la entrada; ya los recogeréis al salir”. El resultado mostró que todo el mundo le hizo caso, pues, salvo algunos pequeños rifirrafes, no hubo disputas, ni arranques en plan “divos”. Y no fue solo gracias a Jones, porque lo cierto es que todos ellos estaban realmente motivados por la causa que los llevaba a estar allí. Creían que estaban marcando la diferencia.
Antes de que nadie se ponga en plan cínico, conviene recordar que se trataba de una iniciativa para ayudar a los que más lo necesitaban. Desinteresada y solidaria, cuando esas palabras todavía significaban algo. Visto desde aquí, puede que resulte difícil de aceptar, pero los artistas que participaron no lo hicieron para promocionarse (ya eran más que famosos) y realmente creían que formaban parte de algo bueno, que estaban contribuyendo a que el mundo fuese un lugar mejor. Y que estas frases se hayan convertido en tópicos que nos hacen torcer la boca cuando los leemos, solo indica que esta es una guerra que no tiene fin. Podemos ganar algunas batallas, pero mañana habrá que pelear en otras nuevas.
Allí estaba también Bob Geldof, aunque un poco mosqueado, porque cuando él había intentado hacer algo parecido en los Estados Unidos los músicos y los cantantes norteamericanos habían pasado de él. Antes de empezar, les dio una pequeña charla inspiradora; acababa de llegar de Etiopía y lo que había visto allí era para poner los pelos de punta. Cuando terminó de hablar, muchos tenían lágrimas en los ojos, así que no cabe duda de que ese día los buenos sentimientos se impusieron sobre cualquier otra consideración. Para animar un poco al personal y recuperar el ánimo Wonder hizo algunas bromas, diciendo, por ejemplo, que la ocasión les había venido muy bien a Ray Charles y a él para “volver a verse”, y que acababan de “tropezarse el uno con el otro”.
Todos tenían ya designado el sitio donde situarse, y había letreros con el nombre de cada uno sujetos al suelo con cinta adhesiva. El ambiente era tan relajado y amistoso que, en un momento dado, todos dejaron lo que estaban haciendo y, entre risas, se dedicaron a pedirse autógrafos entre sí, que firmaban en las partituras. Más tarde Kenny Rogers recordaría: “Sin lugar a dudas, fue uno de los momentos más significativos de mi vida. De hecho, creo que lo fue para todos los que estaban en la sala, muchos de los cuales odiaban firmar autógrafos y allí estaban, recogiendo autógrafos de todos los demás. Todo el mundo quería llevarse un recuerdo de aquellos instantes”.
(continuará el próximo lunes)
¡Qué tiempos aquellos de las cintas de cassette!
Me parece que estoy entre los artistas con una descripción tan vívida. Deseando ver la segunda parte.