Ariana Grande – eternal sunshine (Republic Records)
Se nos acabó el amor de tanto usarlo debieron pensar la pareja formada por Ariana Grande y Dalton Gomez después de su ruptura tras un par de años de amor debidamente ticktockeado. Y ahora toca soltar lastre, y de alguna forma, mostrar a todo su fandom el dolor que esta relación le causó, y cómo está capacitada para pasar página. En tiempos de (sobre)exposición continuada en redes sociales, una estrella del pop tiene que rendir cuentas con la gente que va a sus conciertos y llena sus conciertos no solo a través de la inmediatez de las pantallas de smartphones, también con canciones que justifiquen este nuevo cambio de rumbo sentimental. Esto no es nuevo, los discos de ruptura sentimental es ya un género en sí mismo, y se pueden rastrear en artistas tan variopintos como Bob Dylan, Fleetwood Mac, o ese clásico contemporáneo en estos menesteres que es el 30 de Adele.
Como canta en el tema inicial (“intro (End Of The World)” “If the sun refused to shine/Baby, would I still be your lover/Would you want me there”, y llegados a los treinta (¿coincidencia con el título del disco de Adele o la edad de la primera crisis existencial fastidiosa?) toca hacerse preguntas y, quizá, encontrar alguna respuesta.
Para ello Ariana Grande se ha rodeado de un buen plantel de productores (Max Martin, Nick Lee o Shintaro Yashuda) para dar forma a un disco exultante en arreglos chispeantes que acompañan a una artista cada vez más segura de su potencial como estrella del pop mainstream. Canciones que tiran por el Philly sound (“bye bye”) y que son un reflejo claro de que las penas cantando (y bailando) se pasan mejor. El R&B que rastrea en la herencia de los noventa nos deja grandes temas como “don’t wanna break up again” o “the boy is mine”, la música disco con Kylie Minogue en el horizonte hace acto de presencia en “yes, and” (que en la edición Deluxe del disco canta junto a su amada Mariah Carey), y los ecos a Robyn le permiten dar forma a “we can’t be Friends (wait for your love) que es un hit imparable.
Al final del disco parece querer cerrar un círculo abierto con muchos interrogantes desde el principio, y ya habiendo exorcizado parte de sus cuitas, en “ordinary things” suelta un “No matter what we do/There’s never gonna be an ordinary thing” que es el grito de guerra de una joven compositora que ha quemado una etapa de su vida. Fantástica manera de finiquitar una relación para así otear el futuro con esperanzas renovadas.