El Meister (Ciclo Soundcamp) – Sala Ocho y Medio (Madrid)
Entre juglar castellano y músico de bar de Tennessee. De profe enrollao a autobiógrafo pubescente. Se mueve en un espectro ciclópeo, desde luego. Y ahí reside su mérito. Javier Vielba expuso anoche su proyecto El Meister -entre los muchos que tiene-, una especie de alter ego con el que supo ganarse al público de la Sala Ocho y Medio de Madrid. Lo hizo a base de entrega, originalidad musical y una buena dosis de canciones populares. En esta ocasión, y dentro del Ciclo Soundcamp como marco, dejó aparcada su pronunciada catadura roquera y acento anglosajón. Lejos de sus Corizonas y su Arizona Baby como hábitat natural, Vielba exhibió un folclórico Bestiario (2014), su único disco en solitario compuesto de ocho canciones con temática animal, a las que sumó otras tantas de carácter popular en la geografía española.
Ya desde el inicio, uno repara en esa obsesión declarada de este vallisoletano por la iconografía y la búsqueda del espectáculo. Todo cuenta. Desde un trabajado escenario de hálito agreste a una vestimenta vaquera y lucidas barbas que conducen a Nashville por la vía directa. «Soy un poco talibán para estas cosas» ha confesado alguna vez. Aparte de eso, una guitarra, bases programadas, pedal y bombo. Ni más ni menos. Todo para confeccionar una colección de fábulas, sobre todo, a base de folk, country, inquietudes literarias e introspección.
Los altavoces empezaron a sonar con la experimental y ecléctica «Chupacabras», una rareza iniciática con voz distorsionada. A partir de ahí, ataviado de guitarra y carisma, El Meister empieza a soltar a sus bestias. Arrancó con «País del Alce», donde funde rockabilly, sintetizador y su acentuado vibrato de cierta evocación ovina. Una gran entrada, aunque sentía la necesidad de encuestar a su público. Lo hizo a pie de folk con «Doce de cada diez», una canción que no forma parte de su LP, pero que sí confirmó que hay una mayoría que estaba con él. A continuación, rindió dos homenajes musicales; en el primero, al «Gallo rojo, gallo negro» del cantautor antifranquista Chicho Sánchez Ferlosio, de austera y reivindicativa composición, y en el segundo, al escritor Valle-Inclán, por medio de «Max Estrella», una de las pocas manifestaciones que tuvo el pop durante todo el concierto. Fueron dos momentos en los que Vielba sacó a relucir sus vestigios como docente, y tiró de anécdotas para aleccionar con gracia y sapiencia al personal. Bastó eso para ganarse a todos. Y eso que su destreza como hombre orquesta, compaginando voz, cuerda y percusión, enganchó muy pronto. «Los perros ladran» y «El Oso» despertaron el ansia de coro del público, sobre todo ésta última, una de las canciones con mayor peso del disco, en la que una base electrónica con aire a telediario sustenta una pegadiza melodía.
A mitad de actuación, el punk se rebeló como protagonista, casi como himno, entre tanta animalada. Así llegó «Antes sí, pero ahora ya no», que agitó rodillas entre las patas de las sillas. En ese desconcierto, Vielba recolocó al personal en su particular repaso de géneros populares, primero a base de jota al son de «canto sin cantar nada». Eso sí, al estilo Meister; haciendo un cajón acústico de su guitarra colgada al revés, a la que golpeaba con severidad. Posteriormente, continuó ajustando cuentas con el folclore, primero con «El curioso impertinente», un guiño a aquel «busca-verdades» llamado Don Quijote, y después, con «Canto de vendimia» del zamorano Joaquín Díaz, en las que la guitarra tiñen de rock intenciones de arte mesetario. Es entonces cuando retornó a su afán trovador. Esta vez lo hizo con «Romance del Burro listo», un romance castellano -lo primero por la estructura, lo segundo porque lo escribió él, según argumentó-. En la recta final, la versión psicodélica de «Sueño con serpientes» colocó al público a mitad de camino entre el Sónar y la casa de Silvio Rodríguez, un gran punto y aparte, antes de llegar a los bises.
Tras reaparecer, El Meister tiró de maqueta perdida en una cinta de cassette para recuperar una enérgica «Logia personal», que encendió de nuevo a la gente a modo de «oda a la individualidad», y a la que siguió un pequeño gran resquicio de punk reservado para el final, su versión de «Autosuficiencia», de Parálisis Permanente. Un himno más que sirve para añadir otra pieza al puzzle mental de este músico pucelano. En ese rompecabezas de Vielba, desde luego, no había ninguna intención de abandonar aquello con las fieras amansadas. Así que, micrófono en mano, bajó hasta donde éstas se encontraban y al ritmo de la electrónica que marcaba su «Autómata» -un tema nuevo-, inició una danza hipnótica entre todo el animalario. Él bailaba y el resto se agitaba a su alrededor. El cantaba y el resto coreaba. Así se marchó, con la jaula enardecida. Al final, uno sale de allí preguntándose: ¿quién es la bestia aquí?