Ela Orleans – Teatro Del Arte (Madrid)
Si en sus canciones Ela Orleans sabe abrir las puertas de un sugestivo microcosmos personal, en su directo, envuelto en las negras paredes del Teatro Del Arte, abrió una puerta al sonido en el que la sutileza pasó a un segundo plano para dar paso a una especie de exposición de capas en las que la delicadeza se daba de frente con la naturaleza orgánica del sonido tal cual.
Ella subía y bajaba de intensidades sobre los colchones de frecuencias, ritmos y melodías que, en ocasiones, iban a por libre con el volumen. Así, las canciones mostraban aristas, cumbres y agujeros en los que la reverb aplicada a la voz de Orleans, enrarecía aún más el contexto. Un contexto en el que las canciones de su último disco, Upper Hell, y de sus otros trabajos, se nutrían de la intimidad del lugar y del aforo controlado, aunque hubo momentos en que algunos entraban y salían de la sala como si se tratase de su peluquería habitual.
Aún así la enigmática Orleans acortaba y, a la vez, mantenía distancias con la gente sentada frente a ella mientras en la pantalla no dejaban de emitirse imágenes que, si uno se metía en la historia que ella traía, envolvían fácilmente y con potencia. Pero ese envolvimiento tenía mucho que ver con la capacidad hipnótica de su música y de ella misma. Con la oportuna explicación de un disco compuesto con la referencia derivada del «Inferno» de Dante Alighieri y de textos del ocultista Aleister Crowley, y con la acertada selección visual como complemento de significados aún más sugeridos. Así el que buscaba podía encontrar algo más.
Es en esa espiral de referencias donde Ela Orleans puso sobre los cables y altavoces las pruebas de su carisma, plasmando melodías que en algunos momentos se atropellaban no por su desatino, si no más bien por su propia naturaleza que se mostraba tal cual, sin adornos porque no hacía falta ni edulcorar ni ser gratuita con el vuelo.
Al acabar, ella misma dijo que no había más. En la pantalla apareció un The End y ahí se quedó el trayecto. En medio de esa pantalla, las paredes y telones oscuros, su vestido negro, sus ojos tan abiertos y sus máquinas. Luego salió a vender sus vinilos y, finalmente, a la calle a brindar con algunos de sus amigos.
Y su magia se quedó en ese limbo. Donde bien sabe estar.