Entrevista: Shirley Davis
«Mis sentimientos y mi corazón están permanentemente a flor de piel, y tengo que ser siempre muy honesta conmigo misma.»
Pues bueno, yo no puedo hacer más que prometer que las intenciones eran las más honestas posibles, que venía con los deberes hechos de casa y que llegué puntualmente con toda la alta tecnología y el bajo del pantalón arreglado; estaba francamente preparada y presentable. Tenía una batería de diez preguntas concienzudamente confeccionadas y personalizadas, cada una de ellas con otros diez subtemas para dar contexto y no dejar sola ahí arriba a la pobre Shirley Davis a la manera de esos reclutadores desgraciados que viven en cada departamento de Recursos Humanos y te piden que te definas en 3 palabras como si hubieran abierto un libro de Deepak Chopra en su puta vida. Pero Shirley me la jugó, y me la jugó bien, como la gran diva del soul europeo contemporáneo que es. En el periodismo musical están las entrevistas y están las entrevistas a Shirley Davis; en las primeras, el entrevistador plantea cuestiones, mientras que, en las segundas, el entrevistador se calla y asimila que es Shirley la que va a hablar, y además de lo que le salga del moño, literalmente.
«¡Cuando me encuentro a alguien que entiende el inglés no puedo cerrar el pico, soy tan feliz!«. No me queda claro cómo, sin a duras penas dejarle pronunciarse, sabe si su interlocutor la entiende o no, tampoco si, en el fondo, le importa demasiado. Nos ponemos manos a la obra, y le agradezco tanto el tiempo prestado en su apretadísima agenda (el Black Rose Tour 2017 en el que se encuentra sumergida estos meses llevó a Shirley Davis y a su banda, The Silverbacks, por varias ciudades españolas durante enero y febrero, y todavía tienen fechas pendientes en marzo) como la honestidad y la calidad de su arte, tanto en lo musical como en lo estilístico (me explica que tiene una regla infalible que sigue a rajatabla cada vez que adquiere una pieza de ropa: no se la compra si no se la puede combinar con 10 conjuntos distintos).
«¡Vaya! Eso es muy agradable de escuchar. Lo cierto es que mi vida ha cambiado por completo al venir a España, tanto la prensa como el público me responde tan cariñosamente… Conocer éste nuevo país me ha hecho crecer, y parezco tener una conexión especial con él, quizás porque identifico un poco en sus paisajes a la Australia a la que estoy más acostumbrada«. Eso y el hecho de haber podido grabar un primer álbum con repertorio y banda propia de la talla de Black Rose. «Los que conocen mi pasado musical dicen que nunca he sonado mejor. Siento cada canción de éste disco, me siento a mí misma en todas ellas. Porque, al fin y al cabo, ya soy una mujer madura. ¡La gente no se cree que mi hija tiene 22 años!«. Y no es de extrañar; no sólo en lo que a actitud se refiere se hace difícil echarle a Davis más de 30 primaveras. «Ella se fue a Europa y yo me quedé un poco sola en Australia, donde en realidad he vivido casi toda mi vida. De pronto comencé a plantearme qué podía hacer, necesitaba infligir un impacto positivo sobre mí misma y estar más cerca de la familia«. Dicho y hecho, en un concierto de no otra que Sharon Jones en Madrid, de quien se confiesa prácticamente amante artística, le pasaron el micro. Los de Tucxone Records estuvieron allí para presenciar semejante despliegue de magia, y le pusieron el ojo encima y no se lo quitaron hasta tenerla trasladada permanentemente a nuestra capital. “No sabía entonces que aquella sería la última vez que vería a Sharon y la primera que pisaba España. La conocí en 2007 y, desde entonces, cada vez que venía a Australia, unas 2 veces al año, me invitaba a formar parte del equipo y de la gira. ¡Me enseñó tantas cosas y tan valiosas! Su familia (¡incluso su pastor!) son prácticamente también la mía. A veces, aquí en España, el público al final de los conciertos me abraza y me llama Sharon Jones cada vez que interpreto alguno de sus temas, y eso es algo que me toca el alma de una forma tal…”.
Shirley tiene, desde luego, muchas cosas que agradecerle a la Península, aunque también algún que otro recuerdo igual de imborrable por los peores tipos de motivos. Prácticamente el único tema que no iba a atreverme a tocar era el de su reciente hospitalización ya hará más de medio año, y ni tan sólo hizo falta porque se me adelantó ella: “Me debieron de echar algún mal de ojo al venir aquí y caí muy enferma… Lo bueno es que me ayudó a concentrarme más en mi objetivo y a procurar fortalecerme para recuperar mi salud. Me detectaron una lesión cerebral por culpa de la que estuve cerca 6 meses sin poder moverme, hablar… Nada”. Se hace un compasivo silencio, que Shirley no tolera por muchos segundos y decide romper, excusando sus lágrimas y emociones de imposible contención con palabras. “Soy vulnerable, y creo firmemente en mis instintos. Cuando me recuperé, seguí sobreviviendo sin la capacidad de hablar, en éste caso por desconocimiento de la lengua, lo que no me dejó otra alternativa que centrarme aún más en mi trabajo. Mis sentimientos y mi corazón están permanentemente a flor de piel, y tengo que ser siempre muy honesta conmigo misma, ya que no tengo filtro. Debo protegerme, sin bajar nunca la guardia y rodeándome de gente buena. Eso es lo que, creo, he logrado crear en Madrid. Ahora me siento a salvo y querida. Esto es exactamente lo que quería. Siento que controlo mi vida, y estoy feliz con la dirección que está tomando. Me siento completamente yo.”
El arte y la vida a veces están más lejos de lo que deberían, y la comodidad y la paz profesionales que ha hallado en España no disminuyen las ligeras pero igualmente inoportunas problemáticas cotidianas. “Todavía me siento aquí un poco como una viajera. Cuando vives en un país que no es el tuyo, la gente a tu alrededor asume que todo lo que hace y dice es lo más natural del mundo y que cualquiera lo entiende. Cuando vienes de un lugar tan lejano, incluso de otro hemisferio, como yo, te das cuenta de hasta qué punto eso no funciona así. ¡El otro día hasta soñé que era una alienígena en la propia ciudad en la que vivo!”. ¿Y cómo afecta la barrera lingüística y cultural a la consecución de una percepción auténtica y profunda de su música? “A veces, cuando me acababa de mudar a Madrid, abría la ventana de mi casa y no entendía nada de lo que oía afuera. Pasaban procesiones por mi calle, tocando trompetas y desfilando, y no podía creer dónde estaba, el shock cultural fue total. Pero al final del día, nada de eso importa mucho, porque la gente aquí podrá no entender mi lengua, pero entiende mis canciones”.
Finalmente, no puede evitar expresar cierto resentimiento suavizado hacia la capital de la música pop europea, que casualmente es también su patria y con la que nunca ha sentido que terminaba de conectar. “Wembley es mi ciudad, pero Londres sigue sin invitarme ni incluirme en su escena. Me han llamado hasta para ir a Japón en abril, pero no a Londres, ¡que es de donde soy! Sé que resulta difícil de creer, pero jamás he actuado allí. Lo tengo en un puesto muy alto en mi lista de tareas pendientes, eso sí. Hice hasta un documental con BBC Australia y mi banda de entonces, Deep Face, titulado The Hit Game, que circuló por Reino Unido con notable éxito, pero todo en vano; siguen sin llamarme”.
Quedan 3 minutillos, me chivan por ahí, y aprovecho para preguntarle rápidamente por su tiempo trabajando como corista para artistas del calibre de Wilson Pickett o Marva Whitney, la soul sister number 1, de cuya “cruda sabiduría” dice haber aprendido un par de cosas y haber obtenido unos cuantos préstamos de repertorio, también.
Me informan amablemente de que el tiempo se agota, segundo aviso, que me queda un último tiro si lo quiero usar. Rindiendo homenaje a Nardwuar the Human Serviette en la manera en que siempre cierra sus interrogatorios, le pregunto con la mandíbula ya agarrotada del desuso que por qué a la gente debería importarle Shirley Davis. «Porque soy su rosa negra«, me responde, con toda la mística folklórica que una británica se puede permitir y acompañada de una carcajada lechuguina. Se hizo hasta un tatuaje en Nueva York en honor a éste alter ego suyo, así que debe de decirlo un poco en serio. ¡A eso se le llama dar titulares!
Y esa fue la primera, última y única pregunta a la que Shirley Davis contestó directa y debidamente. Quedaba toda la entrevista por hacer, había pasado más de una hora y los pacientes señores del Record Play querían bajar ya la persiana, así que puse cara de sentirme profesionalmente realizada y me fui a joder a otra parte. Las cartas de amor se empiezan sin saber lo que se va a decir y se terminan sin saber lo que se ha dicho, según Rousseau, y esto no es que fuera una declaración amorosa epistolar ni mucho menos, pero igual de poco tuvo de entrevista, así que ni idea, tíos, ni idea. El periodismo musical se empieza sabiendo lo que se va a decir y se termina sabiendo que no se ha dicho.