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Entrevistamos a Izaro

El pasado 31 de mayo, Izaro puso el punto final a su gira internacional en uno de los eventos musicales más importantes y esperados del año en Euskadi. Poco antes de que llegara su nuevo EP, el íntimo Perlak.

Ante la mirada de varios miles de personas y rodeada de amigos y compañeros de profesión, la artista euskaldun clausuró un tour que ha marcado su carrera durante varios años, centrado en su último álbum, cerodenero.

Esta gira, la más importante de su carrera, ha consolidado a Izaro como una de las voces más personales y potentes de la música contemporánea. Ahora, tras este intenso periodo sobre los escenarios, la cantante ha decidido tomarse un merecido descanso sin fecha prevista de regreso, aunque con la tranquilidad y la ilusión de que su próxima aparición vendrá acompañada de un nuevo álbum.

Días antes de este concierto, tuvimos la oportunidad de sentarnos con Izaro para conversar sobre su trayectoria, sus sensaciones tras esta etapa y la importancia de saber parar.

“Para nosotros, ese vínculo con la tierra no es sólo simbólico, es vital. Está en la música, en la lengua, en la forma de mirar el mundo”

Es un placer hablar contigo, Izaro. ¿Cómo estás viviendo estos conciertos antes del final de la gira?

Barcelona fue un superpoint. Ahora estamos haciendo todos los conciertos fuera de casa, y claro, suelen ser más pequeños que los que hacemos en Euskal Herria. Pero eso tiene un punto muy positivo: la cercanía con el público. En casa, al ser los conciertos mucho más grandes, se crea una distancia inevitable. Por ejemplo, ya no puedo salir al merch a hablar con la gente, y eso es algo que me encanta. En cambio, cuando tocamos fuera, como hay menos público, puedo salir, charlar un rato… Me encanta cuando alguien me cuenta que es la primera vez que viene a verme, que justo me ha descubierto y ha decidido acercarse. Tener ese contacto directo con la gente es de lo que más disfruto.

 

Exceptuando el concierto en Bilbao, estos últimos shows son en salas más pequeñas, como la de Burgos. También tienes uno en Burdeos, y esto me lleva a preguntarte: ¿cómo funciona tu música en Iparralde (País Vasco Francés)?

En Euskal Herria funcionamos con total normalidad, da igual dónde estemos, políticamente o geográficamente. Todo lo que está dentro de las siete provincias lo sentimos como una sola identidad: Iparralde, Hegoalde, Nafarroa… eso es casa. Burdeos está un poco más lejos, y es curioso porque está más o menos a la misma distancia hacia el norte que otras ciudades a las que vamos hacia el sur.

Vivimos en Donosti, así que estamos muy cerca de la cultura francesa, y eso se nota. Además, hay muchos euskaldunes en Burdeos, París y otros lugares de Francia. Suelen venir y para muchos es como una pequeña vuelta a casa, un masaje al corazón.

Nunca habíamos tocado en Burdeos; es la primera vez. Vamos con un formato reducido, sin batería, que me parece súper interesante. Me gusta mezclar formatos porque cada lugar tiene sus recursos y adaptarse me parece muy guay. Este formato, más tranquilo, es perfecto para un primer encuentro. Hay más espacio para cantar, y para que la voz sea el eje del concierto. Siempre lo es, pero cuanto más grande es el concierto, más difícil es que la voz sea lo único que destaque.

Te lo mencionaba porque hace poco estuve con un grupo que se llama Ezpalak y hablamos sobre la identidad vasca en Iparralde. Allí, al estar más amenazada o al menos más desconectada, los elementos culturales funcionan como un pegamento.

Es verdad que tenemos una única identidad, pero dividida en distintos lugares, y a veces eso se siente raro. Políticamente formas parte de una cultura concreta, pero en realidad la tuya es también la que está al otro lado. Hay fronteras que no se ven, pero existen, y cruzarlas cuesta. Son invisibles, pero se notan. Para mí, ir a esos sitios siempre es muy bonito, aunque sí, cuesta un poco pasar esa frontera. Pero una vez la cruzas, es muy especial. Por eso ahora, en Burdeos, sé que me encontraré con un montón de público que también forma parte de todo esto. Mantener una identidad común es algo muy bonito.

 

Y volviendo a ese gran cierre en Bilbao, ¿cómo estás preparando el concierto? Imagino que irás acompañada de todo el equipo, ¿no?

En el backstage vamos a ser como cien personas, es una locura. Ese sí será un concierto grande, con cuerpo de baile y todo. A mí me flipa porque, por ejemplo, en el formato reducido no bailo, estamos sentadas y solo canto. En cambio, en el formato grande bailo con coreografía y todo el equipo. Poder vivir esas dos experiencias en paralelo es una maravilla.

Cerodenero te ha llevado a recorrer muchos lugares. Viajar gracias a la música tiene que ser algo muy especial. ¿Cómo fue la experiencia del concierto en Nueva York?

Fue increíble. Ya había ido de turista, pero no tiene nada que ver. Cuando vas a trabajar, te juntas con gente de allí y te involucras más en el tejido de la ciudad. Para mí fue un sueño. Las entradas estaban agotadas y, aunque los vascos somos pocos, estamos en todas partes. Había muchos vascos también en Nueva York.

Y luego, mucha gente local. Fue una maravilla: el festival, el AMC, el concierto, la prensa, cómo me trataron. La gente gritaba, aplaudía mucho. Siempre que salimos fuera sentimos algo muy especial porque a menudo es público que nos ve por primera vez. Y depende de la cultura, hay más o menos apertura para descubrir artistas nuevos. Aquí no es tan común ir a ver a alguien que no conoces, pero fuera sí: la gente va, escucha con curiosidad y está abierta. Nos aplaudieron mucho y compraron muchos discos. Fue una pasada.

Izaro

Para mucha gente, era la primera vez que veían a un grupo cantar en euskera, como cuando nosotros descubrimos grupos islandeses y nos preguntamos “¿qué es esto?”.

Exacto. Allí daba igual si cantaba en euskera o en castellano. En castellano entendían un poco más, pero en el concierto en Islandia ambos idiomas les eran completamente ajenos. Eso genera algo muy interesante. Para mí también es un reto, porque como cantautora, las letras son muy importantes para comunicarme. Por eso siempre intento contextualizar un poco, adaptarme al idioma que entienda el público. Cuando tenemos que hacerlo todo en inglés es otro desafío… pero me lo pasé increíble.

Además, tú has estudiado en Estados Unidos, ¿no?

Sí, estudié en California durante mi último año de universidad, aunque hace tiempo ya. Aun así, subir al escenario y traducir todo lo que normalmente digo a otro idioma cambia muchísimo la dinámica del concierto. Suelo alternar entre castellano y euskera, pero hacerlo en inglés es otro mundo. Fue un reto, y estoy muy feliz porque el público nos acogió con mucho cariño. En Texas, por ejemplo, en Austin y Dallas, la gente estaba entusiasmada. Canté temas más folclóricos en euskera, y curiosamente fueron los que más gustaron.

Hablando de idiomas, quería preguntarte sobre tus primeras canciones del 2016, aquellas que cantabas en inglés, como “Paradise” o “Honey”. 

Sí, el primer disco lo escribí un poco allí, en EE. UU. Es curioso, porque es como abrir una caja de Pandora: empiezas a escribir canciones y, como escuchaba casi todo en inglés, al principio componía en ese idioma, más por la musicalidad que por otra cosa. Yo era muy nueva, sin experiencia, intentando entender cómo era eso de escribir canciones. Cuando lanzas un disco, no sabes qué pasará después; es como lanzar una botella al mar y esperar.

Ahora que soy más consciente, me aferro a los idiomas que controlo al cien por cien. Cuando escucho ese primer disco pienso: ‘Esta persona es como un bebé probando comida por primera vez’. Pero la verdad es que hay temazos en ese disco.

 

No ha pasado ni una década desde aquellas canciones, pero si echas la vista atrás, ¿no te da la sensación de que ha pasado muchísimo más tiempo?

Sí, total. Han pasado tantas cosas que siento que han sido treinta años. Justo antes estábamos hablando de los primeros conciertos que dimos, hace ocho o nueve años, y me parecía que fue hace cuarenta. He aprendido muchísimo y para mí es algo muy bonito.

Me siento como una niña, un bebé que va aprendiendo en vivo y en directo mientras la gente te observa. Es una sensación rara y bastante extraña, porque todo lo que estás probando lo ven y escuchan, y además te permiten volver, día tras día, para que sigas creciendo. Ahora miro atrás y veo la evolución, sobre todo en el escenario, y pienso: qué maravilla poder vivir esta dinámica de crecer delante de la gente.

¿Cómo se puede mantener continuamente esa energía vital?

Parar de girar es fundamental para mí. Cuando estás de gira, la vida se vuelve como una centrifugadora. Ayer lo comentaba en la radio: es como la gente que trabaja de noche, que vive en un mundo paralelo. Gira tras gira, todo se vuelve así, como vivir al margen de lo demás.

Porque sí, es sacrificado: el tiempo, el esfuerzo físico, la energía, la tensión, los nervios por querer hacerlo bien, la salud… Cuando estoy de gira, si alguien tose, ya lo noto. Me he dado cuenta de que la única forma de desenredar esa centrifugadora es detenerse. Aunque ahora estoy tan a gusto girando que hasta me da pena parar, sé que es necesario. Llegará un momento en el que no me apetezca seguir, y no puedes subirte a un escenario con cara triste, porque eso le puede pasar a cualquiera.

En 2023 dejé de girar durante un año. Antes, cantaba todo el rato, como un pájaro; en mi día a día lo hacía constantemente. Pero ya en la época de los discos de Los Limones me di cuenta de que solo cantaba para trabajar, en el escenario o en los ensayos, pero nunca para mí. Cuando paré en 2023, me costó. Recuerdo que, al sexto mes, mientras limpiaba mi casa, empecé a cantar y pensé: ‘Ostras, seis meses’. Necesité ese medio año de silencio y pausa para volver a mis casillas.

Al final, es complicado, sobre todo cuando la música es tu forma de vida. ¿Te da miedo llegar a un momento en el que pierdas las ganas?

Sí, se pueden perder las ganas. Por eso, lo de parar y darle una vuelta me parece súper importante. Parar y reconectar. El otro día leí una entrevista de Miley Cyrus, y decía que ya no quiere hacer giras grandes y agotadoras, porque cuando estás de gira tienes que alimentar ciertas cosas. Tienes que alimentar partes de tu ego, tu carisma, esa energía que te permite estar dos horas prácticamente sola sobre el escenario, llevando todo adelante. Ella  comentaba que, al hacerlo, sentía que se deshumanizaba, que se desconectaba de sí misma, y luego se encontraba un poco perdida.

A mí eso me pasó en la época de los Limones. Me deshumanice y me desconecté. Y de repente me di cuenta de que no había ningún cable a tierra. También está lo que tú dicés: no todo el mundo puede permitirse parar. Miley Cyrus puede permitírselo, pero mucha gente no, porque es de lo que viven. Eso lo convierte en un círculo vicioso.

Ahora creo que he hecho los cálculos y puedo parar un tiempo, preparar un nuevo disco, estar tranquila, volver a mi norte. Pero también sé que entre el momento en que dejas de girar y cuando tu cuerpo realmente se adapta a un ritmo más lento, pasa un tiempo. Es un proceso.

 

También es cierto que en España hay muy poca ayuda al sector cultural. Por ejemplo, en Francia los músicos cuentan con la “intermittence”…

Es complicado. La primera vez que me di cuenta realmente de la situación, fue pensando en el contraste con mi familia. Mis padres no son músicos: mi padre es electricista, ahora jubilado, y mi madre es profesora de instituto. Hemos tenido una vida  normal, sin nada bohemio … Pero tengo amigas que también se dedican a esto y cuyos padres, de la edad de los míos, sí son músicos profesionales. Músicos increíbles, con un talento brutal, de primerísima división. Sin embargo, muchos nunca han cotizado o lo han hecho muy poco. Han trabajado toda la vida y no se han podido jubilar. Fue cuando pensé: ‘Ostras, esto no puede ser. Esto no puede seguir pasando’.  Y ahí empecé a reubicar mis prioridades y mis decisiones.

Tengo la suerte de que ahora mi proyecto funciona. Vivo de esto y estoy cómoda. Tengo dinero para invertir en mi próximo disco. Más o menos, lo que gano lo reinvierto. Puedo parar si lo necesito, puedo pagar a mis músicos, puedo producir. Pero, ostras, es difícil. Es difícil llegar hasta aquí.

Cambiando de tema, cada artista tiene sus propios leitmotivs, y en tu música el hogar como refugio, la calidez y el invierno son temas recurrentes. Quería preguntarte si existía algún disco navideño en euskera antes del tuyo. Y, aprovechando, ¿por qué te gusta tanto el invierno?

Me encanta el invierno, yo también lo pienso. Por eso he disfrutado tanto en Islandia. Es mi lugar: las auroras boreales, el hielo, muy poca gente, mucho silencio. Creo que porque dentro de lo que hay afuera siempre puedes crear algo cálido dentro. El invierno te permite crear algo interior con mucho cuidado y soy fan del silencio.

Existen, pero muy pocos. A nivel pop, ninguno. A nivel folk, un par, sobre todo con canciones antiguas y recuperadas, más folkies. A este nivel pop, no. Para mí ha sido un regalo. No sabes cuánto se ha escuchado ese disco en Euskal Herria. “Olentzero” sonaba muchísimo en todos los pueblos. Y sobre todo, lo bonito de ver a los niños cantando ha sido un regalazo.

No hay nada más bonito que crear algo que, poco a poco, se convierta en parte de la identidad de las personas.

Tal cual. Estoy feliz. Además, justo ahora que los discos caducan tan rápido, que en dos semanas ya parecen viejos, el disco de Navidad siento que no caduca, porque es estacional. Cada Navidad vuelve a tener sentido. Mi pueblo se llama Mallabia, y me llaman “ Mallabia Carey”. Me descongelo como ella el 1 de noviembre.

Una de tus últimas canciones publicadas, “Ordu bik eta laurden”, es un canto a la amistad. A todas las personas que te han acompañado en esta gira. ¿Qué significado tienen para ti?

Es que es fuerte. No sé si la gente es realmente consciente de todas las personas que sacan un proyecto adelante. Si no fuera por ellas, Izaro no existiría. Hay gente en mi banda, y esto solo lo entiendes si estás dentro, que se implica profundamente en el grupo, en el proyecto. Sin esas personas, yo no podría trabajar. Al final, además, son emociones muy fuertes las que vives. Es como cuando eras niño y te ibas de campamento y conocías a personas que se volvían incondicionales en tu vida. Para mí, ahora mismo, ellos son eso: incondicionales. Son mi familia. ¿Cómo no voy a dar las gracias?

 

También has lanzado una canción que nació de una nueva amistad, como “Xorieri mintzo zen”, en la que colaboras con Baiuca. Tema que si no me equivoco nació en Colombia. 

No coincidimos nunca, y le dije: yo también voy al BIME, y al final, nos conocimos en Colombia. Alejandro es una persona maravillosa. Especial, sencilla y risueña. A veces, cuando conoces en persona a alguien cuyo nombre ya conoces, te llevas un disgusto… pero otras veces es un “guau”. Con Alejandro tengo una relación súper buena. Nos juntamos en Bogotá, hicimos click tanto a nivel personal como artístico, y surgió todo muy natural.

Escogimos esa canción porque él se mueve mucho en ese mundo: en la recuperación y relectura de canciones antiguas. Estábamos mirando opciones, también estaba Garasi, mi teclista, y empezó a mandarnos un montón de links. Teníamos que encontrar una que no solo nos gustara, sino que además pudiera evolucionar hacia la canción que queríamos construir juntos.

Y cuando escuché “Xorieri”, que es una canción icónica de allí, pensé: esta con beat puede ir genial. Empecé a cantarla por encima, mucho más rápido, y Alejandro me dijo: ‘Esto parece un embrujo lo que me estás diciendo’. Y dijimos: ‘Es esta’.

Para mí, además, es una canción muy significativa. Habla a los pájaros. Mi padre, de oficio es electricista, pero de corazón es observador de aves, siempre ha estado muy en contacto con la naturaleza, y nos ha inculcado esa idea: la belleza es libre, la naturaleza es libre, no hay que poseerla, hay que observarla y cuidarla.

Esta canción habla justo de eso. Dice: “Hablaba con los pájaros, hablaba con los ríos, que no sabía leer los libros de los hombres, pero sí el cielo y las estrellas”.  Si Mixel Labéguerien, que en paz descanse, pudiera venir al concierto de Bilbao y ver su canción todavía viva, con toda la coreografía que habrá… fliparía. Jamás se habría imaginado que, tantos años después, su canción estaría reencarnada en otra cosa completamente distinta, y que sería una de las más escuchadas en mi perfil. Es fuerte. De verdad que lo pienso y me emociona.

La naturaleza es un eje fundamental en la cultura vasca; hay una conexión muy telúrica con la tierra. Esto se refleja especialmente en las canciones tradicionales, donde se entrelazan temas existenciales, pájaros y otros elementos simbólicos. Por ejemplo, pienso en un tema icónico como Txoria txori, que recientemente también ha sido versionado por Iseo & Dodosound.

Es verdad, y además lo he comentado con otro artista que estuvo en Euskal Herria  y me decía: ‘Jo, es que todo es bastante existencialista’. Y creo que sí, realmente lo es. Porque cuando tu existencia como pueblo ha estado o está en riesgo, inevitablemente muchas de las expresiones culturales giran en torno a eso: a la identidad, a la resistencia, a la memoria. Y al final, la tierra es la única patria que nos queda. Para nosotros, ese vínculo con la tierra no es sólo simbólico, es vital. Está en la música, en la lengua, en la forma de mirar el mundo.

Ha sido todo un placer hablar contigo Izaro.  Por último, ¿Qué significa la música para ti?

Para mí, la música es inevitable. Es fisiológica. En el BIME de Bogotá lo dije también: es como ir al baño, no puedo no ir. Necesito hacerla. Es algo que está en mí y convive conmigo, como una parte más de mi cuerpo.

Escucha ‘Perlak’ de Izaro

Escucha ‘cerodenero’ de Izaro

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