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Everything But The Girl – Fuse (Buzzin’ Fly / Virgin Records)

Bien, esto sin duda exige una pequeña recapitulación previa. Al fin y al cabo, la historia de Everything But The Girl es una de las más insólitas del pop: pareja en lo sentimental y en lo artístico prácticamente desde que el A&R del sello indie Cherry Red les presentara en 1981, Ben Watt y Tracey Thorn siempre han constituido una república independiente respecto al resto del mundo. Y eso es, precisamente, lo que les hace tan especiales.

Comenzaron en tono acústico y con tintes jazzy cuando muy poca gente lo estaba haciendo. Cantaban aquello de “Each and every one” y el mundo se rindió a un encanto cándido que continuaron reivindicando en discos siempre por encima del notable, como Eden (1984) o Idlewild (1988). Cuando la llama parecía extinguirse, de repente, la remezcla hecha por Todd Terry de una de sus canciones más románticas, “Missing”, les convirtió en la pareja más cool del planeta. Algo que ellos capitalizaron a través de tres discos magistrales, a medio camino entre el intimismo acústico y la pista de baile –Amplified Heart (1994), Walking Wounded (1996) y Temperamental (1999)- que les convirtieron en referencia. Y de repente, ¡zas!, dieron carpetazo al asunto.

¿Y por qué lo hicieron? Pues porque tomaron una de las decisiones más peregrinas, valientes y románticas que jamás hayan tenido lugar en el universo pop. El ritmo era demasiado frenético y ellos priorizaron su amor sobre el éxito. Querían dar forma a una familia, criar a sus mellizas sin giras, sin calendarios imposibles, sin locuras, y la única forma era apearse del tren. Además, por si fuera poco, Ben hacía tiempo que luchaba contra una gravísima enfermedad autoinmune que aún hoy le mantiene postrado. Decidieron, en resumen, separarse en lo artístico y lo profesional y permanecer unidos en casa, manteniendo la llama viva de un amor que parece no extinguirse nunca.

Eso ha sido así durante más de 20 años, a lo largo de los cuales cada uno se ha mantenido muy activo: ambos escriben y publican libros, ambos han editado discos y Ben, además, es DJ, productor y capo del sello Buzzin’ Fly. La verdad es que no había necesidad de reivindicar algo que estaba bien como estaba, muerto y con un cadáver bonito tras de sí. Pero el caso es que, sin preaviso y como quien no quiere la cosa, la pareja anunció a finales de 2022 que tenía listo un álbum de regreso. Que es de lo que ahora vamos a hablar.

Y lo siento, pero tendremos que acudir a eso tan odioso de “la pandemia” otra puñetera vez… El caso es que la enfermedad de Ben (el síndrome de Churg-Strauss) obligó a la familia a observar unas reglas de comportamiento y distancia social muy estrictas. La pareja, cuyos hijos ya son mayores, comenzó a hacer vida tranquila y casera. La idea de volver a trabajar juntos como Everything But The Girl surgió de una forma en parte natural, pero también un poco como consecuencia del concepto de futilidad que ha introducido en cada persona todo este horrible período. En plan “Si no es ahora, ¿cuándo?”.

Eso sí, pusieron reglas: nada de sentimentalismos, nada de nostalgia. Un producto nuevo, que suene a 2023 pero sin perder la personalidad. Y eso es, precisamente, a lo que suena “Nothing left to lose”, canción lanzada al mundo en enero de este año y que, efectivamente, suena completamente actual, pero como si fuera antes de ayer cuando se publicaba Temperamental. Hay continuidad, coherencia, pero para nada vista atrás. Un hit instantáneo que representa la punta de lanza de todo el trabajo que culmina ahora, con la edición de Fuse. Uno de los regresos más esperados, no del año, sino del siglo.

Obviamente, puede que la emoción nos embargue. Y sin duda es pronto para decirlo, pero lo diré igualmente: Fuse es todo lo que cabía esperar. Incluso más. Un regreso triunfal, que reivindica – no “juega” a reivindicar – una carrera imponente. La voz de Tracey sigue siendo portentosa, desbordante de emoción. Es más madura, más rugosa, pero a la vez más sabia y con más matices. Está como envejecida en barrica. Y además no han temido usar efectos para manipularla y que esté al servicio de la canción. Eso no lo haría cualquiera, teniendo en cuenta lo sacrosanta que había sido siempre su voz en el sonido de EBTG y, por supuesto, las inmensas expectativas levantadas en los fans por su anuncio de vuelta.

Ellos han tenido eso en cuenta, pero se nota que han trabajado de una forma relajada, dejándose ser, fluyendo con el ahora. Y de esa forma, la secuencia de canciones ha quedado espectacular. Jugando, como en una partida de ping-pong, a combinar intimidad descarnada con hedonismo pop. Por eso no sorprende en absoluto encontrar algo tan hiriente como “When you mess up” o “Interior space” junto a algo con tan clara vocación de hit como “No one knows we’re dancing” o “Forever”.

La combinación es ganadora. Además, subliman todo eso con “Karaoke”, la joya final del álbum que aúna todas sus virtudes: melancolía medida, cero sensiblería, melodías perfectas moduladas por la espectacular interpretación de Thorn y ensambladas con las sutiles, pero inmensamente efectivas, bases electrónicas que ha fabricado su compañero. Vuelven a ser el tándem perfecto, como si el tiempo no hubiera pasado. Todo funciona. Y crece a cada escucha.

De nuevo, es pronto para decirlo, pero igualmente lo diré: creo que han vuelto con uno de sus mejores álbumes. O al menos, con uno que resiste perfectamente las comparaciones con lo mejor de su producción. Un disco realmente bello que se siente producto de dos amores desmedidos: el amor que tienen Tracey y Ben el uno por el otro y el que ambos comparten por lo que hacen. Es lo que les mantiene vivos, juntos y, a tenor de lo escuchado aquí, plenamente vigentes. Así que no podemos hacer otra cosa que descorchar el champán, Everything But The Girl ha vuelto.

Escucha Everything But The Girl – Fuse

 

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