Imelda May (Teatro De La Axerquía) Córdoba 07/07/17
Fotos: Raisa McCartney
El cambio de registro, que en esencia no lo es tanto, de una vocalista espectacular como Imelda May era el principal atractivo de la presencia en el Festival de la Guitarra de Córdoba de una artista que ya se vio obligada a cancelar, problemas de salud mediante, su anterior cita programada en la ciudad allá por 2011. Así pues, la otra razón de peso era saber de primera mano si en aquella ocasión los comentarios lastimeros de todos los que nos quedamos con las ganas de verla y escucharla estaban justificados o no. La impresión general tras asistir al despliegue de corrección escénica y sonora sobre un Teatro de la Axerquía una vez más desangelado (poco más de mil plazas ocupadas para uno de los teóricos platos fuertes del evento no es precisamente un rotundo éxito) fue de que efectivamente, tal vez debiéramos haberla pillado en otro momento más “potente” en cuanto a fuerza escénica y rotundidad de repertorio. Con todo, el espectáculo lumínico, combinando intimidad con expansión, y la impecable actitud de una banda reclutada con mimo por la irlandesa no dejaban lugar a demasiadas dudas: En otro entorno, la complicidad y conexión con el tono de sus últimas composiciones habrían sido máximas.
Un disco profundamente sentimental y desgarrador como Live, Love, Flesh, Blood sitúa el contexto creativo en la tesitura del amor convertido en huida y el deseo en frustración por lo que podría haber seguido y no siguió. A la ruptura con Darrel Higham, aparte de cónyuge durante más de diez años alma mater de la banda que la acompañó hasta hace un par de ellos, dedica buena parte del grueso de un disco diseñado para espacios cercanos, donde acongojar con el órgano de “When it’s my time” o “Human”, temas de una exquisitez extrema donde Imelda luce los nuevos matices de una voz extraordinaria, con ese sexto sentido (“Sixth sense”, literalmente) que solo tienen las gargantas superdotadas. La nueva imagen de una espectacular mujer la presenta vestida de negro, sin compuestos de peluquería ni maquillaje rimbombante, mucho más cercana a sus músicos y sintiendo a flor de piel la profundidad de temas de base jazzística como “Black tears” o “Flesh and blood”, en los que la piel, la sangre, la carne y el alma se vuelcan para ejercitarse como activos modernos del rhythm and blues y el soul, géneros de los que ya había más de lo que parece en la producción anterior de la señora –ahora señorita- May. El swing de la nerviosa “Bad habit”, la cimbreante “Big bad handsome man” y el rock de base latente en “The longing” dicen mucho de la actitud y búsqueda constante, sin despegarse nunca de sus raíces, de una artista que no pierde nunca el norte y hace partícipe al público de sus intenciones al escribir tal o cual canción, como cuando habla de que los sentimientos más opuestos no son en realidad el odio y el amor, sino este y el miedo que nos atenaza a seguir amando más de la cuenta (la maravillosa “Love and fear”). Esta nueva Imelda empieza a gustarnos tanto o más que la otra.
No es fácil encontrar el tono justo de transmisión para que una deliciosa “Should’ve been you” suene como debe ni para que los vientos de David Priseman y Gavin Fitzjohn, el bajo y contrabajo de Alan Gare, las guitarras alternas en solos de Donald Little y Oliver Darling, la batería de Ryan Aston y los teclados de Chris Pemberton compongan el marco perfecto para la explosión de ritmo de “Crying”, “Mayhem” o la imprescindible “Johnny got a boom boom”, con la propia vocalista a la percusión, una vuelta momentánea al repertorio que nos hizo amarla sin remisión. Y no es que a esta de ahora no la amemos, porque nos derrite con una inmensa “Leave me lonely” y se marca unos bises que remontan el clima del concierto y hacen que no queramos que se marche. Con “Game changer” exhibe unas tremendas facultades vocales, y en el fantástico cover de “Teenage kicks” de los Undertones pone el acento final para que la esperemos de nuevo en esta u otras futuras pieles, todas igual de interesantes.
El paso de Imelda May por el Festival de la Guitarra fue en líneas generales discreto, sin embargo, no solo por lo ya apuntado en otras crónicas respecto a la desubicación del espectáculo, sino por una cierta linealidad en algunos tramos del concierto y lo inesperado –otra vez la falta de información y de escuchas suficientes- de unas formas musicales más sosegadas que, a la postre, son las que hacen de ella un nombre fundamental en cualquier tipo de escenarios. Su círculo se ha abierto hasta tal punto de que ya no sabemos qué canta exactamente, solo que lo hace muy bonito y que no va a necesitar esforzarse mucho más para seguir conquistándonos. La carne, la vida, el amor, la sangre, el alma, el corazón, los huesos… Todo está en juego cuando te lo cuentan tan bien.