Marc Almond – The velvet trail (Cherry Red)
Cuando Marc Almond anunció después de publicar Varieté (Cherry Red, 2010) que sería su último disco con canciones propias, la sensación de pérdida, de fin de ciclo, no me resultó demasiado amarga. Después de 20 años Almond no había conseguido igualar las cotas que alcanzó con Stars we are (1988) o Tenement Symphony (1991). Aún así, sus trabajos de estos últimos cinco años, con canciones ajenas, mostraban a un artista en buena forma interpretativa, con lo que el círculo parecía haberse cerrado en falso. Le faltaba su Time out of mind, sus American recordings, su The next day, ese disco que le encumbrara definitivamente como artista atemporal o que al menos defendiera su prestigio ante los que no vivieron sus días de gloria.
Lo mismo debió pensar un antiguo colaborador y fan, Chris Braide, al que se le ocurrió la idea de enviarle algunas melodías con la intención de despertar el gusanillo compositivo del willing sinner. Y vaya si lo hizo. Empezó así un intercambio de archivos que ha culminado con el lanzamiento de The velvet trail (Cherry Red, 2015), quizás el álbum más personal y emocionante de Marc Almond en toda su carrera y sin duda uno de los mejores. Dieciséis canciones divididas en cuatro secciones, separadas por unas breves piezas instrumentales que le dan al conjunto una estructura teatral, melodramática. Y no es para menos, porque Almond se marca un álbum brillante, romántico, desafiante y emocionante sin caer en la sobreactuación que en ocasiones ha lastrado su obra. Incluso su voz ha alcanzado ese estatus de los grandes, de los artistas que con un susurro vencen al silencio, de los cantantes a los que crees cuando cantan.
Dejando aparte la facilona aunque pegadiza «Pleasures wherever you are», así como «Bad to me» o «Demon lover», que aún siendo excelentes recuerdan demasiado a sus días de ídolo synth-pop con Soft Cell, el resto son verdaderas obras maestras de la canción romántica en el sentido más decimonónico del término. Almond juega con lo que parecen ser desgarradoras descargas autobiográficas («The pain of never», «The velvet trail» o esa declaración de independencia que es «Life in my own way») pero mudando de piel constantemente: el Casanova canalla de «Zipped leather jacket», el elegante crooner de «Winter sun», el misántropo de la mencionada «Life in my own way», el amante despechado, el hedonista de vuelta de todo… ¿Está interpretando un papel (más) o abriéndose en canal con un último y honesto acto de paroxismo, de confesional entrega y quizás de despedida de su público?
Ahora sí. Si este fuera su último álbum, que ojalá no lo sea aunque ciertamente parece difícil superar esta maravilla, sí que podríamos hablar de una retirada por todo lo alto.