Conciertos

Monkey Week – Varios emplazamientos (El Puerto de Santa María (Cádiz))

Otra cita con el festival-escaparate-congregación del Puerto de Santa María, un fructífero invento del gran Paco Loco, omnipresente de un modo u otro en cada una de las ediciones y responsable de que en este balcón marítimo gaditano se reúnan durante un fin de semana al año promotoras emergentes, músicos inquietos, estrellas de paso, medios más o menos acreditados, cámaras de televisión, micrófonos, etiquetas urbanas y personajes del mundillo moderno últimamente llamados hipsters a los que en muchos casos no se les ha perdido nada por estos mundos sonoros.
El entorno festivo, las ganas de divertirse a costa de unos cuantas bandas y la diversidad de escenarios y ofertas hacen de esta una ocasión única para perderse entre las salas, teatros y plazas de una ciudad que aumenta su atractivo con cada nueva visita. En esta ocasión ni las inclemencias meteorológicas que una semana antes amenazaban de tempestad a la mitad de los convocados consiguieron evitar lo que todos sospechábamos: el Monkey Week sigue siendo una brillante idea. Y como sucede con todas, es imposible contentar con ella a todo el mundo, por lo que lo mejor era olvidarse de los eventos a los que no se nos permitía el acceso (sí, aquí también sigue habiendo clases) y centrarnos en el recorrido que de verdad nos estimula, el que engloba a las propuestas más frescas e interesantes y a reclamos de diversa índole que teníamos marcados como imprescindibles en la agenda. Aviso: no hablaremos ni de The Handsome Family ni de The Sadies, a priori los puntales escénicos del evento. Como no pudimos estar allí para contarlo, vayamos al grano y relatemos otras historias igualmente interesantes.
 
SÁBADO 11
La ronda comenzaba en la Plaza Alfonso X, el emplazamiento más perjudicado (aunque no tanto como anunciaban las previsiones) por los intermitentes aguaceros que acechaban el cielo portuense. Allí, en el tempestuoso mediodía, se esforzaban Nunatak por evitar las torpes comparaciones con unos Mumford & Sons, por ejemplo, que en pequeños rasgos parecen invadir sus arreglos folk. Una banda que causa buena impresión por sus impecables maneras y por las bien armadas cuerdas de temas como «Volverá a nevar», por ejemplo, con aires bucólicos y un cierto tono épico que presagia un gran futuro. Ojalá volvamos a hablar de ellos en un párrafo más efusivo. El que tampoco tendrá de momento Virginia Labuat, la «triunfita» vencedora que no quiere ni oír hablar de aquella infausta etapa, básica por otra parte para levantar los cimientos de una carrera que sigue dando palos de ciego en busca de su verdadera identidad. Y eso que tiene ya una amplia y parece que bien ganada legión de seguidores, que aplauden la osadía de su desmarque y corean las canciones de su tercer trabajo, un Night and day que intenta escarbar en unas raíces blueseras que no acaban de cuajar. Discreto su paso por las Bodegas Osborne, que esta vez cambiaron la ubicación destinada al festival e incorporaron sendos escenarios para que los sets acústicos, improvisados en su mayor parte, fueran otro de los atractivos de su visita.

The Ships, otra banda con entidad, solo han grabado un disco hasta la fecha, pero tuvieron la fortuna de hacerlo en la ciudad del Monkey Week y a las órdenes del mecenas Paco Loco, que después de moldearles las canciones se aplicó a la tarea de tocarlas con ellos y convertirse en su teclista oficial. Un proyecto lógicamente bien orientado, con la curiosidad además de ver a Juan Ewan, ex miembro de El Sueño de Morfeo, convertido en un músico serio y apasionado de los medios tiempos de The Jayhawks o las excelsas melodías de The Beach Boys. En su haber, una canción titulada «Hipster» que aún no sabemos si tomarnos como emblema de su trabajo o como pura ironía. En cualquier caso, el disco de su autoría no parece ser una cuestión banal. Tampoco lo es, en absoluto, el trabajo de Pasajero, granadinos de potentísimo directo y briosas líneas de guitarra que se han curtido en numerosos conciertos por todo el territorio nacional. Su «Radiografía» eléctrica fue de lo mejorcito publicado en el saturado mercado del pop orientado al rock en castellano del último año y «Borro mi nombre», entre otras, una canción como la copa de un pino. En las distancias cortas el ímpetu de su sonido resulta aún más efectivo y la inminente publicación de su nuevo trabajo no hará, me temo, sino confirmar las grandes expectativas levantadas con este.

Así sucede también con «La gravedad de Júpiter», un precioso ejercicio de pop entre la delicadeza y la tempestad que se convierte en la gran esperanza de futuro para Local Qua4tro, un grupo con buenas referencias (Teenage Fanclub es una de las más evidentes) y eso que les suele faltar a otros con más pretensiones, que no es otra cosa que un buen arsenal de canciones, de las que son un buen ejemplo «Hacer las maletas», «902» o «La playa de los muertos». En la sala Milwaukee encontraron un buen marco para demostrar que no siempre tener más público es sinónimo de hacerlo mejor. Una pena que el sonido de algunas salas se empeñe en enturbiar las buenas labores de algunas bandas, un problema crónico que padecieron los miembros de Joe La Reina en El Cielo de la Cayetana, aún más imperdonable por la calidad de unos temas bañados en suave psicodelia, llenos de recovecos y matices y aptos para mucha más gente de lo que pueda parecer a simple escucha. «Bailamos por miedo» es un debut deslumbrante en todos los sentidos, y no miento si digo que son unos de los grandes nombres a apuntar para un futuro mejor emplazamiento, aunque solo sea por hacerles justicia.

Encontrarse a una banda en la que el cantante es el único miembro masculino revierte la imagen habitual de una alineación rockera al uso. Máxime si el grueso de la producción sonora resulta tan convincente como la de Trepàt, reforzada con instrumentos insospechados entre los que se cuenta un impresionante oboe y guiños puntuales a la discografía de sus paisanos Lagartija Nick, solo que en su disco suenan teclados y ritmos pseudo industriales que en «Metrópolis», por ejemplo, llegan a gran altura. Muestran sus deudas musicales sin complejos y saben revertirlas con inteligencia.

«Transmediterránea» es una pieza que evidencia el gran nivel de una banda en plenas facultades. Otra de las muchas a seguir a corto plazo, junto con los vigueses Maryland, que no inventan nada (lo suyo es el power pop de toda la vida, ejecutado con precisión) pero que ganan con cada escucha de su último trabajo «Los años muertos», del que destacan ráfagas de aire fresco como «Pozo de almas» y la impresión de que aún no han tocado techo. Convincentes y en pleno desarrollo. Ya pueden haberlo alcanzado los locales Furia, que se hicieron con el primer premio del Circuito Joven Pop Rock de Andalucía, una de las competiciones organizadas durante el fin de semana, practicando una, valga la redundancia, sucia puesta al día del rock pantanoso de toda la vida. «Listen to Phenomenal Western Rock Combo» tiene un título lo bastante explícito para sumergirse en aromas fronterizos, punteos de spaghetti western hortera y la apabullante presencia de Nur Wong, voz, guitarra y atractivísima imagen de una banda limitada en planteamientos pero poderosa en sus presupuestos. Mucho más discretos se presentaron los valencianos Modelo de Respuesta Polar, producidos por Suso Sáiz, una institución. Pop suave, íntimo por momentos, el que contiene «El cariño», un disco a descubrir lentamente, como su directo, no muy bien encuadrado en el recorrido nocturno del festival y en otra sala (la discoteca Gold para ser exactos) de dudosa acústica, pero dejando escuchar preciosidades de estilizado perfil como «Miedo» o «Toda la vida» que marcan un camino lento pero seguro que ojalá reciba el eco que merece.

DOMINGO 12
Otra historia, y bien diferente, es la de Los Sentíos. Sus integrantes proceden de varios proyectos sevillanos finiquitados en plena efervescencia, pero sus variopintos orígenes han desembocado en una trayectoria que ocupa ya más de diez años. Su público es limitado porque también lo es su repercusión mediática, pero su calidad instrumental no admite la menor duda, ni la racial voz de Eduardo Bonachera, la veterana personalidad que encabeza a estos Flamin´ Groovies andaluces. Andan presentando un fantástico trabajo titulado «See you in hell» y engrosan la amplia nómina de practicantes del rockabilly aparentemente desfasado, solo que ellos saben dotarlo de nuevo y fantástico brillo. En las Bodegas Osborne unas decenas de personas dieron fe de su empeño. En la plaza, poco después, Josete Dyaz presentaba su nuevo proyecto Villanueva con toda la brillantez que le permitió un cielo inmisericorde que descargaría su ira en forma de chaparrón poco antes del término de su actuación. Seguramente fue este uno de los momentos más injustos de la jornada diurna, porque las magníficas canciones que ha grabado este veterano de la escena gallega y en las que han colaborado músicos de The Right Ons, Fuel Fandango o Anni B Sweet (no es que no tenga buenas amistades) deberían funcionar sin mayores problemas en circunstancias más favorables. Emocionantes son «Ahogándonos» e «Inevitable», y en la misma onda de pop imaginativo y bien hecho anda el resto de «Viajes de ida», un disco interesantísimo. La gran frustración del día.
Ya hemos hablado en alguna ocasión de los poderes de unos amantes del rock americano llamados Smile, que por sus pintas y las de sus canciones podrían pasar por turistas sin que nadie se diera cuenta de que en verdad son unos excelentes músicos. Hicieron lo que les hemos venido viendo hacer, jugar con los sonidos de los sesenta en mandolinas, guitarras acústicas y trotonas melodías tan limpias como inofensivas e innovar lo justo antes de meterse a grabar un próximo trabajo con el que vuelvan a probar fortuna en este tipo de citas, muy apropiadas para su espíritu lúdico que, todo hay que decirlo, les funciona mejor en recintos menos expansivos que el de la vetusta bodega.  Radicalmente opuestos, Inra se presentan como la idea personal de un cantautor camuflado de líder al amparo de canciones intensas, robustas en su plasmación en directo y con unas letras a tener muy en cuenta. De no haber aparecido en el actual momento de saturación, esta banda daría mucho que hablar. Tocan instrumentos eléctricos inspirados en el folk y en la poesía de los nuevos románticos y tienen un halo «cultureta» que no resulta en absoluto cargante. Cautivan las atmósferas de «Procesión de secretos» y «Hiedra» y los ambientes que invaden su reciente entrega, un EP con ejercicios acústicos de la talla de «Que nos pisen la cabeza», y encima nos regalan una excelente versión de «No mires a los ojos de la gente» de Golpes Bajos. Otra oportunidad, por favor.

De esos grupos que pasan por un festival sin pena ni gloria, a medias porque el trasiego continuo de público en el circuito de showcases obliga a cada uno a trazarse el recorrido más idóneo y también porque llevar a cabo una actuación de música instrumental un domingo a media tarde no es la opción más solicitada. El pop maquinal de «Arcade», el anticipo de lo que será el próximo trabajo de estos malagueños especializados en grabar EPs de tirada limitadísima al circuito de adictos a los videojuegos y a la superficialidad tecnológica ochentera, suena más asequible de lo que se puede pensar, pero el objetivo de conjugar samples y teclados con sonidos más orgánicos no acaba de resultar en un proyecto con empaque. Habrá que seguir intentándolo. Cuesta mucho menos entrar en el mapa sonoro de Kenedy, banda que ha paseado su directo por gran parte de los festivales más importantes del país y que por fin disfruta de un bien ganado prestigio gracias a las canciones de «Guts», su esperado debut. Un pop directo y perjudicado una vez más por la acústica del peor recinto del festival y que pugna por enseñar el brillo de «Into the wild», «John Locke» y «Some tales» entre otras agradables redacciones musicales de una banda en buen progreso. Un caso similar, aunque en otra onda diferente, al de Tiger & Milk, que suenan a muchas cosas que hemos escuchado antes (Deneuve o La Costa Brava como referencias más evidentes) y que han grabado un disco más que apañado en el que ponen un pie en los deslavazados sonidos de la movida madrileña y otro en el refinamiento británico de unos Belle & Sebastian. Tienen algunas canciones nada desdeñables como «Incondicional» o «Curva», y otras más obvias -«Tenemos que hablar» o «Dicen de ti» entrarían en el repertorio de cualquier banda ñoña de los noventa-, pero si siguen trabajando puede que se desmarquen pronto de una escena con poco tiempo para dar crédito.

Es difícil darlo cuando te topas con un trío de armónica, guitarra blues-punk y batería salido de una tribu de extras de road movie haciendo explosionar una pequeña sala. El Lobo En Tu Puerta conjuran a Hendrix con el inmortal Robert Johnson y ponen a prueba la paciencia de los oídos no familiarizados con tan potentes descargas. Los de Chiclana solo tienen una demo con la que pasearse por los escenarios de la zona pero les basta para invocar a «Mr. Satán», agotar los recursos del theremin en «El monstruo del pantano» y salir de «Dentro del fuego» con ráfagas de guitarra endiabladamente efectivas. Una experiencia a la que resultaba difícil resistirse, sorprendente y revolucionaria que ojalá no se tuerza a corto plazo.

Sin embargo, lo de la chilena Natisú tiene trazas de perdurar, al menos ya lo ha hecho durante una serie de EPs y dos discos largos editados en su país y que ahora se encarga de presentar en nuestro país, siempre eclipsada por estrellas como Gepe o Francisca Valenzuela, nombres de mucho más predicamento entre la horda indie. Inspirándose en los devaneos electrónicos de Thom Yorke pero mucho menos pretenciosa, se subió al estrado de El Niño Perdío con su banda para tocar «Mañana», «Mejor quizás» y otras recetas contra el aburrimiento de reciente factura. Es difícil no pasar desapercibido para una artista como ella, y eso que actitud no le falta. Cerca de allí, la ración habitual de rock granadino esperaba en las figuras de los componentes de Royal Mail, otra de las revelaciones del año, con fantásticas canciones inundadas de dream pop y un único trabajo mezclado en USA como pasaporte al prestigio inminente. Suenan recios y equilibrados, y desarrollan largos pasajes instrumentales que no entran a la primera en directo pero dejan el poso que buscan en los que saben escuchar.

«Ay, pena, penita, pena». Por el desastre acústico, una vez más, y porque la copla no estuvo nunca concebida para que una voz como la de María Rodés la cantara algún día. El pop independiente atesora jugosas virtudes pero también adolece de exceso de pretensiones y de escaso filtro cualitativo. El ataque, nunca mejor dicho, de la catalana a un legado cultural inmenso no está bien enfocado por mucho que se crea que una guitarra acústica y un mínimo ambiente de fondo (en este caso le sirve un contrapunto eléctrico) pueden dotar de alma a la tremenda lírica de «Tatuaje» o «Tengo miedo». No era el momento ni el lugar, aunque la artista siga recibiendo parabienes por su atrevimiento. En el Monkey Week solo provocó bostezos y despistes varios por los malentendidos que pueda suscitar la por otra parte interesante discografía de la chica.

Tocaba cambiar de aires y confirmar si el concurso The Road to Santa María organizado por un canal británico para traer a España a los ganadores tiene algo de sustancia. Me temo que habrá que seguir esperando, porque los Goodbye Strangers, afortunados vencedores del evento, aún están a medio hacer. Jovencísimos y con las suficientes inquietudes como para remezclar a Lily Allen y tomar su nombre de un clásico de Supertramp, tienen en «Magnolia» su composición más redonda hasta la fecha y la prensa de su país los emparenta en su bisoñez con Two Door Cinema Club. Si seguirán en nuestro recuerdo cuando los volvamos a escuchar o no depende de su evolución, y hay que decir que por el momento se muestran aplicados y limpios en sus formas.

Caía el sol y llegaba la hora de amenizar la merienda con otra de las bandas por las que teníamos especial curiosidad. Quedó saciada a medias, porque Trajano! es el típico hype del que muchos hablan en términos laudatorios hasta que descubres que se les ven las costuras por las que se cuelan los peores tics de The Cure, por mucho que ellos se empeñen en ser los nuevos Joy Division de la música independiente nacional. A veces hasta consiguen embaucar con las buenas maneras de «El último hombre» y «Willow», temas con los que se transportan a una época más oscura para el pop español, pero en general el concierto se hace repetitivo y para cuando suenan «Jaguar» y «155», que en disco lucen una gran fachada, los no iniciados ya han decidido iniciar el periplo nocturno en otras direcciones.

Los que pululaban a esa hora por la plaza se toparon con una grata sorpresa (nos incluimos). Un grupo sevillano de nombre canino, El Imperio del Perro, desplegaba aire british y anarquía organizada ante la general indiferencia del grueso del pelotón portuense que ya empezaba a pensar en los platos principales de la madrugada. Mientras, ellos a lo suyo, que no es otra cosa que apabullar con pistoletazos de alto calibre titulados «Os odio a todos (humanos)» y «Monos al espacio», que desde el título hablan bien a las claras de su ambición. Casi sin querer nos encontramos con un plato que nos supo a poco y al que le empezamos a coger el gusto justo cuando se despedía.

Sin embargo, todavía había tiempo para revisitar la sala Milwaukee y disfrutar de algunos de los temas de los tolosarras Peachy Joke, unos aventureros de mucho cuidado que se habían recorrido media península para tocar ante apenas medio centenar de personas. Haciendo algo tan simple y a la vez tan sofisticado como puro y directo rock and roll han cosechado alabanzas, han ganado importantes certámenes y han conseguido que el productor de El Columpio Asesino se fije en ellos para grabarles su próximo trabajo. Lo mucho y bueno apuntado en «The Papas & The Mamas» se estira y diversifica con rotundidad en una nueva etapa que debe depararles más de un éxito. O mucho me equivoco o estos tipos van a ser grandes.

Terminamos la peregrinación con un repóquer de apuestas que esperaba no acabasen en meros faroles. Por un lado, la sección pesada correspondiente a apuestas radicales y poco asequibles: Miraflores, atropellados y mortíferos ejecutores de un rock distorsionado y sudoroso apto solo para audiencias igual de concentradas, que ensuciaron el escenario de la sala Rodeo con rudeza y gritos de adrenalina incontrolada; y los inconmensurables Jaguares de la Bahía, el grupo que Paco Loco tiene como hobby para divertirse y divertir de vez en cuando a sus paisanos de adopción. Cuando decide juntarse con su pandilla de amiguitos (una pandilla que viene de otros nada desdeñables proyectos como Ledatres, Bigott o Australian Blonde) le sale la testosterona por los poros y tropieza con los monitores, enseña prominencias abdominales y ejecuta una torpe e hilarante danza del vientre ante el aplauso generalizado. Su faceta de showman contraviene las leyes del ágil productor y descubridor de talentos que siempre ha sido, pero como una vez al año no hace daño, centraliza la atención del evento como uno de sus mecenas y desfoga un poco sus inquietudes gritando «get ready for the Monkey Week» para convertir dicha frase en el himno oficial del evento. Impresionante espectáculo.
Y nos faltan tres, a saber: Chencho Fernández, un veterano roquero sevillano que cambia de formación a cada disco y que pretende actualizar el legado de los Burning de Johnny Cifuentes con actitud y, todo hay que decirlo, grandes canciones (¿alguien recuerda a los enormes Sick Buzos? Pues él era el líder de aquella banda) como «La estación del Prado» y cierta vena nostálgica; The Milkyway Express, rock sureño con profusión de banjos, acústicas y estética hippy, y por último Paul Zinnard, alias Carlos Oliver (creo que es más bien al revés), el único que logró sonar medianamente bien en el desastre de una sala ya citada en términos poco halagadores y que empezó a rodar las canciones que incluirá en su próximo y más eléctrico disco después del remanso baladístico que supuso «Orbit one». Para salir de improvisada gira con músicos que no son los que habitualmente graban con él y ensayar un repertorio aún en sus cimientos la jugada resultó muy profesional, no en vano es un solista con gran experiencia -ya grabó varios discos con The Bolivians y The Pauls durante los 90- y sobrados recursos en directo. «Regular white man stupid», «Red or blue», «You never get what you want» o «A good thing that you know» son sus sólidas cartas de presentación, o más bien de refrendo.

Treinta nombres entre el maremágnum de sonidos, convocatorias y estilos que hacen del Monkey Week el evento musical más importante del sur de España. Ese es el balance realizado en esta ocasión. Habrá más en la próxima, o menos, pero siempre intentando que ni lectores ni redactor perdamos demasiados detalles en el proceso de disfrute. Afortunadamente, me temo que somos demasiado «monetes» para dejar de intentarlo.
 

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