Nat Simons (Sala WiZink) Madrid 24/02/24
Costaba encontrar en este arranque de 2024 un concierto puntual con mayor avalancha de reclamos que el programado por Nat Simons en la sala WiZink (Madrid). Empecemos por lo obvio: la cantautora madrileña es, de largo, una de las mejores cantantes de este país. Sólo con sus dos primeras referencias discográficas (Home On High (13) y Lights (18)), dos bonitos discos oscilantes entre el country, folk y pop, y embellecidos por encima de todo por el dulce y sutil timbre vocal de la madrileña, ya fue suficiente para vislumbrarlo. Podría haberse acomodado perfectamente a ese registro y, tirando de su talento y oficio, continuar labrando una carrera sumamente interesante. Pero no sería ella, la felina que protagonizó hace tres años una de las reinvenciones estilísticas más arriesgadas y exitosas de los últimos tiempos.
Aquí radicaba otro aliciente indiscutible del evento: comprobar el nivel de arraigo y de dominio de Simons en estas nuevas latitudes sonoras. El ingrediente de raíces americanas tan presente en los citados álbumes de la década pasada es ya historia en Felina (21) y Felinas (24); aquí predomina un pop-rock más contundente, épico y con un embriagador toque glam. Las objeciones de los fans más puristas de los primeros tiempos podrían tener cabida, pero nunca la imputación de que nuestra protagonista se haya domesticado o entregado a la comercialidad, pese a que las canciones exhiban en líneas generales más gancho y esmero en la producción. Este salto al vacío podría haber salido tan bien y como mal, y lo que inclina la balanza al acierto total es el factor diferencial de siempre, el más determinante: la inspiración de las canciones. Y en ese sentido, Simons jamás ha sonado tan excelsa y en plenitud como ahora. Además, cambiar unas influencias, como las del country-folk, mucho más recurrentes hoy en día, por el actual estilo tiene mucho de ir a contracorriente, de involuntaria originalidad. ¿Quién suena remotamente parecido a Bowie o Marc Bolan hoy en día en nuestro país?
Otro punto favorable de la experiencia, y que en buena medida explica la más que notable asistencia de público, fue el reducidísimo precio de las entradas, más chocante si cabe presenciando el despliegue técnico, instrumental y escénico que requirió la actuación, además de la generosa y estelar lista de músicos invitados de diferentes corrientes y generaciones que acompañaron a Simons y tanto colorido y dinamismo insuflaron a la actuación. Feliz ejemplo éste, dicho sea de paso, de que los artistas tienen más mando en este sentido de la que les atribuimos cuando queremos justificar desmedidas exigencias monetarias al adquirir un ticket, cuando no indefendibles disparates.
Precisamente esta rutilante colección de figuras de nuestra música era lo que distinguía la cita de la capital del resto de fechas de la gira, y lo que le confería un brillo muy particular, pero pronto se percibió que en absoluto resultaría imprescindible para sentir que estábamos ante un concierto sumamente especial y singular. De hecho, Simons, enfundada en cuero negro de la cabeza a los pies, y antes de cualquier irrupción para compartir protagonismo con ella, capitaneó con mucha autoridad el primer tramo de la actuación, y ensambló a la perfección la pasión y contundencia de sus flamantes canciones (“Grand Finale”) con el exquisito clasicismo americano de alguna de sus piezas más primerizas (“The Way It Is”, “You Can’t Just Imagine”). Hubiera sido bonito, en estos primeros lances de la velada, que Xiana, de Spooky Velvet, niña poseedora de una preciosa voz, interpretara estrofas de “Macabro Plan”, tal y como hace con admirable desenvoltura en la adaptación al gallego incluida en el último disco, pero no fue posible. Seguramente, junto a Nina de Juan, de Morgan, y la mítica Cherie Currie, que ya girara recientemente con la compositora madrileña, la ausencia que más pudo echarse en falta.
Eva Ryjlen, a continuación, y acometiendo “Televisión”, estrenó con tino las numerosas entradas en escena que acontecerían a partir de entonces. Por allí desfilarían personalidades de la industria como Virginia Maestro, Marina Iñesta, Loquillo (espléndida versión de “Cruzando El Paraíso”), Íñigo Bregel o Nadia Álvarez, y aunque nadie dejó de estar a la altura de las circunstancias, unos cuantos merecen una mención especial. Obviamente, el inalcanzable líder de 091, José Ignacio Lapido, quien atacó con la guitarra e inusitada furia su clásico “Qué Fue Del Siglo XX”, dejando para el recuerdo el instante de mayor colmillo rockero del show. Igor Paskual, uniformado con una chaqueta con la bandera de Reino Unido, sacó el indomable animal escénico que lleva dentro y se lució con “Queens Of Noise”, de Runaways. Vega, por su parte, derrochó carisma y aura a destajo con “Déjalo Ser”, una de las canciones más irresistibles que jamás haya publicado Simons, y tal vez el cénit de la noche. Otro momento muy climático fue el cierre, con la frenética “Big Bang”, con Simons y Anni B. Sweet desgañitándose delante de un megáfono y acabando por todo lo alto, como hay que cerrar un concierto.
Pero insistimos, aquí la felina que reinó fue la protagonista, que tuvo tiempo para deslizar en este reguero de apariciones otro doblete de temas de la primera época (“Another Coffee and Cigarette Day” y “Ain’t No Blues”) y ratificar, por si había alguna duda, que tanto en la introspección y delicadeza como en la frontalidad más sensual y lacerante de canciones como “Ley Animal” se encuentra igual de cómoda y convincente. Tres guitarras brindaron mucho cuerpo a un set que sonó cristalino en todo momento, sin ningún desliz perceptible. Toda la banda de acompañamiento, por cierto, rayó a gran nivel, destacando Laura Solla, magnífica guitarrista atacando melodías, y Anxel Solana, quien es tan capaz de escribir la superlativa e imprescindible biografía de Guns N’ Roses, “El Crimen Perfecto”, como de empuñar el mástil, tirar de atavíos hard-rock 80’s y controlar desde la discreción toda la maquinaria musical, al más puro estilo Izzy Stradlin. Para todo esto dio un concierto que su máxima estrella saludó, agradeció y despidió con la devoción y agradecimiento que, por todos lo que lo hicieron posible, sin duda mereció. Definitivamente, quien esa noche viviera en Madrid y se aburriera, fue porque quiso.
Fotos Nat Simons: Pedro Rubio Pino
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