Pablo Und Destruktion (Ambigú Axerquía) Córdoba 11/02/23
La coletilla convertida en pseudónimo no es arbitraria en este caso. Todo en las letras, la sonoridad, la atmósfera y el telón de fondo de las canciones del asturiano Pablo García, artista en el más amplio sentido del término, está justificado hasta el detalle cuando se escuchan con la atención debida. Autor de seis discos a cual menos comprendido y de una novela, La Bestia Colmena, un ensayo tampoco de fácil digestión, está habituado a diseccionar los resortes de una sociedad en la que parece vivir de prestado, forzándose así a emanciparse en su pequeña isla desde la que tomar distancia y obtener un retrato ajustado del estado actual, y eterno, de las cosas. Puede vestir su música con prendas variopintas, unas más disonantes que otras en color y textura, pero siempre guardará una coherencia interna y externa, condicionadas por qué y cómo cuenta lo que quiere contar. Aunque solo sea apreciada por unos cuantos implicados en su misma causa, él se empeña en dotar de verborrea sarcástica sus actuaciones, siempre más cortas de lo estrictamente necesario. El halo de outsider ya lo trae de serie, pero con cada nueva grabación ensancha y expande su pequeña leyenda de cantautor al borde del abismo, pero esta vez, a diferencia de un Tom Waits en busca de la auto redención imposible o de un Elliot Smith evaporándose en su propio malditismo, plenamente consciente de que nunca se va a tirar al vacío. Al menos de forma voluntaria. Porque lo que implican sus canciones, especialmente las de Altamonte, su última y más inundada de electrónica propuesta, es que los que deben abandonar el edificio son los demás.
Por no dejar la primera idea esbozada a medias, diremos que la transmutación de Pablo García en el rotundo Pablo Und Destruktion no es más que su forma de subvertir el orden de los elementos para acabar llegando a las mismas conclusiones que muchos, solo que de otra forma. Lúcido y frenético, raquítico y anárquico, consciente y subconsciente se unen en los zarpazos de realidad que enmarcan los momentos de asombro continuos que supone ver a un cantante con dos micrófonos y escucharlo con el único apoyo de su guitarra y de una batería voraz, baqueteada por el otro Pablo, este de apellido González y con un callejero “Pibli” como llano nombre de guerra. Un dúo de eficacia probada en la nueva readaptación del repertorio, acelerando el esqueleto rítmico de “A veces la vida es hermosa” o llevando al terreno original la tremenda “Powder”, con el silbido marca de la casa como hilo conductor, o derivando hacia la geografía local, anclando la base melódica en el puerto de un “Gijón” al que equipara con la mismísima Amsterdam en su decadencia.
Irrespetuoso con su propia obra, revirtiendo y pervirtiendo el orden y la forma de los temas elegidos para su nueva actuación en Ambigú Axerquía (el público cordobés sigue siendo duro de pelar, pero fácil de contentar cuando sabe a lo que se enfrenta), el latido folk de “A la mar fui por naranjas” es recuperado en su enésima versión, abriendo el set list como si de su mayor hit se tratase, y obviando con descaro su reciente producción –dicho sea de paso, “Lobito” es una joya que merece varias aplicadas escuchas-, se recrea en la historia de una “Extranjera” que aún no se sabe si vino o se fue. Él reconoce tener en su sangre restos de civilizaciones antiguas, y en su voz el grito de muchas tribus interconectadas entre sí. El discurso, lejos de ser agotador, clarifica algunas cosas que al final no quedan del todo claras. Como debe ser. Como él siempre ha querido que sea. Dando las “Gracias” poco antes del final, justo en el momento de invitar al omnipresente Fernando Vacas, amigo por derecho y deber, y rasgar guitarras al unísono en “Pierde los dientes España”, posiblemente su pieza más demoledora, con permiso de un “Puro y ligero” que aún hace que nos preguntemos quiénes somos y quiénes fuimos en realidad. Es lo que tiene titular un disco Vigorexia Emocional y trascender más de una conciencia. La filosofía de la podredumbre que se entrevé en “Limonov (de Asturias al infierno)” es solo un reflejo más en las aguas revueltas de su pensamiento.
El poder de atracción de algunos artistas que lejos de depurar su propuesta, la hacen más densa con el tiempo, es infinitamente mayor que los que hacen de lo previsible su centro de gravedad. Hace falta más audiencia como la que suele convocar Pablo Und Destruktion en cualquiera de los formatos elegidos, y mucha más paciencia para esperar tiempos mejores en los que el arte y la cultura, valores implícitos a cualquier comunidad que se precie de existir, otorguen el papel que en verdad les corresponde a algunas voces empeñadas en demostrar que sí, que la vida puede ser mucho más hermosa si la escuchamos contada con las palabras exactas. Solo si despertamos a ella podremos dar fe de ello.