Soledad Vélez
Ser joven es un arma de doble filo: mucha gente no te toma en serio, pero también puedes arriesgar todo lo que quieras
Entrevistas que no lo parecen. Esas son las mejores. Entrevistas que son, en realidad, simple conversación. Algo así fue la del otro día con Soledad Vélez. En una terraza a escasos metros de la sala Matisse dónde, horas más tarde, la chilena estaría presentando su primer larga duración (Wild Fishing, Absolute Beginners) en Valencia. Con dos Alhambras de por medio, los minutos de entrevista fueron cayendo hasta casi llegar a la hora.
Escondida detrás de unas gafas de sol, me pasé esos casi sesenta minutos de entrevista intentando adivinar qué mirada acompañaba a cada respuesta. Sólo al final, cuando se consumía el sol y la conversación, se las quitó. Quizá las gafas eran el contrapunto perfecto para la transparencia y la verdad que se le escapaba en cada carcajada, en cada respuesta.
Para romper el hielo, hablamos primero de los demás. Pero no al azar. Fiona Apple (“menuda tía”), PJ Harvey (“mujerona de las grandes. PJ Harvey es un gran icono para mí. Más que nada porque es una mujer fuerte sobre el escenario”), Billie Holiday (“siempre la he sentido superhonesta, siempre está cantando algo real, y sabe interpretar muy bien”), y Cat “¡Power¡”, completa cuando yo sólo había escrito Cat (“tiene mucho mérito que la gente te oiga aullar y te reconozca el talento, y diga “esta tía me la voy a tomar en serio”. Es tan intensa, y te la crees tanto”).
“Pensé que ibas a caer en el cliché de: como eres una chica y tocas la guitarra…”, dice de repente. “Para mí, PJ Harvey, Billie Holiday y Cat Power, como lo puede ser Patti Smith, que también es muy potente, son mujeronas de la música. Me he inspirado muchísimo en ellas, y muchas veces intento proyectar mucho eso”, termina antes de darle un trago a la cerveza.
Después de despachar al vendedor de mecheros con un “no fumamos”, le pido que hable sobre su voz. “A veces es necesario cantar dulce, porque la canción te lo pide. Para otras canciones el cuerpo me pide otra voz y proyectar otra cosa. Si cantara siempre igual y no tuviera matices, sería un poco aburrido”, apunta; “me divierte jugar con mis matices, puedo proyectar mejor, más que con la letra. No es lo que dices, es como lo dices”.
Es hora de hablar del pasado. “Siempre he tenido grupos de rock”, recuerda antes de confesar que la guitarra eléctrica está reclamando su protagonismo. Los grupos familiares nunca fueron una gran idea, y el suyo con sus hermanas acabó en drama (“dejó de hablarme durante una semana”). Folk y blues llegaron en su último año en Chile, poco después de Dylan y la canción protesta. Folk, blues,… y reggaeton. “A mí me gusta. Yo escucho de todo”, reconoce justo antes de contarme cómo bailaba en los conciertos de hip hop del Primavera Sound del año pasado, en el que actuó. “Tengo mis ratos de todo. Me gusta porque al momento de componer siento que tengo muchas más herramientas; me siento así, lo quiero proyectar así. Y te proyectas mucho mejor con bandas dispares”.
Hablamos de “mujeronas” desde el principio, y está claro que sus espejos son un referente para ella. “Lo que yo quiero es que la gente se tome más en serio mi trabajo; yo compongo, hago mis canciones. A veces dicen “no, esa chica sólo canta, las canciones no las hace ni ella”…”. “Yo hago mis putas canciones”, dice enérgica. “Me gusta plantarme como una mujerona: yo hago mis canciones, yo produzco mi disco,… Y yo acepto colaboraciones o no”. “Considero que hay mucho machismo en la música, por eso me gusta cantar con rabia”, me dice justo después de confesar que detesta hablar de su edad (“suelo decir que tengo 28”).
Totalmente integrada en Valencia (“tot bé” (todo bien), le contesta a un miembro del sello que nos saluda), hablar de la ciudad y de sus amigos (“yo nunca en la vida había tenido amigos. Nunca, nunca, prefería estar sola”) le recuerda alguna anécdota de cumpleaños lejos de casa. Como el que pasó el año pasado en el Primavera Sound, sola. Por supuesto, lo rememora entre risas. A la segunda de siete hermanos le cambia inevitablemente la voz cuando habla de su padre (“tiene un vozarrón, cuando canto de esa forma me siento como él”), como lo hará otra vez más tarde.
El acento chileno se ha impuesto, junto con las sonoras carcajadas, y ya domina la conversación por completo. Sin embargo, apenas hay rastro de él en sus canciones, en inglés. “Desde muy pequeña, siempre he oído música en inglés. Fonéticamente me siento más identificada. Si escuchas desde pequeña “I love you, I need you, I´m really sad today”,… es como que sólo sé expresar mis sentimientos reales a través del inglés, porque por la forma en que suena es tan musical para mí que me cuesta muchísimo cantar en castellano”. “En “Hug me” alargo mucho las vocales”, explica mientras, de hecho, las está alargando en castellano sin darse cuenta. “Cantar en castellano es como maquillarme, no me siento cómoda”.
Su naturalidad ya se ha apropiado de la tarde. Por eso me parece totalmente normal que imite el sonido de una ballena llorando en plena calle (con una rigurosidad sorprendente) para reconocer su admiración por Jesús de Santos. “Es un placer haber encontrado a Jesús”, asegura, “es muy creativo, me aporta muchísimo. Si no fuera por sus guitarras yo no me sentiría completa”. Realmente parece muy exigente en cuanto a lo que su trabajo se refiere: “he probado muchos guitarras, muchos músicos, … Me volví cruel, me volví tan sincera que… Era como tener relaciones con hombres. Muchos se lo tomaron muy mal”. Tajante y sensible (“¡sí, se puede!”), posiblemente en sus extremos más lejanos, así es ella.
A todo esto, se está agotando la entrevista y apenas hemos hablado de Wild Fishing en términos estrictos. “Estoy orgullosa de decir: este disco es mío. Más que nada porque todo lo que escuchas en el disco, desde la primera a la última nota, me siento bien con ello”, confiesa después de contarme cómo grabó “Wild fishing”, tumbada y rodeada de pedales con los que jugaba.
Pero no todo fue tan idílico. “Hubo un momento que dije: como no me coja un sello en tres meses me vuelvo a Chile de nuevo”.“El universo no quiere que lo deje”, añade. Y está claro que hoy en día “es muy difícil vivir de la música”, sobre todo cuando no haces “otra cosa”. Pero, aunque no le guste hablar de su edad, lanza una verdad enorme: “ser joven es un arma de doble filo, mucha gente no te toma en serio, pero también puedes arriesgar todo lo que quieras porque puedes retomar la carrera”. “Lo más difícil de la vida es saber qué quieres hacer, porque cuando ya lo sabes te pones a ello”, termina.
Se nos está acabando el tiempo, que no la conversación, y Soledad es cada vez más transparente. “Jamás he tocado en una cena de amigos: la mano y la boca me tiemblan”, reconoce. Coincidimos en el circo perversamente orquestado alrededor de Daniel Johnston, sobre todo desde los medios, y, no sé cómo, acaba tarareando el principio del “Cocaine blues” de Cash antes de romper a reír otra vez.
Imaginarla cantando con Cash hace que le haga una última pregunta antes de acabar. Cuál sería su dueto perfecto. Y por primera vez divaga. Piensa la respuesta durante segundos, poniendo la vista tras las gafas de sol en un punto indefinido del decorado urbano. Y la voz le vuelve a cambiar. “Creo que me gustaría cantar con mi padre… Lo echo mucho de menos y tiene una voz muy potente. Me encanta. No pudo dedicarse a la música porque pasó todo esto de Pinochet y tuvo que coger una carrera tradicional, así que se proyecta un poco en mí… Sé que a él también le haría mucha ilusión. Sería muy bonito”.
Fin de la conversación.