Sufjan Stevens – The Ascension (Asthmatic Kitty)
Si hay algo que caracteriza a la obra de Sufjan Stevens puede ser su capacidad para mutar en diversas pieles, consiguiendo a través de todas ellas transmitir la enorme sensibilidad que salpica cada uno de sus movimientos. De esta manera consiguió volver a impactar con un tremendo ejercicio de folk desnudo, como fue Carrie & Lowell (Asthmatic Kitty, 2015), centrado en la difícil relación con su difunta madre y que desencadenó en una gira con tal carga emocional que se vio obligado a detener alguno de sus conciertos ante el aluvión de sensaciones nostálgicas que le asolaron, así como antes lo había hecho en desbordantes celebraciones de pop barroco e inagotable en detalles, como fue el emblemático Illinois (Asthmatic Kitty, 2005).
A lo largo de su carrera, su gusto por la electrónica ha ido asomando de forma más o menos puntual hasta erigirse en elemento vertebrador en un trabajo que en su momento generó cierta controversia, pero que con el tiempo se ha asentado con solvencia entre sus más destacadas entregas, como fue The Age Of ADZ (Asthmatic Kitty, 2010). La fórmula allí desarrollada alcanza una brillante continuación en este excelso nuevo capítulo dentro del imaginario de un personaje siempre ajeno a contextos o coyunturas, que marca sus propios ritmos y reglas, desmontando convenciones o etiquetas.
The Ascension (Asthmatic Kitty, 2020), vuelve a ser una obra larga y densa, a degustar con paciencia y atención máxima por el detalle, a redescubrir en cada entregado acercamiento a ella. Nace de su alejamiento del mundanal ruido, apartado hacia la soledad del entorno rural empujado por la gentrificación. En ella, las canciones fluyen sin prisas, se abren en capas de envolvente aroma a ratos perturbador, a ratos desarmante en su belleza inasible. El colchón electrónico le sienta como un guante a las composiciones, generando atmósferas que remiten a Björk o a Radiohead en su etapa a partir de Kid A, acertando a la hora de hilvanar un tono definitivamente adictivo en el que su privilegiada voz se mueve cómoda y natural, y demostrando una vez más su solvencia en diferentes terrenos.
Centrado en la necesidad de recordar lo importante que es la consecución de la paz interior y el equilibrio por la vía del cuidado personal, del evitar fijarse en los demás, o no dejarse influenciar por el desastre que nos mueve a nivel global, para optar por el bienestar individual que se traducirá en beneficios en nuestra actitud vital, las letras tienen un punto de reivindicación en dichos términos que fortalecen un discurso global necesario y enriquecedor. Con tránsitos fluidos entre la realidad y la ficción, el viaje que plantea invita a una inmersión sin límites en un universo lírico que completa la experiencia incomparable que siempre supone adentrarse en su mundo.
El inicio no puede ser mejor: “Make Me An Offer I Cannot Refuse” es pop en estado mayestático, con subidas y bajadas que rozan el éxtasis y una épica que se desliza contenida hasta que se desborda en todas las direcciones, en una catarata de sensaciones descomunal. Con ella, enseña sus cartas a la perfección y pone el listón bien alto. Sus bases tejen una telaraña en la que quedar atrapado para no poder ni querer salir hasta el último segundo de su compleja e irresistible letanía. El tono escapista de la música abraza con plenitud la llamada a las fuerzas de la naturaleza que evoca su letra. Es un arranque que engancha sin remisión y que enlaza ágil con la sutileza de “Run Away With Me”, la ambrosía dance-pop del triunfal single “Video Game”, o el tono amable y dulce de la notable dupla “Lamentations” / “Tell Me You Love Me”. Como una bofetada de cruda y fría realidad, “Die Happy”, oscura y obsesiva, rompe esa inercia y tras un arranque ciertamente asfixiante alcanza una plenitud en su desarrollo que la sitúa como uno de los grandes hallazgos de esta entrega.
“Landslide” y “Goodbye To All That” vuelven a arrojar algo de luz con su fluir grácil y tienen todos los números para crecer con el tiempo, sirviendo como puntos de partida para encarar una segunda mitad donde brilla especialmente el tramo final: el potencial himno “Sugar”, con un estribillo memorable llamado a erigirse como uno de sus grandes hitos, que ya es decir; la sublime “The Ascension”, que pide cerrar los ojos y embarcarse en un viaje a las estrellas y que fácilmente puede ser la que mejor condense la esencia del conjunto, y el que fue el primer adelanto, “America”, esa oda al amor que bajo su coda final “Don´t do to me what you did to America”, repetida en bucle infinito, supone el cierre perfecto a un embriagador recorrido por todas las virtudes de un artista en estado de gracia, necesario e inclasificable, que siempre consigue dejar con la boca abierta y seguir sorprendiendo y pellizcando el corazón, dejando cada vez menos margen para no acabar desarmado y entregado a tamaña demostración de talento en estado puro.
Escucha Sufjan Stevens – The Ascension
Me parece un gran disco con, sobre todo, una gran primera mitad. Al final se empieza a hacer densito