The Avett Brothers – The Carpenter (Universal Republic Records)
Han pasado diez años desde el primer disco de The Avett Brothers. Si siguieran sonando exactamente igual diríamos que no evolucionan. Si, como ocurre, hay un cambio de rumbo evidente en sus últimos dos discos, les diremos: Avett Brothers, vosotros antes molabais. La banca siempre gana.
Aún así, intentemos analizar las cosas. Es cierto que la banda de los Avett ha virado ostensiblemente en los últimos tiempos. Y más que posiblemente hayan perdido el genio y la autenticidad que sí tenían en sus comienzos. Y no me voy muy lejos tampoco: 2007, Emotionalism. Daban ganas de ponerle un piso a es disco. Uno con manteles de punto y chimenea, con vistas al lago y un granero donde montar raves country. Eso era folk bonito, bonito. Hace sólo cinco años, con cuatro discos a sus espaldas, los Avett y compañía aún sonaban puros, ingenuos. Hasta se les veía buena gente.
Y no es que ahora no. Pero desde que Rick Rubin ha entrado en sus vidas el cambio es evidente. Vale, sí: hace cinco años The Avett Brothers sonaban muy diferente a como lo hacen ahora. Tampoco es un drama. No lo es si es un viraje voluntario. Es como si Rubin, a quien nunca le agradeceremos lo suficiente los American Recording de Johnny Cash, les hubiera sentado a la mesa y les hubiera puesto a hacer deberes. Disciplina eslava. Talento sí, pero controlado. Todos a tirar tiros libres después del partido.
Rubin, que ya produjo I and Love and You, maneja los mandos de The Carpenter. Más contenidos y con el genio bien encorsetado, el disco suena de maravilla y por supuesto tiene temas que, como «Live and die», saben dónde hay que apretar para conseguir el premio. Pero, salvo contadas ocasiones («Winter in my heart», «Down with the shine»), el genio de ese country-folk incontenible e impredecible se asoma poco. Por supuesto, ni rastro de el bluegrass descarado de principios de siglo. Buenos temas de folk-pop («The once and future carpenter», «I never knew you», «Geraldine»), cierta épica muy muy dirigida («Pretty girl from Michigan») y medios tiempos listos para ofrecer una dulce cabezadita («February seven», «Through my prayers», «A father´s first spring»).
Un diamante brillante, pero quizá demasiado pulido.