The XX – XX (Young Turks/XL)
Es bastante fácil reconocer un hype provinente de las isla Británicas: uno puede leer en la prensa musical a seguidores y detractores enzarzándose fervientemente en infinitas batallas para decidir si se trata de la obra maestra más sublime de la historia o de la bazofia más sobrevalorada de la semana. Al final lo escuchas, se parece a lo mismo que escuchaste ayer y lo acabas olvidando al poco rato.
Es curiosa, pues, la unanimidad con la que se ha recibido de forma positiva el primer trabajo de The XX, una banda de chavalines del sur de Londres. Me uno a la marea del revuelo montado con el disco homónimo y no puedo por menos que sorprenderme, en la primera escucha, de que no se trate del último clon del éxito británico del momento.
Resulta imposible no ser seducido por la atmósfera íntima que han conseguido los ingleses a base de eliminar lo superfluo. Es difícil resistirse al encanto de las bonitas melodías y del sonido comedido de unos temas taciturnos y melancólicos, tristones y adictivos. El disco está resuelto de manera minimalista y discreta, pero consiguiendo que las canciones sean de una exquisitez abrumadora y lo suficientemente variadas como para mantener el nivel y descubrir nuevos detalles en sucesivas escuchas. Increíble cómo con tan poco, consiguen tantas sensaciones.
Escuchas un tema como “Islands” y te quedas fascinado por la simplicidad del ritmo y por la guitarra marcando una melodía tan simple como efectiva. El esqueleto de una canción de pop perfecta. ¿O acaso hacen falta más arreglos? Te dejas llevar por el inicio minimal de “Heart Skipped A Beat” o la tensión que respira “Basic Space” y te das cuenta de que las voces de Romy Madley Croft y Oliver Sim son una combinación chico/chica poco convencional. Si bajas el volumen, Romy y Oliver te susurran. Si lo subes, los bajos te dominan.
Un disco, en resumen, en el que la banda londinense ha tomado sus influencias (desde las bases rítmicas del dubstep y el r’n’b a la elegancia de Chris Isaak, pasando por algunos sonidos de Young Marble Giants o incluso The Whitest Boy Alive), se ha librado de las partes que no les interesaban y las ha reducido a la mínima expresión, haciendo un auténtico ejercicio de creatividad. Y además, consiguiendo un disco de una frescura envidiable y sorprendentemente compacto.
Imposible vaticinar, ¡ni falta que hace!, si el disco seguirá ahí dentro de diez años, pero a su favor tienen que se trata de un debut ciertamente impactante y de lo más original que ha salido últimamente de las islas.