Tom Waits – Times-Union Center for the Performing Arts (Jacksonville (Florida))
Tras los pantanos atestados de cocodrilos; los porches de madera; los supercentros para adultos (dos películas de Jameson por 40 dólares); los cientos de iglesias (“The man his knees is the tallest”); la tormenta de las 4pm; los carteles de hamburguesas ultra gruesas; las casas de empeño; los puestos de fruta a los lados de la carretera…
Tras esto está Jacksonville, casi como si llegaras del desierto. Tom Waits está en algún lado de esta ciudad también.
Los policías señalan el camino con sus luces amarillas.
La humedad es tan agobiante que las gotas de sudor caen por la espalda y empapan los vaqueros hasta las botas.
El Teatro es gigante por dentro y Waits sale en plena oscuridad como una mariposa nocturna. Bombín, traje gris, chaleco, botas grandes que levantan una nube de polvo cada vez patean la tarima de madera. Campanas, bombos, altavoces hacen que parezca una marioneta humana salida de un puesto de feria en Coney Island. Oscuro, dolorido, voz como un puñetazo en la barriga, mezclando viejo blues del Delta del Mississippi, vaudeville, viejo dixiland jazz desde Storyville, cabaret, gospel, viejos espirituales, minstrel shows, flamenco, latin music y freak shows en sus raros valses basados en ritmos duros y letras empapadas de delirium tremens. Su banda (sus dos hijos ayudando en algunas canciones aparte) estuvo formada por batería, bajo acústico, guitarras (Omar Torrez), saxo-clarinete (el neoyorquino Vincent Henry que tocó dos saxos a la vez) y órgano volaron a su alrededor… pero es casi imposible desviar la vista del maestro de ceremonias y de sus bailes esquizoides acompañado por un trabajo soberbio de iluminación que ayuda a transmitir el mensaje con mayor intensidad. Estás dentro y Waits, el personaje, el pianista borracho, el mago manco en su traje de charol, el domador, el vendedor de alcohol de contrabando, el traficante de dientes de tiburón, el carnicero Frankenstein canta para las cucarachas fluorescentes, las prostitutas con tres pezones y los cerdos vestidos con satén rojo.
Abre con “Lucinda/Ain’t going down to the well no more” (de Orphans) pero luego suenan “Way down in a hole”, “Anywhere I lay my head”, “Make it rain”, “Invitation to the blues” (“She’s a moving violation, an invitation to the blues”) que sale especialmente soberbia, “Black market baby” (también sobresaliente), “Inside the broken clock”, “Cemetery Polka», “Trampled rose”,” Falling down”, “All the world is green” o la simplemente impresionante “Chocolate Jesus” (“esta canción va dedicada a todos aquellos que tienen problemas para levantarse e ir a la iglesia los domingos”)… todas con un fantástico aire de jam session, como si Waits fuera decidiendo con cuerdas en sus dedos como y cuando la canción acaba o cambia de intensidad.
Cuando habla entre canciones su voz baja de tono y este enorme teatro, iluminado sólo por un foco sobre el artista, se empequeñece y parece un piano bar de Los Ángeles con Los Fabulosos Baker Boys como teloneros. Precisamente, más o menos a mitad de concierto, Waits se queda sólo con el contrabajo a su lado y se sienta al piano y el show cambia. Mientras toca, cuenta chistes y habla sobre el cerebro de las hormigas, las tortillas de ostras, el pene más largo del mundo animal, Sarah Bernhardt, chinos saltando escaleras, insectos y lunas que huelen a fuegos artificiales. Así regala “…But there’s never a rose”, “Can’t wait to get off work” y “On the níkel”, con todo el mundo cautivado y mondándose de la risa con sus chistes entre canción y canción.
Tras el mini-bar show se sube de nuevo sobre la tarima polvorienta y desde el techo cae una bombilla colgada de un cable como un micrófono en un combate de boxeo justo a la altura de su cabeza. Él la hace oscilar y comienza a recitar-cantar una increíble “Circus” (“Topping the bill was Horse Face Ethel And her ‘Marvellous Pigs In Satin’”)
Después se cuelga la guitarra y se saca de la manga una más que corrosiva versión de su “Get behind the mule” y un montón de canciones más (“Hoist that rag”, “Cold cold ground”, “Singapore” y la lluvia de papeles dorados durante la cautivadora “Make it rain”…) que prolongan el efecto casi narcótico de verle actuar en el sentido más amplio de la palabra. El último bis es “House Where Nobody Lives”. (“Without love… It ain’t nothin’ but a house A house where nobody lives. Without love it ain’t nothing But a house, a house where Nobody lives”).
Desaparece saludando con la mano izquierda entre las sombras. El traje gris empapado en sudor por la espalda. El bombín en la mano. Los enormes megáfonos colgados del techo del escenario.