Burt Bacharach – Puerta del Angel (Veranos de la villa 2009) (Madrid)
Hay ocasiones en las que tienes la posibilidad de encontrarte con partes esenciales de tu vida emocional, momentos en los que las canciones cobran cuerpo y te dejan la huella de la comprobación sentimental. Ahí es cuando asumes que, efectivamente, unos cuantos minutos de melodía y estribillo se pueden convertir en conciencia, recuerdo, confirmación y vuelo.
Algo de eso es lo que ocurrió en el concierto de Burt Bacharach en Madrid. En un lugar en el que daba igual su ubicación, bastaba solo con el cielo abierto, los árboles y la sensación de amplitud. El señor de la sonrisa vivaz, se mostró exuberante y contenido, algo que a priori podría parecer incongruente pero que con un repertorio y el genio intactos se hacía más bien evidente y, lo mejor de todo, intacto. Al verle seguramente muchos de los que estábamos allí pensamos lo mismo: ¿cómo es posible tanto genio?
Independientemente del gran aporte de Hal David, Burt Bacharach tiene algo que le hace único, una extraña presencia que le ubica en punto delante de la observación del compositor. Por eso verle cantando, con una voz resquebrajada y a la vez honda, las tonalidades de “Alfie”, fue realmente conmovedor. Tanto como cuando cogió el micro para entonar la enorme “Raindrops keep falling on my head”.
Entre tanto sobrecogía el encuentro constante con títulos como “Walk on by”, “Make it easy on yourself”, “Any day now”, “Close to you”, “Tower of strength”, “What the world needs now is love”, “Baby it’s you” o “God give me strength”. Canciones que traspasan las épocas y que aúnan en su belleza un contenido melódico preciosista con unas letras a las que uno puede acercarse tanto hasta empaparse de su carga original.
Luego llegó la reflexión. Escuchar a un hombre que ha compuesto para gente como Scott Walker, Dionne Warwick, Chuck Jackson, Gene McDaniels, Tom Jones, The Carpenters o The Beatles, no es cualquier cosa. Efectivamente, la magia existe y probablemente tenga mucho que ver con la conciencia compositiva de un artista que sabe tanto de armonías, como de sugerencias, silencios, contenciones, estallidos y contraluces.
Con una banda resuelta y unos vocalistas entregados, Bacharach repasó décadas de latidos, desgarros, reflexiones y suspiros. Y lo hizo con elegancia, con espacio. Así su repertorio fue la viva frecuencia de que una acción y reacción constante con un talento que ya no conoce de épocas. El resto es trabajo nuestro. Disfrutarle o descubrirle, según sea el caso, es de por sí una toma de contacto con la idea primigenia del pop inmortal. Ese que deja huella, sentido y a la vez emoción. Pop a pecho descubierto, sin estratagemas, pop que te hace sentir como cuando atesorabas tus primeros discos y querías respirar todo el aire del mundo aunque te doliese. Pop verdadero. Gracias.