Monkey Week – Varios emplazamientos (El Puerto de Santa María (Cádiz))
Es lo que tiene asistir a un festival que se desarrolla en plena calle, con las puertas del teatro abiertas y la plaza a pleno sol, que se te satura la agenda y recuerdas que aún no eres un ser ubicuo (en caso de dar con una lámpara maravillosa ese será el primer y casi único deseo) y que, por mucho que te guste convertir el trasiego de sala en sala y de escenario en escenario en una improvisada y placentera ruta de senderismo musical, la tinta roja ocupará un lugar destacado en tu mochila y llenará de manchas tu hoja de ruta para intentar salpicar de grandes momentos tantas idas y venidas. Y eso que en esta edición no pudimos cubrir todo el espacio que nos habría gustado, pues a la jornada siguiente nos aguardaba un largo viaje y otros compromisos que nos harían elegir y desechar eventos. Quedémonos pues con el recuerdo y la revisión de un viernes festivo a pocos kilómetros de la bahía gaditana, entre luces y sombras, encuentros afortunados y alguna que otra sorpresa.
No lo fue en absoluto el set acústico de Xoel López, justificando más que nunca la reivindicación de su nombre real por encima del de su proyecto hasta hace poco con la desnudez de cuerdas, armónica y voz ante los escasos pero atentos oídos que despertaban a duras penas de la resaca de la bienvenida nocturna que prologa habitualmente un Monkey Week más ecléctico y vivo que nunca (el jueves habían inaugurado el festival ZA!, Lisabö, Pony Bravo y Gipsy Aliens, para no aburrirse). El gallego repetiría al día siguiente en formato y emplazamiento diferente, pero la toma de contacto con su nuevo material y el refresco del antiguo nos dejó algo fríos, como si su potencial como autor de canciones frescas -que lo sigue siendo, y ahí estaba la versión de «Quemas», entre otras, para demostrarlo- hubiera menguado sin casi darnos cuenta.
Puede que influyera el hecho de que algunos de los allí presentes comentaran lo sobrevalorado de su propuesta o que a esas horas aún no estábamos preparados para la supuesta profundidad pop de sus composiciones, pero casi se convirtió en telonero de unos desconocidos Nice Weather For Ducks, portugueses que trajeron otra brisa, con un aroma menos trillado y un disco humilde y sólido grabado como si fueran unos Animal Collective de lento calado y temazos como «Back to the future» para invitar al baile y desperezar definitivamente al mediodía festivalero.
Colorido sonoro en los Vampire Weekend europeos, sin duda, que por esos retrasos que acumulan los teóricamente conciertos simultáneos nos permitió volver a la plaza a tiempo para ver cómo los renacidos Ross, ahora cantando en castellano, llevaban a efecto sus influencias melódicas sesenteras en «La familia extraterrestre» y otros temas de corte clásico, tal vez demasiado para que el público se percatara de que estaba ante una de las grandes joyas del evento. «Durante el fin del mundo», su nuevo EP, presagia una nueva etapa igual de ingrata que la anterior, es decir, con la frustración de hacer enormes canciones para que no las escuche casi nadie.
En esas mismas estaban unos venezolanos de espíritu lúdico e intensidad sonora llamados Famasloop, que hicieron su debut en España ante el desconocimiento generalizado de algunos que terminaron arrebatados por su puesta en escena, incluidos chalecos antibala y ubres vacunas como tocados para terminar el show, y deseosos de volver a verlos en la siguiente jornada en otro entorno acústico más adecuado a sus jugueteos con el tecno pop más inocente de los ochenta, al que cargan de contenido, reivindicaciones y gotas de folclore autóctono en un trabajo más que recomendable, «La quema», culminación de una trilogía que aún tenemos que recorrer detenidamente. El pop y sus múltiples direcciones, cuando se tiene clara la ruta, nunca dejará de proporcionarnos bandas tan interesantes como esta.
Primer alto en el camino. Almuerzo frugal, nuevo vistazo a la hoja de ruta y de nuevo la selección de opciones. Una de ellas debía llevar el nombre de Lorena Álvarez y su Banda Municipal, que ofrecen justo lo que prometen: un desfile folclórico con guitarras acústicas desafinadas, percusiones y flautas que atrae justo por lo contrario a sus intenciones. Aparente intrascendencia en un cuidado espectáculo de fanfarria cercano a la verbena con una lírica mucho más trascendente. La misma que busca desde un punto de vista mucho más pretencioso (y no usamos el término de modo despectivo, que se sepa) el dúo asturiano Elle Belga, con el ex Manta Ray José Luis García al frente. Versionando a Leonard Cohen («Who by fire» adaptada al castellano suena sencillamente impecable) alcanzan el punto álgido en directo, en esta ocasión sometido a un horario y una sala nada adecuados para apreciarlos en su justa medida.
Justo al lado, sin que se enterase mucha gente, un catalán de nombre de pila David y de apodo de guerra Caustic Roll Dave presentaba uno de los proyectos más arriesgados y estimulantes del festival y del panorama del nuevo blues actual. Y digo nuevo porque es justamente eso, algo que nadie se ha atrevido a hacer antes, o al menos con tan pocas y tan efectivas armas: altavoces, bases, loops, guitarras acústicas (preciosa la Martin que lleva de gira), cavaquinhos, armónicas y teclados que matizan y filtran aún más la voz. Sentado, con sombrero de feriante despistado y gafas de pasta que van más allá del mero adorno, se enfrenta a la difícil tarea de plasmar en directo las canciones (si es que a lo que hace se le puede llamar así) de «Long term blues», uno de los mejores álbumes publicados en España en los últimos años del que ya hemos hablado en estas mismas páginas. Arriesgado, sutil, consciente de su espíritu minoritario pero concentrando muchas de las esencias de la música industrial, consiguió que viviéramos otro de los momentazos del día, y otra vez sin que casi nadie se enterase.
Poco después, The Wheel and The Hammond enarbolaban su vitola de finalistas del Circuito Pop Rock Joven de Andalucía, gracias a la cual consiguieron abrir el escenario vespertino a los amantes de ambientes similares a los que crean Coldplay, Keane, o por situarnos más cerca, La Sonrisa de Julia. Teclados cristalinos, líneas vocales muy curradas (gran voz la de Félix Espejo) y seducción melódica en un buen trabajo, «The Twath EP», aún escaso bagaje para una gran audiencia que recibió complacida las grandes posibilidades de «Hope and fear», sin duda la cumbre hasta ahora de unos músicos demasiado pendientes del lado más amable del pop británico.
Con un sabor de boca distinto nos dejó Hans Laguna, pseudónimo de un catalán que ha compuesto música para teatro, dirigido videoclips y dejado boquiabiertos a la mayoría de los que hemos escuchado sus «Primeras marcas», un disco mucho más sólido de lo que parece a primera escucha que defendió en una sala nuevamente semidesierta en compañía de una banda eficaz y cómplice en algunos momentos de la dispersión que tal vez juegue en su contra a la hora de reunir a unos oyentes más o menos numerosos. Su «Final feliz», esa «Edad media» tan particular y la reivindicación de identidad propia en «Ese no soy yo» deberían ser escuchados en masa. Se nota que no somos muy partidarios de los grandes escenarios ni de volver a escuchar a bandas omnipresentes en este tipo de eventos, léase Napoleón Solo u Hola A Todo El Mundo (aún no habíamos escuchado su nuevo disco), y quizá la opción de Soledad Vélez tocando en una terraza a media tarde nos seducía mucho más.
La chilena, levantina de adopción, no decepcionó porque ofreció lo de siempre: intensidad en sus letras, austeridad en sus arreglos (sólo se hizo acompañar de la segunda guitarra de Jesús de Santos) y folk de agrias connotaciones que en «Wild fishing» la transforma por momentos en una Jolie Holland de sangre latina.
Al reputado directo de Fon Román llegamos tarde, pero en cambio pudimos asistir a los últimos coletazos de Grises, una banda que hace que esto del pop sea algo muy grande. No basta con describirlos como unos practicantes más del electro indie, habría que hablar largo y tendido de la magia que incluyen temas como «El hombre bolígrafo» o «Plástico eléctrico» y de las ganas con las que siempre nos dejan de reencontrarnos con su fantástico repertorio. Esos deseos de baile, de sudor y de fuerza rítmica nos llevaron a los pies del escenario donde The Faith Keepers actualizaban una vez más el legado de Funkadelic con el embrague cambiando a la marcha que impusieron los grandes del soul. Una buena dosis de boogaloo y rhythm and blues desde Zaragoza en un viaje más que justificado, y otra banda a la que no perder la pista en lo que queda de año.
Ni tampoco a los Shining Crane, una seductora conexión levantino-anglosajona que tiene en la voz de Tracy J. Hobbs y en su imponente puesta en escena el mejor gancho para adornar las canciones, alguna de ellas realmente sublime, de su debut «Ingrávida», del que ya hemos tomado buena nota en nuestra próxima lista de incorporaciones discográficas.
En la misma sala, el Milwaukee Jazz Club (un rincón encantador para escuchar música de calidad en El Puerto), aguardamos a Rossvelvet, unos elegantes cómplices del smooth-jazz curtidos en la escena londinense que transitan con soltura entre las claves del género.
Su terciopelo iba convirtiéndose ya en el telón nocturno que descorrería la rugosidad de Wayne, ganadores del prestigioso concurso Jack Daniel´s Backstage y teloneros de Vetusta Morla o Pereza en otros focos veraniegos como el Arenal Sound, en los que ya avisaron por dónde iban los tiros de su nueva encarnación, más endurecida y mejor producida, y llenaron la sala donde minutos antes Manolo Tarancón reducía hasta los huesos, si es que eso es posible, la piel acústica de sus «Reflexiones», un trabajo algo más luminoso de lo habitual grabado bien cerquita, en los estudios de Paco Loco. Ambiente folk, querencia americana y una voz propia que algún día esperemos encuentre el lugar que merece entre nuestros creadores más personales.
La semana, o mejor, el día del mono no dio para más. El nuestro ya va en aumento, a medida que repasábamos los nombres que nos perderíamos el sábado y nos comprometíamos a que en la próxima edición no se nos pase ni una nota. Al menos lo intentaremos, porque el auténtico festival independiente del país se va convirtiendo año tras año en una asignatura optativa de las que te hacen subir la nota final. Iremos a por el sobresaliente, amigos.