The James Hunter Six + The Limboos – Sala But (Madrid)
La combinación era un buen antojo para todo aquel que quisiera bañarse en los líquidos del rhythm & blues. Pero también para aquellos que gustan del soul y de los sonidos de fronteras carnales calientes.
No era para menos, abriendo la noche The Limboos volvieron a comerse el escenario con las armas que guardan dentro de su primer disco, el entusiasta Space Mambo. Entre dagas de rhythm & blues, exótica, mambos, soul y otras buenas groserías, el cuarteto se llevó de lleno a la gente que picaba el anzuelo que el quinteto soltaba a mansalva y que, a cada directo, va mostrando cuánto va creciendo sin la necesidad de inflarse con artificios. ¿Para qué buscarlos cuando se cuenta con esos ritmos y esas guitarras? Lo dicho, buenas groserías las de The Limboos, perfectas para que la noche empezase a hervir con ganas.
El calentón continuó con la llegada de James Hunter y su banda. Nuevamente el rhythm & blues volvió a sudar en la sala y el británico abrió el manual de estilo de una música que, dentro de su clasicismo, ha vuelto a subirse a una palestra en la que, lejos del revival, parece cobrar un mayor sentido de atemporalidad.
Esto se evidenciaba en el curioso hecho que supone ver a un público tan variopinto entregado al festín de baile. Mods, rockers, garageros, enrollados, paracaidistas de la noche y apasionados sin pinta de nada se mezclaban en un contexto en el que Hunter bromeaba y, por momentos, lidiaba con unos cuantos idiotas que, en plena borrachera y flipe de estar en primera fila y sentirse protagonistas, evidenciaban una estupidez digna de pena.
Afortunadamente lo anecdótico de estos pasajes no molestó mucho a un setlist en el que cayeron muchos de sus hits, sin desinflarse en el intento de mostrar el esplendor de unas raíces que él enarbola con orgullo, sin esconder sus referentes y, como dice, basándose en grandes canciones para hacer otras que puedan ser potentes.
«Let The Monkey» Ride», «Carina», «Chicken Swith», «The Gipsy», «One Way Love», y otras tantas se sucedieron en una fiesta en la que el de Colchester gesticulaba, jugaba con el falsete y se movía oficiando de jefe de sala bajo el apoyo de unos músicos solventes y dotados de punch para dar el punto de negritud a un sonido que no se entiende si no se aborda desde el apasionamiento.
En resumen, la noche tuvo soltura, aunque por momentos la prestancia del momento bajó un poco su opulencia en algunos soliloquios verbales de un Hunter que, sin embargo, se esforzó acertadamente en buscar hacer bailar, jugando con la temperatura que desprenden unas músicas hechas para causar fiebres y otras materias recomendables para quitarse la ropa con cadencia y exuberancia.