Discos

Mus – Divina Lluz (Acuarela discos)

Es innegable que uno de los numerosos motivos del éxito de El Naval (Acuarela, 02), el aplaudido último lp de los asturianos Mus, es su resistencia al paso del tiempo, el largo recorrido de todo su intenso calado emocional, virtud esta que lo mantiene aún vigente a día de hoy -y por muchos años- y que, en cierto modo, dificulta la escucha y el posicionamiento ante lo que acaba de llegar, Divina Lluz, disco que hace el número tres en este formato para Fran Gayo y Mónica Vacas, y que definitivamente les sitúa en el mercado internacional -fundamentalmente EE.UU. y Taiwan, donde el álbum se publica el mismo día que en nuesto país- como uno de los valores más seguros de nuestra música, y decimos MÚSICA, y no escena, porque, je, tomando prestado lo que ya se decía de otro recien publicado y vitoreado disco, este no es un trabajo de escena, esto sí que es realmente un trabajo de autor (autores), con el sello inequívoco de la casa y la huella imborrable de la memoria.

En Divina LLuz Mus miran cara a cara a sus alegrías, a sus temores y a sus dudas, Monica canta más claro y con más soltura que nunca, y Fran, además de trabajar el piano y los arreglos de cada canción, se ocupa de dirigir a unos músicos de lujo para que bañen cada una de las composiciones, eso sí, sin alardes, no sobra nada -tampoco falta-, ni una guitarra, ni un bajo, nada, ante todo austeridad y franqueza para recordar el poder de las cosas sencillas. Los arreglos imposibles y los desarrollos grandilocuentes aquí no tienen sitio, sólo queda el poso, la base, lo que tenemos más cerca, lo que más nos enseña y en definitiva, las cosas que dejan llagas en el corazón. Si El Naval (Acuarela, 02) peleaba con uñas y dientes por abrirse paso y respirar, Divina Lluz emana salud y vitalidad, y sobre todo, capacidad de asimilación, de mirar hacia dentro, reflexionar, y luego soltarlo como una bocanada de aire fresco en susurros de cuatro minutos.

Como señalábamos, austeridad en lo musical y crudeza en lo lírico, plasmado en el piano plomizo que marca la pauta y pone el fondo sonoro a historias tan crudas -valga la redundancia- y tan llenas de vida como «Escuela cruda», «Sola» o la propia «Divina lluz». El paso del tiempo -«Un calendario na mano»-, la familia -«Pela xenra blanca», la muerte -«Déxame pasar»- y las miserias del trabajo diario (o de la falta del mismo) -«La vuelta- como temas sobre los que se va desarrollando un trabajo lúcido, que no se agota en si mismo, que crece con cada escucha, con todos los detalles que el hecho de ir eliminando pistas deja al descubierto, para llegar a ese final absolutamente colosal que supone el poema del filósofo y pensador libertario José Luis García Rua, recitado por el mismo, en un constante fotograma de imágenes proporcionadas por la huida, las despedidas y el murmullo del tren. Y es que cuando algo te toca tan cerca como en tus propios huesos, es difícil que no te deje huella.

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