Shearwater – The Golden Archipelago (Matador)
Quien haya seguido la carrera de Shearwater hasta ahora reconocerá en este The Golden Archipelago un trabajo de lógica evolución musical; este nuevo disco de la banda de Austin es un paso claro, sincero, y de adecuada envergadura. Por ello, quién ya les conociera y creyera en las posibilidades de la banda de Jonathan Meiburg y se verá recompensado con un disco que les hace más grandes, más músicos y aún más interesantes.
The Golden Archipelago se aleja todavía más del estilo folk angustiado y más puramente acústico de Okkervil River, la banda de la que se originó Shearwater y que tan clara influencia ejerció en sus inicios. Esa influencia queda ya totalmente borrada; en la línea de Palo Santo (2006) y Rook (2008), este nuevo disco está casi desprovisto de melodías pop, de guitarras rasgadas al estilo hoguera de campamento y de voces arrastradas con juvenil sufrimiento; el nuevo Shearwater, gracias a dios, se centra ya totalmente en poderosas orquestaciones, guitarras épicamente eléctricas y, sobre todo, en la portentosa y catedralicia voz de Meiburg.
Meiburg, que en 2008 abandonó por completo Okkervil River (venía repartiendo su tiempo entre ambas bandas desde 2004), ha conseguido juntar unos excelentes músicos; si no a nivel de técnica instrumental, sí desde luego a nivel de virtuosismo como banda. Esto le permite trenzar composiciones poco convencionales (ojo: nada de lo que hay en The Golden Archipelago es, ni remotamente, experimental) que el oído de quien está harto de indie-rock convencional va a agradecer enormemente.
Tanto la excelencia de las composiciones como el admirar la fenomenal, poderosa, flexible y delicada voz de Meiburg ya son motivos de sobra para escuchar (incluso comprar, caramba) este nuevo disco. Además, contiene algunos temas realmente notables, por su potencia (“Black eyes”), por su virtuosismo (el fantástico duelo de xilófonos de “Hidden lakes”), o simplemente porque son preciosos (básicamente, todo el resto).
No obstante, no se trata de un disco que vaya a cambiar la vida de nadie; desde luego, difícilmente va a impresionar en su primera escucha. Se trata de un trabajo profundo, delicado y bastante tranquilo, que discurre en general sin demasiados sobresaltos. “God made me”, una canción soberbia, puede ser la única que atrape desde el principio, pero para apreciar el resto del disco habrá que echarle un poco de paciencia y unas cuantas escuchas.
Dejando aparte la relativa poca espectacularidad del disco, se trata sin duda de un muy buen trabajo de la que está resultando ser, cada vez más, una banda fabulosa – como podrá atestiguar cualquiera que les haya visto en directo. Un paso más – que no un salto, aunque sí un buen paso – en lo será sin duda una carrera larga y fructífera.