Ainara LeGardon – Every Minute (Aloud Music)
Tres años han pasado desde We once wished (Aloud Music, 2011), último álbum hasta la fecha de Ainara LeGardon. Un disco que supuso una vuelta más de tuerca en un proceso de deconstrucción musical emprendido por la artista vasca desde que inició su carrera en solitario. Como si toda su trayectoria tuviese un único objetivo, despojar sus canciones de todo lo superfluo hasta su esencia, cada uno de sus trabajos resultaba más crudo y directo.
Every Minute (Aloud Music, 2014) es la culminación de dicho proceso. Todo en él está diseñado para dar la impresión de que el objetivo se ha alcanzado y, finalmente, se han quitado todas las capas innecesarias que esconden el corazón de la música. Señales inequívocas de ello: una, empezar el álbum con un tema a capela («Last day»); otra, la figura femenina sin piel, con los músculos a la vista, que aparece en la portada corriendo hacia alguna parte.
El nexo con su anterior disco es «No end», el tema más continuista, pero pronto empezamos a encontrar las circunstancias diferenciales que le dan personalidad propia a Every Minute: los juegos vocales, la aparente improvisación, la gestión de los silencios y la inversión de papeles entre la voz, que aquí marca el ritmo, y la percusión, que genera un acompañamiento tribal, básico, casi fúnebre. «Magnetic», «In the woods» o «White», con sus experimentaciones vocales a lo Yoko Ono o Nina Hagen, son claros ejemplos de esta aproximación. También «To each other» lo es: dando vueltas y vueltas alrededor de tres notas con un ritmo lento, entrecortado, jugando magistralmente con los silencios, resulta realmente perturbadora.
Incluso los temas con un sonido más ortodoxo, como «Every minute» o «We are ready», desprenden un halo de desarraigo del canon melódico, de experimentación con las posibilidades expresivas del clásico trío guitarra-batería-bajo. El final con «Speeding South», la canción más larga del álbum, funciona a modo de resumen de todos los recursos utilizados hasta el momento: los experimentos con la guitarra, el repiqueteo arrastrado de la batería, la voz oscilante entre el susurro y el desgarro, el ambiente oscuro y opresivo. Es interesante comprobar que la primera canción y la última funcionan como el reverso una de la otra y al mismo tiempo se complementan: donde una niega cualquier recurso que no sea la voz, la última saca provecho de todas las experiencias usadas a lo largo del álbum.
Este podría ser el final de un viaje, pero intuyo que Ainara no es el tipo de artista que echa raíces en un sitio. Si ha encontrado lo que buscaba, que no lo sé, seguro que ya está pensando en deshacerse de sus maletas viejas y empezar otra aventura nueva.