Circuit Des Yeux (Apolo) Barcelona – 01/05/2018
Llegué tarde al Apolo. Desplazarte por una ciudad tan gentrificada como esta es tarea difícil. Parece que controlas bien los tiempos, pero no, algún atasco humano te impide llegar a tu hora a misa de 12. Porque bien pensado, mientras escuchaba el Reaching for Indigo en el iPod para ponerme en situación, lo de ayer era como ir a comulgar. La gran sacerdotisa Haley Fohr iba a impartir uno de sus rituales no apto para oídos acomodaticios e inexpertos.
Llego al Apolo, y pido una cerveza en la barra. Entre que el camarero que me habla, un walkie talkie de uno de seguridad que no para de emitir señales ininteligibles, y los sonidos que me llegan desde la sala, a mi espalda, todo era un poco desconcertante. Y así de extraño continuaría la velada. Cojo mi cerveza y entro en la oscuridad, o casi, de un Apolo en tinieblas por petición expresa de Circuit Des Yeux. Era com entrar en el Club Silencio, pero menos. Me siento al lado de una pareja que no para de hablar sobre una mudanza. Prefiero cambiarme de sitio, claro. Ya más aislado (me doy la vuelta y a mi lado está Refree), empiezo a embelesarme con la música de Matchess, nombre artístico de la multifacética artista Whitney Johnson, que al rato también acompañaría a Haley como miembro de su banda. Los sonidos que extrae Matchess de su sintetizador, sus cintas analógicas, su violín, su voz tratada, son cautivadores y mántricos. Un pentagrama a la luz de una vela que mezcla sonidos repetitivos, resquicios de field recordings, saturación de loops analógicos, música de cámara, y un recuerdo al fantástico sello Constellation Tatsu (ese toque orgánico que sabe extraer a sus cacharros me recordaron a Les Halles). Un bello transito hacia la abstracción más poética. Me entraron ganas de bucear por su Bandcamp.
Las luces se volvieron a apagar (aunque las luces de las dos barras impedían que el ambiente fuera lo más acogedor posible), y salieron Circuit Des Yeux a escena. Una Haley delgada y con media melena que recordaba a Chan Marchall. Solo se la veía como un darregotipo hechizante y amenazante, pero el espíritu que ahí gobernaría la situación era el de las grandes divas como Nico, Jarboe o, sobre todo Nina Simone. Todas ellas tocando para mí, como diría Guille Milkyway.
Mientras que por una pantalla que estaba detrás de los músicos se podían ver gamas de colores fluyendo cual trip sideral, empezó la ceremonia a media luz con la enorme «Brainshift», y no hubo por menos que dejar de hablar de mudanzas y enmudecer. La autora de Chicago abre la boca y todo se detiene. Acto seguido agarró su guitarra para encarar «Black fly» con preciosos arreglos de violín y la increíble batería de Tyler Damon. Uno de los puntos álgidos de la velada, aunque, vaya, empezaron los problemas de sonido, y se mascaba la tensión entre público y artistas.
La pieza más rockera de Reaching for Indigo, «A story of this world part II», creó una metástasis de vibraciones incandescente, ya con la acústica de media sala a medio pulmón, y un asistente de sonido corriendo en busca de una escalera para solucionar el desaguisado que se encontraba justo debajo de la mesa de sonido. En la recta final, Haley salto de la tarima y encima de nuestras narices nos escupió «Falling blonde» mientras sucuerpo se retorcía, jadeaba, y los allí congregados creímos a pies juntitas que su VERDAD era la única verdad posible en este mundo. Se despidió. Nosotros seguimos desentrañando el misterio. Inolvidable.