Johnny B. Zero – Pequeños Calvarios (Entrebotones)
Los cambios siempre han sido y serán incómodos, pero necesarios. Sobre todo en el arte. Dar un giro esencial a tu creatividad tradicionalmente ha significado una dosis extra de credibilidad ante tu público. Es un acto de valentía que representa, precisamente, que el arte sigue siendo arte y no pura comodidad. En el pop, como en todas las artes, es igualmente esencial mantener a raya nuestro yo acomodaticio planteando nuevos retos que, por qué no, incluso pueden ser divertidos. Por ejemplo, cambiar el idioma en el que nos expresamos.
Componer una canción en tu propio idioma es lo lógico. La lengua que te han enseñado desde la cuna es tu cauce natural de expresión y, por tanto, uno acude a ella para manifestar sus sentimientos, que son, en resumidas cuentas, los que pueblan las canciones. Pero ¿Qué pasa si es al revés? Si en lugar de la lengua materna uno siempre ha empleado el idioma imperante con el que ha aprendido todo lo que sabe sobre música. En el caso del pop o el rock, ese idioma es sin duda el inglés. Y por eso muchos y muchas de los que han cogido una guitarra alguna vez para componer algo, sean de donde sean, lo han hecho en ese idioma. El problema es que, cuando te has acostumbrado a hacerlo, hasta pasarte al idioma propio resulta complicado.
Esa decisión es la que tomó Juanma Pastor, compositor, cantante, guitarrista y líder de los valencianos Johnny B. Zero, que tras varios discos en inglés decidió, de repente, grabar un álbum entero en castellano, una de sus lenguas maternas. Pudo ser debido al cansancio de una fórmula que, aunque se mantenía con una salud excelente a través de los seis discos precedentes, empezaba a acomodarle como compositor, algo que Juanma siempre se ha resistido a asumir. Al fin y al cabo, tiene mucho de reto: pasarse al idioma propio supone ser más consciente de que a uno le van a entender claramente las personas más cercanas. Y eso, inevitablemente, hace que compongas de un modo diferente.
El resultado de todo ese proceso se tituló No Me Gusta El Rock And Roll (2023) y se llevó elogios merecidos de crítica y público, pero no dejó de pagar un poco el pato de la transición, en términos de colocarlo en el conjunto de su discografía. Sin embargo, en este Pequeños Calvarios, autoeditado y compañero fiel de la banda sonora de la película de mismo nombre dirigida por Javier Polo a la cual Juanma ha puesto música, todo ya está colocado perfectamente en la estantería. No es que antes no lo estuviera, pero ahora además se ha quitado el polvo y las cosas están ordenadas alfabéticamente. Encontramos todo lo que debemos encontrar en un disco de esta gente. Y mucho más.
Porque sí, porque puede decirse bien alto que Johnny B. Zero no han hecho un disco igual que el otro nunca. El formato trío que actualmente maneja la banda es probablemente, y cualquiera que les haya visto en directo lo podrá corroborar, el mejor que ha tenido nunca. Un sonido potente que, además, en este disco concreto, viene abrigado por otra novedad: por primera vez el productor no es solo el habitual Carlos Ortigosa. También intervienen otros dos ilustres: el también valenciano Roger García (estudios RPM) y alguien últimamente muy solicitado: nada menos que Iñigo Bregel, de los Estanques, que se encarga aquí de dar lustre y esplendor a tres de los temas.
Por eso el disco suena diferente a su predecesor. Por eso y porque las composiciones, en esta ocasión, tienen una consistencia incluso superior a la habitual. Lo vemos desde la inicial “Número 3”, una pequeña joya que demuestra que Juanma es inigualable a la hora de combinar melodía y emotividad con electricidad. Sus guitarrazos imponentes se ven aquí ilustrados por un esmerado tratamiento en los arreglos y, sobre todo, por uno de esos estribillos que se le pegan a uno como una lapa.
Junto a esta soberbia apertura, hay, como siempre, una mezcla totalmente desinhibida de estilos, jugando con la electrónica y el r’n’b (“Regresión”, “Ojos brillantes”), el folk-pop psicodélico (“”Fuerza de león”, “Fiasco”), el hard rock (“El día de los muertos”), el soul (“Ojos brillantes”), o, directamente, el maridaje casi imposible, pero fantásticamente resuelto, de todo esto al mismo tiempo y a manos de la canción titular, nominada, por cierto, a un premio Lola Gaos por su inclusión en la película de marras. Un conjunto, en definitiva, del que puede decirse, aunque sea difícil, que supone la cuadratura del particular círculo de Johnny B. Zero. Su disco más poliédrico, cohesionado y potente hasta la fecha.

