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Alexandra Savior – The Archer (30th Century Records)

Es de suponer que a todo -o casi todo, que hay mucho rarito- el mundo le gustaría que su primer álbum viniera de la mano de alguien tan extremadamente famoso como Alex Turner. Eso fue lo que le pasó a Alexandra Savior. Su debut, Belladonna Of Sadness, fue escrito a medias con el líder de Arctic Monkeys y obviamente, gracias a ello dio qué hablar, merced a un compendio de canciones fantásticamente labradas al servicio de una voz lo suficientemente especial como para merecer tanta atención.

No obstante, que alguien tan famoso ponga su impronta en el que representa el comienzo de tu carrera, tiene en cierto modo una vertiente estigmatizante. Es complicado, si uno quiere avanzar por su cuenta, librarse de ese vínculo y hacer olvidar el padrinazgo, para comenzar a convencer a la gente a la que llamaste la atención porque su ídolo intervenía en tus canciones, de que las que ahora haces son igual de buenas o incluso mejores que aquéllas. Es sin duda una ardua tarea a la que ella, además, se ha enfrentado no sin ausencia de dificultades. Tras ser expulsada de su anterior discográfica ha tardado dos años en lograr terminar y editar -lo hace nada menos con la flamante discográfica de Danger Mouse, 30th Century Records– un segundo disco que la confirme más allá del rango de promesa apadrinada.

Así las cosas, The Archer, el nuevo disco de esta joven que pasó su infancia en Polonia, pero creció en Portland, Oregon, asume esa responsabilidad mostrándola con exuberancia, sin tapujos. Si bien es inevitable cierta comparación con otra californiana, Lana del Rey, al escuchar la preciosa canción que abre el disco, “Soft currents”, debido tanto a la tonalidad vocal, a la cadencia de su dicción y a ese halo cinematográfico que planea sobre todo, al igual que sucede con la autora de Norman Fuckin’ Rockwell, inmediatamente vemos que, así como ésta mantiene un discurso plano en lo musical, la Savior es capaz de mostrar una paleta bastante más variada.

De hecho, mucho más variada: el espectro estilístico que muestra The Archer es pasmoso. Si no fuera porque esa cadencia de crooner que tiene su voz, ese misterio que lo sobrevuela todo, uno se diría incapaz de encontrar una clasificación para esto. Tras un comienzo tan atípico como es la citada “Soft currents”, una canción realmente preciosa, pero más propia de un final que de una apertura, inmediatamente cambiamos de tercio en pro de la épica oscura que ofrece “Saving grace”, una canción cercana al trip hop de Portishead, que tiene secuencia lógica con “Crying all the time”, pegadiza y rotunda en su dramatismo y como decíamos, tremendamente cinematográfica, algo aplicable a todo el álbum.

“Howl” acude para recordarnos que nos hallamos en el siglo XXI al son de ritmos más bailables y con una producción electrónica, que también empleará la siguiente, “Send her back”, otra canción casi perfecta, que en este caso aporta algo más de brío rockista, aunque sin pasarse.

Momento para algo cercano al soul, o al pop barroco sesentero, con la maravillosa “Can’t help myself”. Aquí las comparaciones con del Rey son obvias, pero esa cadencia decadente en este caso está empleada de una manera mucho más sensual, más carnal y acelerada. Con “The phantom” no nos libramos de ese halo fantasmal tan cinematográfico que subyace al disco, pero sí aceleramos los ritmos para generar una atmósfera más cercana al rock, de hecho, el disco aparentemente ha ido completamente in crescendo, si bien “Bad disease” sube la temperatura de una forma más pausada, con un groove lento y tórrido que genera otro registro diferente (¿y van?) muy apropiado para servir de entrada a un final de vértigo. El binomio que forman “But you” y la titular “The archer” es probablemente el punto fuerte del disco. Dos composiciones llenas de misterio, de producción ampulosa pero bien medida para producir ese efecto dramático que cierra monumentalmente un disco que sí, que efectivamente confirma el talento de la de Portland para volar sola. Es un disco notable, lleno de canciones dignas de degustarse con pausa, con unas interpretaciones y arreglos de altura, que alejan, definitivamente de yugos padrinales o comparaciones a su autora, una mujer que además se une al club de esas cantautoras totales tan de ahora como Mattiel o Angel Olsen, que intervienen tanto en la creación de la música, como en la elaboración de videoclips o el diseño de carpeta de sus álbumes. Un talento, sin duda, a tener en cuenta en el futuro. Dudo que el tercer disco de esta mujer nos deje indiferentes cuando llegue.

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