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Amaral (Teatro De La Axerquía) Córdoba 01/08/20

La emoción puede expresarse sobre un escenario de múltiples formas, casi todas relacionadas con la práctica artística que se esté desarrollando en el momento correspondiente. Cuando asistes a un concierto por primera vez en meses, y cuando pensabas que podría haber sido mucho peor y no habrías tenido oportunidad de revivir dicha experiencia hasta pasados unos años, la sensación de escalofrío es literalmente sanadora. Si además la ocasión es más íntima de lo habitual, con solo dos músicos y unas cuantas guitarras acústicas transmitiendo lo máximo posible con el mínimo equipaje, la cosa puede alcanzar cotas incluso místicas. Los elegidos para la –esperemos que definitiva- vuelta al ruedo eran Eva Amaral y Juan Aguirre, la bicéfala corporación que desde una ciudad de provincias donde ahora se desata el nuevo epicentro de la epidemia llegaron a Madrid armados con el mismo exiguo arsenal y transformaron el “boca a oreja” por el “de bar en bar” tocando noche sí y noche también para audiencias que poco a poco irían engrandeciendo su pequeña leyenda. Hoy son una banda respetada y más que fiable en directo, cuyas prestaciones no se ven reducidas sino adaptadas al reducir el formato a lo esencial, algo que en realidad es otra vuelta de tuerca, un retorno al principio, el fin de un ciclo o el inicio de otro en el que muchos músicos aún no saben si sobrevivirán.

Sobreponerse a la incertidumbre que nos sigue acechando es un poco más fácil rodeándose de certezas como las que despliegan estos dos enormes músicos. Más allá de sensaciones personales e injusticias mediáticas, Amaral pueden enorgullecerse de ser una de las grandes bandas en directo de la última década. El poderío de la voz de Eva es mucho más evidente en las distancias cortas, con la nitidez de no tener que imponerse al estruendo de su electricidad habitual, y los matices en los versos de “Señales”, “El universo sobre mí” y la imponente “Cómo hablar” son infinitos. El papel de Aguirre, el eterno hombre en la sombra y responsable sin embargo de algunos de los momentos más afortunados de sus discos, se centra más que nunca en la finura de una Gretsch que utiliza a ratos, con punteos puntuales y una imprescindible presencia en los coros. Se lanza a cantar “Tardes”, un tema poco transitado en sus presentaciones pre pandemia, y responde a las peticiones de más protagonismo vocal asegurando que a él lo que de verdad le gusta es tocar. Sin él, joyas llenas de sentimiento como “Moriría por vos” o “Sin ti no soy nada” no sonarían ni mejor ni peor, pero seguramente tampoco con la misma efectividad. El agradecimiento del dúo hacia la menguada audiencia del Teatro de la Axerquía, punteada de mascarillas y filas de asientos alternos, es patente desde que ellos mismos se quitan los tapabocas para cantar hasta que se los recolocan para despedirse, dejando un reguero de intensidad difícilmente alcanzable en una presentación de estas características. “Hacia lo salvaje”, “Nocturnal” y “Entre la multitud”, respectivas muestras de lo mejor de sus tres últimos trabajos, realzan el lado afilado de su repertorio, mientras que “Salir corriendo”, “Mares igual que tú” y “Cuando suba la marea” ahondan en el vértice introspectivo. No olvidan que esta pequeña gira, aunque guiada por parámetros diferentes, se basa en las creaciones más recientes, las incluidas en el disco más irregular que han grabado hasta la fecha, Salto Al Color. Sin la escenografía ni las piruetas lumínicas que la abrieron, quedan las canciones. Entre ellas, impresiona el teclado retro de Eva en la apertura de “Sombras do mar do Vigo” y la profundidad de “Peces de colores”, y quizá en un terreno más previsible se mueven las acústicas de “Bien alta la mirada”, “Ruido” y “Soledad”, despojadas del maquillaje sintético del álbum y con un nuevo traje que incluso puede favorecerles en este contexto.

Las escasas florituras, que tampoco hay mucho lugar para ello, pasan por el guiño a Ennio Morricone en ráfagas de spaghetti western y el consciente recordatorio a Paco Ibáñez y un himno como “A galopar” que aún hoy puede seguir removiendo conciencias y desmontando argumentos reaccionarios. Y “All tomorrow’s parties” de la Velvet Underground y “Moon river” de Henry Mancini como puertas de entrada y salida a un territorio personal, obligado a una expresión diferente. Una banda que se ha hecho fuerte casi sin quererlo, que se ha echado de menos casi sin darnos cuenta. Después de tanto tiempo, descubrir que la primera noche de agosto huele y suena a gloria es algo que depende en gran parte de la música. Como tantas otras cosas.

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