B.R.M.C. – Sala Apolo (Barcelona)
Habiendo leído la crónica de mi compañero Quique Espejo sobre el concierto de Black Rebel Motorcycle Club en la sala Riviera de Madrid, me encuentro con relativamente pocos argumentos para escribir algo nuevo. Y es que el jueves en Apolo la historia se repitió: el trío californiano ofreció otro concierto lleno de actitud y de oscura atmósfera rockera, y encontraron a un público bien dispuesto a recompensar el esfuerzo de la banda con animación, saltos, y un montón de brazos en alto.
El concierto del jueves estuvo lleno de buenos momentos y de signos positivos. El mejor de todo, desde luego, es comprobar que BRMC son, ahora y siempre, un estupendo grupo de rock. Las canciones, la estética, el sonido, incluso la iluminación, todo está muchísimo más cuidado de lo que uno anda acostumbrado a ver. Y, a pesar de que efectivamente ninguno de los componentes del grupo tiene vocación de frontman, la entrega de estos tipos es incuestionable. Quizá no haya saltos, ni gritos, ni saltos mortales desde el bombo, pero la intensidad que le echan es total desde el primer minuto. Especialmente Robert Levon Been, un tipo cuya actitud entre tímida y salvaje resulta sencillamente encantadora. Quizá pongan un poco de cara de palo de vez en cuando, cierto, pero la entrega y la concentración son innegables. Por ejemplo, en abril vimos a Levon, con esa misma cara de estar esperando el autobús, pulverizar una guitarra y tirar los restos al público del HMV Forum de Londres. Rock’n’roll, ¿no?
Otro buen soplo de la noche del jueves fue asistir a un concierto en la sala Apolo con el volumen alto. Que nadie se me tire encima: hace un año que no acudía a un concierto en Apolo, y quizá la cosa haya cambiado… pero aún recordaba asistir a conciertos potentes (como, por ejemplo, el de Built to Spill) en que se podía oír como el tipo de atrás encendía un mechero, o como tintineaban las botellas vacías en la barra del otro lado de la sala. Anoche – al menos a ratos – cada golpe del bombo nos hacía saltar el peluquín. ¡Buen camino! Ahora, a ver si llegamos a ver un concierto entero a todo volumen.
Obviamente, en las canciones más lentas el rollo era otro… durante temas cantados en solitario, como “Promise” o “A fine way to lose”, tal como parece que ocurrió en Madrid, el público simplemente se puso a hablar de sus cosillas – a voz en grito – y costaba un poco oír la música. Algunos lo considerarán mala educación, otros dirán que un concierto de rock no es una misa y que cada cual puede ponerse a hablar, gritar, hacer el pino puente o bailar la mazurka en monociclo, si le da la gana. En todo caso, en cuanto Levon y Leah Shapiro subieron a corear “Shuffle your feet” la cosa se acabó, y en cuanto encararon la excelente “Half-state” -diez minutos de rock retorcidamente hipnóticos – el público volvió a engancharse al concierto.
Para cuando sonó “Six barrel shotgun” – una versión notablemente extendida – ya había quedado claro que la incorporación de Leah Shapiro a la batería no va a aportar nada maravilloso a Black Rebel Motorcycle Club. Sé que me meto en un fregado diciendo esto, pero las mujeres que tocan bien la batería no abundan, y Leah no es una excepción. Seguidora directa de la escuela de Maureen Tucker o Meg White, Shapiro resulta una batería competente, capaz de mantener el ritmo sin demasiados altibajos (aunque durante la larga actuación del jueves tuvo tres o cuatro momentos de despiste, perdonables, pero innegables). En las composiciones de BRMC – potentes y rítmicamente sencillas – el estilo de Shapiro no desentona demasiado, pero resulta excesivamente evidente que no aporta nada al grupo. Algunas canciones siempre han bordeado la monotonía, y una batería machacona y algo carente de texturas no ayuda pero que nada de nada.
En todo caso, Black Rebel Motorcycle Club demostraron de nuevo ser mejores músicos de lo que su imagen de eternos adolescentes puede dar a entender, y lo hicieron como siempre: decibelios, buena música, excelentes canciones, mucho negro, y atrevidos viajes instrumentales que convirtieron varios de sus temas en largos y cautivadores trips sónicos. Quizá no sean la mejor banda del mundo, de acuerdo, pero tienen un puñado de canciones extraordinarias y, desde luego es de las que más y mejor sabe molar. Y al final, en el rock’n’roll eso cuenta mucho.