Discos

Benjamin Gibbard – Former Lives (Barsuk)

Época de cambios en la vida de Ben Gibbard; divorcio de Zooey Deschanel, gira interminable con su banda madre por el mundo presentando un disco aburrido y autocomplaciente, en el que ni ellos mismos parecían creer (los conciertos, como tuve la suerte de comprobar, eran una agradecido viaje por su pasado, siempre mejor) y por fin, ahora, parada obligatoria para tomar aire y dar rienda suelta a esas simples canciones de campamento, que tan bien se le dan y que ha ido acumulando a lo largo de su carrera, empaquetadas en un producto agradable y humilde, que consigue en gran medida su más que probable objetivo: gustar sin saturar, encandilar por su carácter hogareño y amable.

Hace tiempo que el mejor Gibbard ya no habita entre nosotros; los últimos discos de Death Cab For Cutie, en concreto Narrow Stairs (2008) y el último Codes and Keys (2011), nos presentaban a los de Seattle en una versión adulta y desde luego, mucho menos inspirada. Canciones para series o para adultos que viven la crisis de los cuarenta a los treinta y cinco en lugar de las composiciones emocionantes, afiladas y de largo alcance emocional que poblaban sus discos anteriores, cumbre absoluta incluída en el inigualable Transatlanticism (2003). El Gibbard de apariencia nerd de los inicios, sufriendo los avatares de los desencantos amorosos cuando era un completo anónimo se sitúa a miles de millas del Gibbard tocado por el declive de su relación amorosa con la Deschanel cuando ya los focos no dejaban de apuntarles. O al menos eso es lo que percibimos a tenor de lo entregado en su última etapa, quizás influido por un creciente protagonismo de Chris Walla.

Former Lives se abre con la anecdótica «Sepherd´s Bush Lullaby», para dar paso a una «Dream Song» que funciona como claro ejemplo de lo que nos ofrecen estos treinta y siete minutos: apenas reflejos del talento de un artista acomodado aún capaz de emocionar con su voz pero lejos de la inspiración que de él muchos esperamos. No me malinterpreten, los doce temas aquí recogidos se dejan oír sin problemas, transcurren ligeros y su escucha resulta ágil y agradecida, pero no consiguen traspasar la epidermis. «Teardrop Windows», «Bigger than love» (bonito y certero dueto con Aimee Mann) y especialmente «Duncan, Where have you gone?» (mi favorita) son los mejores momentos, donde arropado por guitarras eléctricas y pianos demuestra que su instinto para la melodía (casi) perfecta aún sigue vigente. Diría que hasta le agradecemos el toque sureño de la simpática «Something´s Rattling (Cowpoke)». Cuando se presenta sólo con su acústica es imposible no acordarse de su cima «I will follow you into the dark» y aquí, me temo, no hay ni rastro de eso. Aunque él nos lo venda como un menú de lo que le gusta pero no tendría cabida en su grupo lo cierto es que no hay tanta distancia como en un principio podríamos pensar. Más bien, aparca la pomposidad en los arreglos, algo que se agradece, y concede más protagonismo a las melodías. La impronta pop sigue ahí, sea cuál sea el envoltorio.

Siempre le querremos por lo que fue capaz de darnos (y no acabaré esta reseña sin incluir el maravilloso ¿testamento? de The Postal Service), así que ahora debemos permitirle que se marque este (prescindible) capricho. Suena «I´m building a fire», dulce epílogo, e imagino a Gibbard acariciando su acústica y convenciéndose a sí mismo de que ahora es momento de encontrarse a sí mismo, sin prisa, porque el trabajo ya está hecho; mientras tanto, los demás ya nos encargamos de engrandecer su brillante legado, y de escuchar Former Lives al calor de la chimenea, sin pedirle que cambie nuestras vidas.

 

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